El culebrón más exquisito
crítica a Downton Abbey (2010-) | Quinta temporada / ★★★
ITV | 5ª temporada: 9 capítulos | Reino Unido, 2014. Creador: Julian Fellowes. Directores: Catherine Morshead, Minkie Spiro, Philip John, Michael Engler. Guionista: Julian Fellowes. Reparto: Hugh Bonneville, Laura Carmichael, Jim Carter, Brendan Coyle, Michelle Dockery, Kevin Doyle, Joanne Froggatt, Robert James-Collier, Allen Leech, Phillys Logan, Elizabeth McGovern, Sophie McShera, Lesley Nicol, Maggie Smith, Penelope Wilton, Lily James, Raquel Cassidy, Tom Cullen, Julian Ovenden, David Robb, Jeremy Swift, Douglas Reith, Jonathan Coy, Matt Barber, Daisy Lewis, Penny Downey, James Faulkner, Sue Johnston, Richard E. Grant, Rade Sherbedgia, Howard Ward, Catherine Steadman, Ed Speleers. Fotografía: Nigel Willoughby, Graham Frake, Michael McDonough. Música: John Lunn.
El prestigio es un fenómeno muy curioso, capaz de cambiar percepciones y juicios, tanto para bien como para mal. Con el permiso de Doctor Who o Sherlock (2010-), Downton Abbey es probablemente la serie británica actual más popular y exitosa, bañada en premios y nominaciones (logró entrar en la categoría de Drama en los premios norteamericanos, algo nada habitual porque las series británicas suelen presentarse como miniseries o TV-Movies) y con un alcance internacional, una operación creativa y de producción que le ha salido redonda al creador Julian Fellowes, recordemos oscarizado guionista por Gosford Park (Robert Altman, 2001) y al productor Gareth Neame. En su quinta temporada, y con una sexta ya asegurada, la serie detiene un poco sus habituales saltos temporales (ha cubierto 12 años de acción en apenas 43 capítulos) y se centra en narrar el 1923/1924 en el hogar que da título a la serie, centrando como siempre la atención en la vida y relaciones de la familia Crawley y el servicio del sitio. Fellowes, creador que firma cada episodio, algo habitual en la televisión inglesa, sigue logrando la hazaña de administrar ejemplarmente los 47 minutos de rigor por episodio, los poco más de 60 de los principios y finales de temporada y los 90 del especial de Navidad para que casi una veintena de personajes regulares tengan tramas propias, material con el que trabajar para el estupendo y muy compacto reparto. El tema del prestigio sale a colación al hablar de Downton Abbey porque, esencialmente, la serie es un culebrón. Un culebrón exquisito, precioso, con los mejores medios a su disposición, unos diálogos más que decentes y unos intérpretes entregados a la causa. Sí, todo eso es cierto, pero no deja de ser un culebrón. Prestigioso, eso sí, y por tanto no denostado como muchos de los culebrones que asolan la parrilla televisiva. Es verdad que la serie tiene un nivel de calidad que muchos de estos seriales histéricos no logran ni por asomo, pero no se puede obviar que cada vez sufre más los problemas de toda serie que basa su atractivo en las relaciones personales de los protagonistas. Los vaivenes sentimentales, las revelaciones sorpresa, los enamoramientos, los crueles sucesos del destino, el sufrimiento constante, las dudas de infidelidad, los cotilleos... un culebrón de manual, que en un principio deslumbraba por su coartada histórica y por lo bien hecho que está todo pero que ya, en una quinta temporada, parece que no tiene otra opción que la de seguir creciendo en intensidad, dramatismo e histerismo, forzando la paciencia del espectador. Aunque también, suponemos, enganchando a los propensos a seguir esta concatenación de eventos sorprendentes con la boca abierta y ganas de saber más.
