Sueños de juventud.
Crónica de la quinta jornada de la 65ª edición de la Berlinale.
Quinto día. Llega el ecuador del festival y con él las primeras sorpresas, las que de verdad agitan la platea desplazando el progresivo agotamiento de los días y de películas correctas pero limitadas en cuanto a riesgos. Como suele ocurrir, las mejores bazas se reservan cercano el epílogo, y es por eso que, aunque los grandes nombres se concentran los primeros días, es a posteriori cuando las aparentes apuestas pequeñas desarman expectativas. Es lo que ha pasado hoy con el cine chileno, demostrando, de nuevo, una grandísima capacidad crítica con El Club de Pablo Larraín. La ovación ha sido más que intensa, atronadora, y Berlín no es un sitio que destaque por la efusividad de sus recibimientos. Lo dijimos el año pasado y en eso nada ha cambiado. Al igual que, saliendo de las salas, algunos aspectos internos del certamen. Se echan en falta ciertos servicios que podrían facilitar mucho al periodista, como una mejor organización en las colas (Toronto sigue siendo un referente en eso), o red inalámbrica habilitada para la zona del Palast y alrededores, pero uno trabaja con lo que tiene y lo organiza como mejor puede. Algo así debió pensar el programador de esta 65ª entrega al incluir en competición obras como As we were dreaming o Body. Trabajos decentes pero demasiado trillados, incluso por estos lares. Ayer fue el día de Chile y no sólo por el gran Larraín; también apareció otro de sus baluartes, Dominga Sotomayor. Fue en Forum y con una historia tan microscópica como sugerente: Mar.
«En los colegios conocí a varios colectivos de sacerdotes: unos santos, otros delincuentes en mitad de procesos judiciales y unos terceros que nadie sabe dónde están, porque la Iglesia católica los esconde». Pablo Larraín en la rueda de prensa de la Berlinale.
EL CLUB
Pablo Larraín, Chile, 2015 | COMPETICIÓN
Pablo Larraín no ha podido estrenarse mejor en Berlín. Su nuevo trabajo es lo más poderoso, por mucho, de todo lo que hemos visto hasta ahora en Competición, una sección que este año que nos está deparando bastantes decepciones, a pesar del renombre de algunos, especialmente los alemanes. Y, entre ellos, el chileno ha llegado dando un puñetazo en la pantalla y ofreciendo un brutal retrato, lleno de cinismo e incluso humor, al tabú de la pedofilia en el sacerdocio, enmarcándolo en un pequeño caserón, refugio de unos cuantos curas amantes de las apuestas y la manipulación. Es impresionante la capacidad del cineasta para abordar tan laceroso tema, como si se moviera en la cuerda floja, entre la solemnidad y el drama, pero con un trasfondo de burla que no llega a convertirse en maniqueísmo.
Es difícil recordar obra alguna que haya abordado conceptos similares tal como lo hace Larraín; verbalizando imágenes bastante duras sin ningún miedo, describiendo sin tapujos el abuso sexual de maneras bastante explícitas. El guion desata su rabia a partir de una muerte que provoca la investigación, por parte de un guía espiritual, de las diferentes personalidades de la casa a través de interrogatorios que indagan en sus pecados, sus miedos y lo que vieron en el momento clave. En el contexto: las apuestas de galgos se convierten en el secreto culpable de la comunidad, más preocupados (esos padres que deambulan bajo terreno) en sí mismos que en su alrededor; mientras, un vagabundo va gritando por las calles sus conexas miserias de infancia, recorriendo calles de tenebrosa fotografía entre las que charcos de sangre brotan cada cierto tiempo. Sin duda, una de las películas más importantes que ha estrenado Berlín este año. 87|100.
AS WE WERE DREAMING
Als wir träumten / Andreas Dresen, Alemania, 2015 | COMPETICIÓN
As We Were Dreaming es como si Shane Meadows cogiera la esencia de Trainspotting y, con ella, hiciera una película sobre la juventud de los suburbios alemanes, plagada de narices rotas, puñetazos, rabia y mucha música tecno recién salida de los clubes de In The Void. De ella toma prestado el diseño de créditos para establecer una estructura por capítulos que va definiendo el momento en el que se encuentra el grupo, chavales que montan un club underground y son continuamente asaltados por una banda rival en lo que es un incesante acoso que va marcando la narración en sus diferentes estadios; todos ellos contados con un tono vibrante, plagado de claroscuros, que buscan contagiar la fiebre de una juventud llena de impotencia y deseosa de comerse el mundo, rompiendo con las dinámicas de un contexto histórico inestable que les enfrenta irracionalmente a la gente del otro lado del muro.
