Los pecados del amor o la inevitable desorientación vital
crítica a Grand Central (Rebecca Zlotowski, 2013)
¿Sabes cómo nacen los niños? ¿Cómo se hacen?, pregunta, micrófono y cámara en mano, Pier Paolo Pasolini a un grupo de niños. Así se inicia Encuesta sobre el amor (Comizi d’Amore, 1965), un viaje sociológico por la Italia de los ’60. Donde, sin ataduras y crítico a los tiempos que le tocaron vivir, Pasolini lucha por la verdad y la utopía del amor, la sexualidad y los aspectos identitarios que tales manifestaciones promueven. En una Italia marcada por la divergencia sociocultural de clases, la masiva ignorancia y el miedo, consecuencia de la desinformación y el Catolicismo. Una Italia, donde Roberto Rossellini proponía diez años antes, con Te querré siempre (Viaggio in Italia, 1954), una incisiva disección de los sentimientos humanos, coherentemente relacionados con su contexto social y cultural. Imagen del vacío que anida en el interior de sus protagonistas, interpretados por Ingrid Bergman y George Sanders. Y del deterioro progresivo de su relación. Poética meditación sobre como compartimos nuestros sueños y cómo estos se desvanecen con el tiempo, en contraposición a un prólogo casi insoportablemente emotivo: el desentierro de una pareja de amantes, abrazados, bajo las ruinas de Pompeya. Comprendemos, entonces, que el amor, la verdadera pasión amorosa, es la imposibilidad de aceptar la ausencia de la persona a la que amamos, de resignarnos a su inexistencia, y que sólo borrándonos en la nada conjuramos el temor a ese vacío. Hay una sabiduría aquí con la que tiembla toda la metafísica, como en algunas de las más inquietantes tragedias clásicas: podemos elegir, pese a las adversidades, la libertad de mantener ese amor y esa pasión para toda la eternidad.
Hermosa en su estética y romántica en su esencia, con una apuesta sonora y visual muy pensada que acompaña al discurso emocional de la película, Grand Central consigue retratar a la perfección esta mirada neorrealista del amor: las historias personales de un triángulo amoroso que componen Gary Manda, Karole y Toni –interpretados por Tahar Rahim, Léa Seydoux y Denis Ménochet, respectivamente-, tres personajes cuyos respectivos sentimientos mutuos parecen agotados; con la problemática del mundo como telón de fondo. Que, como en las películas de Rossellini, presenta un espacio en ruinas en perfecta harmonía a unos personajes desconcertados, deprimidos, ensimismados, incomunicados. Grand Central supone el segundo largometraje de la realizadora francesa Rebecca Zlotowski (París, 1980). Quien, con su ópera prima, Belle Épine, presentada en la 49ª edición de la Semana de la Critica del Festival de Cannes, brilló con luz propia, revelándose como uno de los auténticos descubrimientos del festival. Hecho que demostró escribiendo y dirigiendo, con mucho realismo, una obra casi abstracta. Donde el paso del tiempo no es cronológico, sino una continua acumulación de actos, escenas o sucesos que consiguen crear una atmósfera inconsolable, sofocante, que refleja perfectamente el duro camino, y poco optimista, del aprendizaje vital, moral y material de la protagonista, Prudence Friedmann —interpretada también por la bellísima Léa Seydoux—. Su segunda obra pudiera ser un apéndice de ese discurso. Donde el desequilibrio ya no es cuestión de experiencias, sino un estado cuasi eterno con el que combatir en plena madurez.
Inspirándose en la novela de Élisabeth Filhol, La Centrale, Zlotowski —en su retorno a la riviera francesa para competir en Un Certain Regard— muestra con gran habilidad el entorno donde se desarrollará la historia y cómo el paisaje influye en la configuración de la percepción de aquello que nos rodea: la llegada de un personaje enigmático, un héroe solitario que, como en las películas western, aparece de la nada, misterioso y sin raíces. Buscando, únicamente, un espacio donde circunscribir su independencia, su libertad, al entrar en el mundo de los adultos, esclavos de una paga o remuneración. Así, entramos en Grand Central, una central nuclear cualquiera. Un mundo extraño, marginal. Un entorno laboral opresivo y tenso. Un desalentador microcosmos, a la ribera de un lago, poblado por nómadas nucleares: hombres de fuerza bruta, mujeres sumisas y jóvenes sin más equipaje que las migajas que guardan en los bolsillos de sus pantalones. Unidos, solamente, por una convivencia hecha de camaradería, equívocos, esfuerzo, descanso, toros mecánicos y celos amorosos. Zlotowski sume a sus protagonistas, y por ende a su público, en un estado de constante alerta, en un interrogante continuo de cómo acabará todo. De cómo acabará un camino hacia la sensatez que no tiene final. Donde la verdad, como tal, transpira a través de todos los fotogramas: el corazón de los personajes tiene grietas y la radiación, invisible y nociva, les contamina lentamente. El saber que los propios ríos de la vida les lleva a la auto-destrucción. Y el amor, inevitablemente, es participe de ello. Por ello, te dejas llevar. Como el roce entre los cuerpos de Gary y Karole sentados en el asiento trasero de un coche. Sus miradas, que se encuentran con su propio reflejo, así como su respiración entrecortada, lo dice todo: el saber que el destino los engulle al verdadero poder destructivo del amor. Funesto e inminente. Porque pocas películas habían plasmado antes, de manera tan devastadora y visceral, pero a la vez tan bella, la aventura de amar. La más peligrosa, emocionante e incontrolable de todas las aventuras. | ★★★★★ |
Albert Margalef
Barcelona
Ficha técnica
Francia/Austria, 2013, Grand Central. Dirección: Rebecca Zlotowski. Guión: Rebecca Zlotowski y Gaëlle Macé. Productoras: Les Films Velvet / France 3 Cinéma / Rhône-Alpes Cinéma / KGP Kranzelbinder Gabriele Production. Presentación oficial: 67ª edición del Festival de Cannes. Música: Robin Coudert. Fotografía: Georges Lechaptois. Montaje: Julien Lacheray. Reparto: Tahar Rahim, Léa Seydoux, Olivier Gourmet, Denis Ménochet, Johan Libereau, Nahuel Pérez Biscayart, Camille Lellouche, Guillaume Verdier.