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    Cine Alemán Siglo XXI

    Canción alegre de Shorty Week

    Shorty Week 2015

    A esa hora en la que nadie sabe si va o si viene, si con abrigo o en mangas de camiseta, una cuadrilla de costaleros mece al compás un enorme cajón sin Imagen ni escapulario. Caminan dos o tres metros. Caminan pero no, porque apenas se deciden a seguir hacia delante cuando vuelven a su posición original. Admirada desde lejos, la escena parece más bien una reunión fallida. Como si las maniobras se adecuasen únicamente al gusto de unos pocos, casi por decreto ley. Y ahí no hay democracia ninguna. Están encajonados en una calle estrechísima, mientras un guardia de seguridad aniquila su cigarro y me dice que hoy han salido muy pronto. No son ni las seis. Me lo señala con amabilidad, pues yo ni siquiera me he fijado en que allí, al final de esa bocacalle, una inminente procesión de Semana Santa afina sus movimientos futuros. Finalmente él y yo acordamos que es muy español lo de practicar y no pronosticar nunca el desastre. Quizás el deseo de control nos haya predispuesto al fallo de última hora, o quizá sólo sea que, precisamente, todo escapa a nuestro control. En la última cabalgata de Reyes, según dice, éstos olvidaron sus barbas y no había manera de encontrarlas por ninguna parte. "Y mira que lo habían ensayado veces". No sé si creérmelo; aunque es tan verosímil. ¿Cómo se pierde una barba? Más aún: ¿cómo es que no había barbas de repuesto? O reyes suplentes, acaso príncipes a la espera de que a sus padres se les caiga el pelo del bigote, como a Aznar. Es posible que el actual alcalde de El Puerto de Santa María, Alfonso Candón, no estuviera implicado en el litigio de las pelucas fantasma, como tampoco parece haberlo estado —aun cediendo algún que otro espacio público, véase el teatro municipal, y una dotación económica de 2.250 euros, a repartir entre las seis producciones galardonadas— en la exitosa segunda edición de Shorty Week. Basta con echar un ojo a la página web del ayuntamiento: en el apartado "Cultura" (ay, las etiquetas informáticas), la primera referencia al festival es una breve que naufraga entre noticias sobre el estreno de Adiós al lenguaje de Jean-Luc Godard, e incluso bajo ¡un pastiche de agenda pijo-cultural! Con perdón.

    Los Reyes Magos existen

    Se equivocan Alfonso Candón y sus concejales al no intercambiar las fotos en obras más o menos públicas por actuaciones que bien podrían impulsar no ya la Cultura en general sino también, y a su vez, el turismo y la siempre necesaria publicidad que este último punto dispensa. Por alguna razón que aún desconozco, es un rasgo inherente al partido en el que militan, y a través del cual se han aupado ellos al primer nivel de la política gaditana: el futuro del país, nos dicen desde Génova, son los emprendedores; es necesario fomentar una suerte de colectivo empresarial que acelere el ya imparable crecimiento del país. Bien, sí. Pero al final siempre se traduce no tanto en la práctica, sino en la teoría que marca qué es beneficio y qué no, incurriendo así en un giro semántico con letra pequeña. No es suficiente con querer, ni con poder. En España al emprendedor se le aplaude en función de si cae bien o mal, como se jalea o se pita a Cristiano Ronaldo o a Messi, o de si la suya es actividad "de provecho", y no escuela de subversivos que únicamente aspiran a lo más terrenal: ser felices y comer perdices. Que adónde vamos a ir a parar: gente con sueños y todo. El futuro es hoy, más que nunca, cuestión de fe. Y pasa por confiar en que los Reyes Magos, y con ellos el cine, seguirán existiendo año tras año, puntualmente. Sin que ni ustedes ni yo tengamos que atusar barbas huidizas. Pura ficción. O realidad hecha cortometraje en Cádiz. Mal que les pese a ciertos políticos, que ni siquiera comulgan con la despiadada filosofía del ya legendario Javier de Alberto González Vázquez, un niño tripón al que sólo le importaban los regalos, "no el puto repartidor".