El fuerte encontronazo entre Berlín Este y Oeste es algo que recorre, no ya sólo parte del espíritu de esta cinta, sino que también tuvo sus réplicas en la anterior Victoria, de manera algo más inofensiva, pero con mención más clara. Una idea interesante que se alía con lo que comentábamos hace poco, acerca de Berlín como una ciudad enérgica y revoltosa, deseosa de buscar alternativas que la establezcan como referente continua en arte urbano o locales de tendencias, donde precisamente es una de las capitales europeas por antonomasia para ello. Lo más estimulante de As We Were Dreaming, más que su pretendido discurso universal sobre los sueños de infancia y el desengaño de la madurez, es el trasfondo analítico en torno a un resentimiento que parece que todavía colea, merced a retratos como este. Es una lástima que su desarrollo no sea especialmente inspirado, terminando por dejar algo indiferente en su cierre, pero tiene sus méritos, permitiéndose incluso ciertas licencias musicales tremendas como Max Richter que elevan el nivel emocional, aunque, eso sí, muy puntualmente. 60|100.
BODY
Ciało / Malgorzata Szumowska, Polonia, 2015 | COMPETICIÓN
Malgorzata Szumowska afirmaba en una entrevista recientemente concedida a propósito del estreno de Amarás al prójimo, que uno de sus proyectos inmediatos sería una pequeña película de producción nacional que tendría su premiere (aparentemente) en la próxima edición de la Berlinale, y justamente hoy hemos asistido a ese momento. Un filme que comienza abordando, en tono de comedia negra coral, a varios personajes, principalmente un investigador y una terapeuta en un centro de rehabilitación, esbozando sus contextos poco a poco mediante escenas de ritmo pausado que juegan con un tono muy ambiguo; a medio camino entre el drama y lo absurdo, pero sin alcanzar nunca ninguno de los dos extremos; resultando bastante confusa en su indecisión, aparentemente buscada, a la hora de hilar un argumento que se ríe, no pocas veces, del espectador. Body es bastante más sólida que su anterior película, la citada Amarás al prójimo, pero con un foco algo indefinido y disperso entre tramas que van derivando no se sabe muy bien a dónde. A veces a la observación de una herida paterno-filial, a veces a la excentricidad íntima de una mujer que dice ver espíritus, caracterizada poco menos que como una solterona con problemas mentales de la que uno nunca esperaría fiarse del todo. Pero la propuesta de Szumowska es más inteligente de lo que aparenta y, reflexionando, parece que una de sus intenciones con Body es sorprender al espectador, utilizando el propio libreto como mofa, en forma de giros de guión tan poco plausibles como divertidos. Al mismo tiempo, está muy presente la conciencia social y política de la directora hacia su país en detalles muy sutiles que se pueden encontrar en pequeños márgenes. Ya sea en comentarios breves o un leve roce, de nuevo, carga contra la Iglesia y la ortodoxa sociedad de la nación centroeuropea. En conjunto, y a pesar de su irregularidad de tono, es un trabajo que continua dignificando una filmografía, cuanto menos, valiente. 63|100.
MAR
Dominga Sotomayor, Chile, 2015 | FORUM
Dominga Sotomayor se estrenó hace un par de años con De jueves a domingo. Un precioso debut, de factura muy íntima y con una emoción muy contenida, que acababa entre paisajes nostálgicos, interiores y geográficos, sobre el final de un matrimonio. Justo la misma atmósfera que empaña cada fotograma de Mar, pero con la sensación de que, en su contenido, falta algo, una chispa de viveza en un entorno estival que parece muerto, casi marchito, y los desaires de una pareja, de nuevo incomunicada a pesar de sus abrazos, tan distante y tan cerca que casi ni se conocen. En el vértice aparece la suegra, la madre de él. Una mujer absorbente y de carácter inestable a la que le gusta demasiado la copa de vino. El conflicto es casi invisible y el asalto al coche familiar apenas marca un único acto de violencia en todo el filme, relato de apenas 60 minutos cuyo objetivo no es tanto contar una historia, más bien plasmar un momento. Un instante en una vida tan ordinaria y llena de mundanidad que puede resultar hasta tediosa en su naturalismo, pero ojo, repleta de detalles que nos definen, a nosotros y a las relaciones que mantenemos. Y justo ese es el caso de hijo y madre, dualidad que marca la clave del discurso, y las imposibilidades de un hombre de enfrentarse a las responsabilidades que conlleva sentar la cabeza, pues la pareja apenas tienn 30 años, sintiéndose más seguro en la quietud del agua que en una cama que respira tedio y cansancio. Es un trabajo que se valora más por erigirse como una instantánea que como un una narración convencional. Siendo fiel al estilo de la cineasta de plasmar los conflictos internos con planos estratégicamente compuestos que cortan las caras, los brazos y los cuerpos; poniendo obstáculos entre ellos y la cámara, para ocultar sentimientos oscuros y, a la vez, melancólicos, aunque aquí no se perciban con tanta nitidez e intensidad como en su ópera prima. 65|100.
Gonzalo Hernández Espinosa
Enviado especial al 65ª edición del Festival de Berlín