Vida y obra de un patriota
crítica a El francotirador (American Sniper, Clint Eastwood, 2014) / ★★★★
Pocos países salieron tan bien parados de la Segunda Guerra Mundial como Estados Unidos. Convertidos ya en potencia mundial, sus habitantes comenzaron a conocer lo que significaban todas esas libertades que les habían prometido —excluyendo a las clases minoritarias, por supuesto—. La población estaba acomodándose cuando, en 1962, la sombra de unos misiles apuntando a sus emblemáticos rascacielos forzó a los estadounidenses a sacrificar, de algún modo, su libre albedrío; se atrincheraron en sus casas, temerosos de las consecuencias que acarrea el poder o, como dijo el maestro B.B. King “Paying the cost to be the boss”. Afortunadamente todo quedó en un susto —un susto de intensidad DEFCON 2—, y tras trece largos días, la situación se normalizó. Norteamérica se hacía fuerte, respetable y, sobre todo, temible. Los ciudadanos permanecieron inalterables durante casi cuarenta años en su fortaleza infranqueable, decidiendo la gracia y la suerte del resto del mundo hasta que llegó el 11 de Septiembre de 2001. La caída de las Torres Gemelas supuso la reinstauración del miedo endémico norteamericano. Un temor casi olvidado que se intensificaría y se expandiría a lo largo de toda la población, dentro de una atmósfera de amenaza y odio que multiplicaría el riesgo de xenofobia y caos armamentístico. Lo que muestra Clint Eastwood en su última película, El francotirador (American Sniper), no es más que otro episodio de las consecuencias de ese estado de alarma.
No hay duda de que América necesita a sus héroes patrióticos, y los héroes necesitan a Eastwood para no perder su función fundamental, la heroicidad. El cine, por mucho que nos pese, sigue precisando de una romántica mirada propagandística que nos recuerde el aroma de los grandes clásicos. Con 84 años, el director ha creado estilo y escuela, se ha ganado el derecho de hacer el cine que le gusta y, desde luego, no parece oportuno venir ahora a dar lecciones morales a una de las pocas leyendas vivas que quedan del séptimo arte. En esta ocasión, el realizador nos ofrece una película biográfica sobre el francotirador más letal de los Estados Unidos. El tipo era un sociópata prejuicioso condicionado por esa instauración del miedo y la generalización del odio hacia los árabes que comentábamos al comienzo. Es cierto que Eastwood ensalza la figura del soldado hasta la práctica santificación, pero como uno de los “padres” fundadores del old school style americano, es evidente que va a proteger a los suyos, Eastwood está haciendo, por lo tanto, exactamente lo que el protagonista de El francotirador. La cinta comienza con Chris Kyle en lo alto de un tejado con la mira de su fusil de largo alcance enfocando a una mujer y su hijo que se dirigen hacia un convoy estadounidense con una granada en las manos. En el momento crítico, el director introduce un flashback explicativo que nos dará una idea de cómo ha acabado el protagonista en esa situación, en la que la decisión sobre si dos personas viven o mueren recae sobre él sin ninguna consecuencia. Entonces vemos a Kyle cuando era un niño, defendiendo a su hermano pequeño de un abusón en el patio del colegio. Al llegar a casa, su padre, aficionado a la caza, les da una lección sobre los valores que han de seguir. “No seas un abusón, no te metas con nadie, pero siempre has de defender a los tuyos”. Ahí encontramos la perfecta analogía —apología— de los francotiradores, y así nos lo muestra la película. Desde las alturas, Kyle es el salvador del equipo de tierra “los soldados se sienten protegidos sabiendo que tú miras por ellos desde ahí arriba”.
