En apenas unos días llegará a las pantallas y dispositivos portátiles la tercera temporada de House of cards, lo cual es todo un acontecimiento en el mundo televisivo. Primera serie 100% producida por Netflix y su segundo estreno, esta adaptación tanto de la novela de Michael Dobbs como de las miniseries británicas de Andrew Davies se ha convertido por su alta calidad en una cita indispensable para el espectador. Ganadora de dos Globos de Oro y cuatro premios Emmy, este drama político regresa con más interrogantes que nunca y mucha expectación. Con 13 nuevos capítulos a nuestra total disposición a partir del día 27, la serie de Beau Willimon se prepara para su examen anual de público y crítica. Pero para abrir boca, qué mejor que resumir en 8 puntos la grandiosidad de una creación tan especial.
1. El matrimonio Underwood: Son sin duda una de las parejas más interesantes de la televisión actual. Fascinantes, sería el término más apropiado. Interpretados por unos impecables Kevin Spacey y –sobre todo– Robin Wright, Francis y Claire Underwood casan a la perfección porque son iguales. Van a por el mismo objetivo, y entienden lo que cuesta llegar al lugar deseado. Se lo cuentan todo, apenas se juzgan y ante todo tienen una relación igualitaria. Reproches y culpas en la misma proporción, así como planes meticulosamente trazados. Sus reuniones para fumar junto a la ventana son ya antológicas, y entienden los límites de una relación sexualmente abierta.
2. Continuar las tramas abiertas: Los Underwood llegaron al poder más absoluto en el final de la segunda temporada; Doug Stamper quedó muy malherido en medio del bosque; Rachel huyó en medio de la noche; el presidente se dio cuenta de la trampa de Frank; Xander Feng y sobre todo Raymond Tusk quedaron en una situación terrible; el matrimonio protagonista hizo un trío con su chófer; un hacker de alto nivel sospecha indirectamente de las decisiones de Frank. Y muchas más cosas. Solo por ver cómo se dará (o no) respuesta a estos interrogantes, apetece mucho ver la temporada.
3. La calidad cinematográfica de la serie: Con el ganador del Emmy David Fincher estableciendo el tono visual en los dos primeros capítulos, la serie puede presumir de estar rodada no solo como cine, sino como cine del bueno. Encuadres con carga psicológica, movimientos de cámara nunca meramente funcionales, una apuesta visual que es un arma narrativa más y que debe ser ideal para los directores invitados. De ahí que la mayoría de los responsables de los capítulos sean gente con años de experiencia como cineastas (Joel Schumacher, Carl Franklin, James Foley, Jodie Foster), además de Agnieszka Holland para esta temporada.
4. La turbiedad reinante: Ni el más mínimo segundo de metraje es inocente en esta serie. Es un mundo retorcido, lleno de desconfianza y traición. Donde el amor no existe, el sexo da un placer autocombustible y solo importa comer antes de que te coman. Y a esas palabras y esa descripción le corresponde una atmósfera nada limpia, donde hasta la luz del día se filtra para no ser reconfortante. La maravillosa música de Jeff Beal termina de redondear el asunto, haciendo que el espectador nunca acabe los episodios sintiéndose feliz ni optimista. Puede que se sienta bien, pero solo porque entiende a los personajes y les interesan sus debilidades humanas.
5. El reflejo de la política: Junto a Veep o Alpha House, abiertamente cómicas pero que desprenden verismo, la serie que nos ocupa describe a conciencia cómo funciona la política en Washington. Negociaciones entre partidos, la importancia de la opinión pública, la paranoica actitud preventiva, la nula confianza, el contraste entre generaciones o los pulsos entre políticos testarudos. Al final parece que solo importa ascender o al menos mantener el puesto, casi nunca el servicio público que se está prestando.
6. No teme tocar temas candentes: China y sus complicadas relaciones fue uno de los grandes ejes argumentales de la segunda temporada, y se afrontó dando nombres y cargos y describiendo las realidades más complicadas. La presencia en el rodaje del grupo Pussy Riot hace unos meses hizo pensar que quizá la nueva temporada mire hacia Rusia, lo cual no sería extraño teniendo en cuentas las tensas relaciones entre ambos países. Con Frank en la presidencia, podremos saber con certeza qué opina de la guerra por el petróleo, el conflicto de Oriente Medio o lo que quieran Willimon y sus guionistas.
7. Nuestros momentos con Francis Underwood: Una de las cosas que más distingue a la serie es su apuesta narrativa por romper la cuarta pared, poder que solo tiene el protagonista –como sucede también en House of lies, curiosamente– y que cumple varias funciones. La más básica es que permite a Frank explicarnos puntos de la trama, o hacer algún que otro comentario cargado de cinismo, pero también nos implica de forma directa en sus acciones, incluso las más despreciables. Tras el asesinato de Zoe, por ejemplo, el vicepresidente volvía a su casa, y mientras se lavaba las manos en la soledad de su habitación, decía: “¿Creíais que me había olvidado de vosotros?” Esperemos que no se haya olvidado de la audiencia esta vez.
8. Los giros de guion: Como guionista, una de las maneras más eficaces de lograr que el público se interese por tus personajes es meterlos en líos muy grandes. Que las circunstancias de sus vidas no sean ideales, que tengan problemas a los que enfrentarse. Y que los resuelvan siempre, aunque parezca imposible. La intriga política que nos ocupa hace eso y más. Crea obstáculos constantemente para el matrimonio Underwood, único protagonistas en realidad de esta historia. El creador y su equipo se dedican a crear enemigos a batir, pero nunca poniendo las cosas fáciles a Francis y Claire. Ellos arriesgan los que más para ganar las batallas en las que se envueltos, y hacen un control de daños monstruosamente razonable.