En el seno de una sociedad como la china, que se mueve entre la tradición y el avance tecnológico con inusitada comodidad, el reflejo de las consecuencias de nuestros logros globales y globalizantes se hace más evidente. El humo primitivo de una hoguera con la que se calienta una familia de campesinos se confunde con el denso humo blanquecino que vomita una enorme chimenea industrial. Así empieza Smog journeys, un cortometraje realizado para Greenpeace que intenta poner de manifiesto los efectos de la contaminación en el noreste de China. Como indica el título, la cinta persigue el esmog (o neblumo, como también se conoce a esta forma de contaminación) en su viaje hacia la vida cotidiana de los habitantes de esta zona hasta convertirse en una sutil epidemia que impregna cualquier detalle de su día a día: desde un beso hasta el significado de una canción infantil.
El director y guionista Jia Zhangke (habitual de festivales como Venecia o Cannes, donde en 2013 se llevó el premio al mejor guion por Un toque de violencia) dirige este mosaico de pequeños momentos en los que lo viejo y lo moderno luchan de manera desigual mientras la humanidad, ajena a todo ello, continúa con sus vidas teñidas de gris. Esa prosperidad y el precio que tenemos que pagar por ella, que aceptamos e introducimos en nuestras vidas sin apenas rechistar, nos atrapa hasta tal punto que vemos como algo totalmente normal tener que salir a la calle con una mascarilla. Y al igual que, en ocasiones, los árboles no nos dejan ver el bosque, resulta frustrante que el esmog no nos deje disfrutar de una vida llena de color y alegría y nos haga olvidar que el cielo es azul.