    Shorty Week

    El Día de la Marmota, la noche de 'Caradecaballo'

    La gala transcurre entre aplausos y sonrisas y algún que otro grito espontáneo. La presentadora impele a seguir aplaudiendo. Todos aplaudimos. Con fuerza, además, para que no nos acusen de saboríos. Más aplausos. Sospecho que no es necesario seguir pidiendo aplausos; pero ella invita a seguir aplaudiendo. Quizá ignora que aplaudimos a los ganadores y al Cortometraje, con mayúscula, no por su invitación al clap-clap sino porque urge aplaudir a los que realmente se lo merecen: directores y directoras, guionistas y actores/actrices, que esta tarde no reciben premio a su labor individual... Incluso a los propios organizadores. 47 cortos en Sección Oficial. 6 premios. Justo allí, en el escenario del Teatro Pedro Muñoz Seca, frente al patio de butacas que se enciende con algunas de las obras exhibidas. Es noche de celebración. Hay motivos, a veces tristeza. Es inevitable, incluso necesario. El premio de la Sección Comprometidos es para Metros útiles, de David Cervera. Una radiografía de un tiempo y un país que ya se ha derrumbado, y cuya arquitectura resiste aún golpes impensables. Al nivel de una familia, padres e hijo pequeño, que siguen a un comercial inmobiliario por una casa a mitad de precio porque el banco, el nuestro, así lo ha querido. Y así nos hipotecaba por entonces, con más saña que ética profesional. Qué risa, ¿no? ¿Qué les ocurre a esos tres? ¿A qué tanto aturdimiento y asentir de cabezas? Casi brutal, y a falta de algún giro más sutil, tal vez menos indulgente para con el espectador, Metros útiles llega como un directo a la mandíbula. Y si no te remueve las entrañas es porque te lo has perdido mientras aplaudías. Game Over. Más extraños podrían resultar los premios a Mejor Cortometraje de Animación (El día de las encías sangrantes) y Mejor Making Of. En esta última sección venció Camposanto y su directora, Camila Donoso, lo agradeció en un vídeo que ya quisiera el realizador de cualquier gala señorial. Rápido y a diez mil kilómetros de distancia, como deberían hacerse todos los agradecimientos.



    —¡Guapa! –grita uno a la presentadora, María Espejo.
    —¿¡Qué!?
    —¡Que eres muy guapa!

    Pues bien, faltan tres shortys. Mejor Guión, Mejor Comedia y Mejor Cortometraje. En la pantalla un hombre dibujado se abre el pecho, como si fuese de hojalata (qué gran verdad), y entrega literalmente su corazón a una mujer que lo estruja, y lo hace botar, y lo trata al principio con mimo y después con gélida indiferencia. ¿Les suena? Quizá intercambiando papeles, así es. Y como siempre, llega el invierno. Y todo se parte en dos. Y vivir asusta. Y tras la depresión, el deshielo. Ya sé que les suena. Son ustedes tamizados por un guión cuyas referencias estilísticas no difieren mucho del universo Pixar. Se titula The Gift. Ha obtenido múltiples menciones en festivales de medio mundo, y Shorty Week es su nueva parada. Lo premian por su libreto, que funciona sin artificio, sin trampa ni cartón. Y es fácilmente entendible.

    —¡Guapa! –vuelven a gritar. Un clásico.

    Se oyen tambores y una voz tirolesa. Dos alpinistas se desperezan en sus sacos, sobre un parquet de color beis oscuro. Estamos en un pisito y la radio anuncia la previsión meteorológica. También dice que el Yeti podría andar suelto por aquella zona glacial, que en realidad es un humilde barrio madrileño visto en plano aberrante. Así pues, los dos alpinistas recogen sus bártulos y tiran cuerda escalera abajo, metros y metros de cuerda fijada —o no— a las barandillas y farolas. Un descenso peligroso, sin duda. Posiblemente uno de los mejores cortometrajes que se han visto en la II edición de Shorty Week. Cine mudo surrealista, rayano en la más implacable absurdidad. Nada sobra y poco falta en una pieza que ya se había granjeado el máximo premio del Jameson Notodofilmfest 2014. El alpinista, apunten su título. Mejor Comedia, por no decir Mejor Cortometraje a secas. Y, como siempre, sólo puede quedar uno. O casi. Y no hace noche para repartir hormigas ex aequo.



    Rodado en riguroso blanco y negro, con un exorbitante presupuesto de 20 euros, Caradecaballo era la apuesta más diferente y a la vez más reconocible. Más cinéfila, también. Por su dimensión onírica lynchiana, su tiempo circular, sus desasosegantes planos estáticos, sus agónicos silencios. Por la mirada de la abuela, cuyo sopor apenas si consigue anular el cariño hacia su nieto, un chaval de seis años que parece cumplir —días tras día— veintiocho, o incluso veintitrés. Una edad aún más estúpida. Así, Marc Martínez borda un cortometraje y la platea arranca en vítores, quizá pensando en lo que acaban de ver o, mejor aún, rompiendo al fin el nervio contenido durante un viaje extraño. Triste y risible. Para echarse a llorar. Y grabarlo.