Poco después de la presentación en sociedad de Lady Rose con que se despidió la cuarta temporada, la quinta tanda arranca con los personajes en medio de sus ajetreadas existencias en Downton. Una de las cosas más llamativas de la serie es que para Fellowes manda la historia y la lógica imperante de los acontecimientos, de manera que no se debe coger especial cariño a ningún personaje, especialmente si es parte del servicio, porque puede desaparecer si la trama así lo requiere. Así, para cuando terminen estos nueve episodios, Jimmy, Tom y parece que Rose estarán fuera de la historia. El primero por ser despedido tras acostarse con una invitada que le acosaba; el segundo porque al fin toma la decisión de emigrar a América a vivir su vida de idealista y hombre común y la última porque, para sorpresa de todos, conoce a un joven que para el final de la temporada será su marido. Es curioso que el personaje de Rose, que representaba la juventud salvaje e irresponsable, haya acabado domesticándose hasta ser “mujer de”. Eso sí, siendo esto Downton Abbey, el creador no puede dejar escapar la oportunidad de incluir un comentario sobre el antisemitismo al casar a Rose con un joven judío y chocar convencionalismos en las familias. El aspecto más interesante de la serie ha residido siempre en cómo Fellowes filtra los acontecimientos históricos y sociales en el clan familiar protagonista y su servicio, y en esta ocasión se hablará de las oleadas de inmigrantes rusos tras la Revolución, de la progresiva aceptación de conductas “inmorales” para la época, del peso del apellido, la honra de jóvenes tras la guerra o los horizontes de los miembros del personal que sienten cómo se aproxima un cambio de orden.
Si la serie puede presumir de seguir siendo buena, porque lo es, es por la honestidad de toda la peripecia, que es esencialmente un melodrama bondadoso donde se va a acabar haciendo lo correcto; por la entrega de un reparto que, nada extraño en la impecable escuela británica de intérpretes, son capaces de hacer creíble cualquier subtrama y emocionar al espectador con la honradez de su sentimiento y por la pericia del creador para escribir las ocasionales perlas de guión y cruzar tramas y personajes con limpieza y talento. También, por supuesto, por el impecable trabajo del equipo técnico y las impresionantes localizaciones inglesas, que son el marco y continente ideal para que el contenido fluya con tanta facilidad. A pesar de las repeticiones, recapitulaciones para que el espectador lo tenga todo claro y la saña de Fellowes con algunos personajes (Edith y Molesley parecen nacidos para sufrir) o su predilección por Lady Mary como heroína rebelde, el resultado final es mucho mejor que peor. Además, pocas series pueden presumir de, con su ritmo pausado y sus formas asentadas, de seguir explorando aspectos nuevos de los personajes sin que parezca forzado ni contradictorio con lo mostrado hasta el momento. La propuesta de matrimonio de Isobel, el pasado en Rusia de la Condesa, los celos de Robert y la oferta de Cora o las ansias de educación de Daisy proporcionan momentos muy interesantes y que dan más capas de sustrato al completo tapiz de personalidades que componen la serie, tanto encima como debajo del sistema social.
Elogio de la bondad inherente del ser humano y serie sin miedo al ridículo a la hora de hablar de sentimientos puros, Downton Abbey avanza retratando la evolución de sus personajes, creando intereses amorosos para buena parte del elenco y preparando el camino para lo siguiente. Una serie de tal éxito se mueve hacia delante con la seguridad de no ser cancelada, así que el creador puede acelerar o dilatar historias y revelaciones a su antojo. La historia de amor sufriente del matrimonio Bates sigue siendo un ejemplo a seguir de cómo hacer creíble y emotiva la unión romántica de dos personajes, pero la inesperada propuesta de matrimonio que despide la temporada logra el milagro de cogernos desprevenidos y lanzarnos hasta la espera de la sexta tanda con renovado interés, con el suspense de saber cuánto tardará Mary en enterarse de que es tía. Julian Fellowes está escribiendo un culebrón y lo sabe, pero al menos puede presumir de tener en sus manos el más prestigioso del momento. Sólo cabe esperar que refrene un poco su tendencia al exceso dramático y la histeria no se coma la calidad. | ★★★★★ |
Adrián González Viña
Redacción Sevilla