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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | El jugador

    El jugador

    Jugar a perder

    crítica a El jugador (The Gambler, Ruper Wyatt, Estados Unidos, 2014).

    Parece que fue ayer, en 2013, cuando descubrimos la verdadera estatura interpretativa de Mark Wahlberg, un rostro granítico y chulesco que —si nos remontamos a 1997— explotó gracias a su personaje en Boogie Nights, Dirk Diggler. Ese joven superdotado, es decir con superpolla, que escondía el ridículo tras una ingenua sonrisa de "dame pan y llámame tonto". El tío mostraba maneras, talento, gracia y virtudes de seducción sobre el trampolín; tal vez su metáfora profesional. A Wahlberg, no obstante, le pesan todavía ciertos manierismos de su faceta más solemne: ese tipo asediado por sus demonios interiores que decide romper con todo lo anterior y lanzarse a defender su patria o incluso a autoproclamarse patriota robando a la misma patria. El casco y el fusil, y un Mini Cooper. Nada que ustedes no sepan. Aunque muchos, eso sí, desconocían al Wahlberg productor, una de las mentes creativas y planificadoras tras series como En terapia y Boardwalk Empire, o filmes en los que también aparecía dejándose la cara (y algo más), véanse sus portentosas actuaciones en La noche es nuestra, The fighter o Infiltrados, que le granjeó una nominación al óscar. Papeles duros y arquetípicos que siempre nos obligaban a pensar en un actor unidimensional, aun conociendo su amplio registro. De ahí la importancia básica, no me duele decirlo, que algunos temen reconocer en una película titulada Dolor y dinero, cuya espídica y delirante acción saltaba por los aires muy pronto, con un trainer haciendo abdominales como un murciélago a plena luz del día, pendiendo de una barra a mucha altura y revelando una de las grandes frases del cine reciente: "Me llamo Daniel Lugo y creo en el fitness". Así, con la bofia pisándole los talones y un fuego declarado a sus espaldas, en una calle paralela. Daniel cree en el fitness, sí, pero sobre todo, cree en América. Y nadie como Wahlberg representa a ese tipo corriente en caída libre. El amigo emprendedor al que invitarías a ver una peli de Disney, y, después, a cubatas (y lo que surja) en el puticlub más quinqui de la ciudad.

    Todas esas personalidades o, dicho más claramente, todos los Mark Wahlberg posibles —el entusiasta, el frágil, el chulo, el ludópata, el prosaico, el depresivo, el aforístico, el descreído sin causa—, cristalizan por fin en un único nombre: Jim Bennett. Un trasunto existencialista del mismo profesor de literatura al que ofreciera voz y rostro James Caan en el título que hoy versiona (es un remake) Rupert Wyatt. El director británico deja atrás a los simios que lo vieron nacer comercialmente, y prestigia aquí las formas del Nuevo Hollywood, haciendo especial énfasis en los títulos más setenteros, tanto por fecha como por estilo. El jugador arranca de manera excelente, con el protagonista despidiéndose de su moribundo padre, que apura sus últimos estertores y le dice a su hijo algo más o menos inteligible. El resuello asmático de la muerte. Al funeral van casi todos, pues son gente bien, clase alta sin conductas imperdonables ni "garbanzos negros". Salvo él, el profesor de universidad, un man in black ludópata que parece despreciar a su familia. No muestra aprecio por los billetes verdes. Ni siquiera aprecia a sus alumnos, jóvenes aspirantes a, según él, la nada. O sea al fracaso. ¿De qué sirve jugar a este juego si no puedes ganar?, se pregunta. Hace tiempo escribió una novela que recibió buenas críticas. Ahora no escribe porque se siente inseguro, está cagado de miedo, aterrado porque quizá certifique sus sospechas: que es un mediocre y que escribir, como diría Juan José Millás, es una peste. La madre de Jim (Jessica Lange) tiene una mirada piadosa y unos pómulos que brillan como recién encerados. Y su mejor alumna, Amy, es la única con verdadero talento. Él lo repite y ella se lo cree. Entretanto se pule la nómina jugando a las cartas y a la ruleta y debe dinero a un asiático que, no sé por qué (o sí), le concede más y más crédito hasta que de tanto tensar la suerte, ésta se rompe y Jim también. O casi.

    El jugador
    Brie Larson en un fotograma promocional de El jugador

    El jugador brilla con potencia durante largo trecho. Wyatt adorna el conjunto con un soundtrack de primer nivel, a la manera en que Martin Scorsese lo hacía/hace con sus mejores filmes: suena el Common People de Pulp, el This Bitter Earth de Dinah Washington, y canciones de bandas contemporáneas como St. Paul & The Broken Bones, cuyo soul arrecia en los créditos iniciales, mientras Jim pisa el acelerador de su deportivo en mitad de la noche, y solistas de voz rasgada como Ray LaMontagne. Y, por supuesto, nada que objetar. Aunque la historia se presume más turbia de lo que realmente es: apenas un imán estético plagado de secundarios sin fondo. El siempre intimidante John Goodman interpreta a un ¿gánster? cuya presencia física se ve diezmada por un discurso falto de interés y lleno de retórica paternalista. Es más Pedro Picapiedra, gruñón holgazán, que Bones Darley, el conseguidor outsider de Sentencia de muerte. Aun así, Wahlberg se impone en parte gracias a su capacidad para gestionar (y emular frente a todos ustedes) los distintos grados que suman una derrota perfecta. Mal rematada, sí, pero qué bien vestida. | |

    Juan José Ontiveros
    Redacción Madrid


    Ficha técnica
    Estados Unidos, 2014. The Gambler. Director: Rupert Wyatt. Guión: William Monahan. Fotografía: Greig Fraser. Música: Jon Brion, Theo Green. Reparto: Mark Wahlberg, Brie Larson, Jessica Lange, John Goodman, Michael K. Williams, Sonya Walger, Emory Cohen, Leland Orser, George Kennedy, Richard Schiff. Productora / Distribuidora: Paramount Pictures. 


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