    Subió al escenario Sergio Ceballos y la gente, por un instante, decidió aplaudir con fuerza. Sergio Ceballos de la Torre es, junto con Mar Rascón, Irene Berbel, Miguel Ángel Gil, Enrique Mejía, Miguel Ángel Moreno y Juan Carlos Arniz, uno de los organizadores del festival. Y al principio nadie quería hacer ruido porque su discurso, pronunciado con nota reivindicativa, suave y breve, pero no a diez mil kilómetros sino a tan sólo diez metros, venía a ser el testimonio de un esfuerzo colectivo para sacar adelante Shorty Week. Cuatro días (12, 13, 14 y 15 de marzo) en los que conviene repetirse, como si fuera un mantra, que el cortometraje no tiene por qué ser el trampolín del largometraje, ni el paso previo a ningún formato supuestamente más prestigioso. A través de la red BARaderos, de talleres, de ponencias, de exposiciones, de retrospectivas, de notables presencias como Álex Catalán (Goya a Mejor Fotografía por La isla mínima) o Paco R. Baños (Ali), Shorty Week ha tejido ya una tela que, a poco que sea cuidada y potenciada, se convertirá en referencia del circuito de festivales nacional. No lo tienen fácil sus organizadores en una provincia que hoy suma el mayor índice de paro de toda España (40,63%, 233.000 personas; 14 puntos por encima de la media estatal, según datos de la EPA) y una ciudad, El Puerto de Santa María, con 12.582 personas en situación de desempleo. 8.030 sólo en el sector servicios.

    Shorty Week 2015

    Y mañana será otro día

    El domingo asisto a dos ponencias impartidas por Jose Prada, José Aguirre y Laura Molpeceres. En su página web, Prada se define a sí mismo como un "cineasta que disfruta trabajando con gente que a su vez disfruta escribiendo, filmando, iluminando, editando...". Todo en uno, o dividido. Durante una época no del todo feliz, a Jose le ofrecían trabajos mal pagados que en Europa, al norte y al este de España, se cobran al doble o al triple que aquí. Hace unos meses Jose realizó La misma carta, remake gaditano de un anuncio de Ikea que desvirtuaba sin proponérselo la realidad; o esa realidad que comprende a buena parte de la población española. Así, Jose y la Asociación A.M.I.G.A.S al Sur, que entonces había iniciado una campaña solidaria de recogida de juguetes, reunieron a un grupo de niños y padres para contar lo que no está sucediendo en Cádiz. Fundamentalmente, lo que reconoce un chaval mientras hojea el folleto de la Play: "Esto, esto y esto, no, que está la cosa chunga". Su penúltimo documental —codirigido junto con James Galán— muestra los límites, los obstáculos, el dolor físico y psicológico al que han de sobreponerse los deportistas de triatlón en su esforzada búsqueda de nuevos Everest. The Spirit of Titan revela su condición de autor comprometido, pero sobre todo, su gusto por el etalonaje y una estética cuidada al milímetro. Ahora ha decidido unir fuerzas con José Aguirre, sonidista ya veterano que prefiere salir a buscar historias en vez de esperar a que suene el teléfono.

    Laura Molpeceres es guionista, directora de cine y dramaturga. Actualmente tiene dos obras de teatro en cartel: Un balcón con vistas y Click. Estudió guión en la ECAM y dice que a los actores hay que tratarlos sin prisas. Más o menos así. Prefiere el diálogo a la mano dura. Su charla —Entre guiones e intérpretes— fluye tranquila hasta que uno de los oyentes, el también director Jesús Noa (28/12), añade pimienta al coloquio. Según él, a los actores no hay que tratarlos con tanta deferencia, ni explicarles tanto las cosas. Si uno es buen profesional, no necesita que le argumenten las directrices a seguir. Pero, como bien dice Laura, a los actores hay que guiarles sobre la base del guión, que es la materia prima y a nadie engaña. Aquí, dice sosteniendo unos papeles, está todo. Y lo que no está, intuye servidor, no puede explicarse.

    Juan José Ontiveros
    Jurado de la II edición del Shorty Week de Cádiz

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