Una vez finalice ese flashback, el filme proseguirá con la escena que había interrumpido para desvelar si el soldado, perteneciente a los Navy SEAL, es capaz de llevar a cabo el disparo crucial. Se termina de conocer al héroe. Un héroe que llamará sucios salvajes, desgraciados y lindezas semejantes al enemigo, pero antes, el director nos presentará a “el carnicero”. Un terrible y despiadado asesino que mata y tortura indiscriminadamente. Este personaje tiene una clara función, excusar las acciones del protagonista. Aquí se aprecia perfectamente ese bombardeo propagandístico al que se enfrentó el ciudadano de a pie. La repetición sistemática y mediática del atentado a las torres gemelas que ocasionó esa animadversión islámica, sirvió para que la mayoría de los norteamericanos volvieran a prescindir de sus libertades, otorgando poderes de largo alcance al FBI y la CIA para aniquilar (en palabras de George W. Bush) a ese “eje del mal” que constituía una amenaza, no contra el país en general sino contra cada uno de los hogares. Sería injusto acusar a Eastwood de estar motivado por este subliminal lavado de cerebro, cuando el ensalzamiento de figuras con comportamientos moralmente reprochables lo hemos encontrado unánimemente elogiado desde la época dorada de Hollywood hasta la actualidad con títulos como El padrino (The Godfather, 1972) o Centauros del desierto (The Searchers, 1956). El director siempre ha constituido una de las más claras influencias en ese clasicismo moral marcado por una perseverante protección de la familia, el odio al indígena y la destreza de las armas, por lo que continúa en esa línea bajo unas directrices irreprochables.
La estructura narrativa se divide en tres partes bien marcadas. Una introducción, que dura hasta la boda del protagonista, en la que se presenta la predisposición marcial de éste a consecuencia de su patriotismo y el “ninelevenismo” febril (11/9), aquí se incluye el adiestramiento militar al que se sometió para pasar de ser un cowboy rebelde a un soldado disciplinado. El desenlace, que expone los hecho verídicos tal y como ocurrieron. Y el desarrollo conceptual de la guerra, mostrado a través de la acción de campo, dividida a su vez en cuatro “tours” correspondientes a las cuatro salidas de Kyle hacia Irak. El director deja fuera de escena en este apartado algunas de las constantes clásicas del cine bélico, como las relaciones entre soldados, la confrontación militar con la población civil y los conflictos jerárquicos producto de la rigurosa cadena de mando. Por el contrario muestra a un protector solitario que vela por la seguridad de su equipo desde las alturas del mismo infierno. El Punisher acecha —la sección de Kyle adorna sus armas y uniformes con la calavera de Frank Castle, antihéroe y veterano de guerra creado por Marvel Comics—. Cada vuelta al conflicto va generando más distanciamiento con su mujer quien, como bien ha representado el cine americano desde sus orígenes, se niega a aceptar la incertidumbre de ver marchar continuamente a su marido hacia una posible muerte. Las mujeres de los combatientes no rechazan la guerra como ejercicio patriótico, sino la fractura que ésta produce en su matrimonio. Sin embargo, el francotirador se verá incapaz de quedarse en casa mientras tenga enemigos pendientes que amenazan su seguridad y la de sus hijos, representando la adicción de los soldados por la contienda, el miedo a los posibles ataques, la inseguridad que despierta el enfrentarse a un enemigo impredecible y la necesidad de ponerle fin aniquilando a los causantes de sus temores.
Al contrario de lo que ocurría en Corazones de acero (Fury, 2014), Eastwood vuelve a otorgarle dignidad al soldado americano y deshumaniza al enemigo por medio de esta hagiografía romántica que se aprovecha de algún truco demagógico para acercar al espectador, a la vez que recurre al firme pulso de este “francodirector” para lograr que la historia resulte ejemplarmente ejecutada. Al final, se dejará que el mismo pueblo americano juzgue si Chris Kyle es digno del sensacional homenaje recibido, mediante la introducción de unas astutas imágenes de archivo. Y lejos de valorar la moraleja o la hipocresía de la violencia contra un rival en inferioridad de condiciones, lo que quedará tras El francotirador es un asombroso manifiesto de la dramaturgia de toda una leyenda que sigue siendo capaz de asfixiar a una sala de cine en medio de una tormenta de arena, y hacer que el espectador aguante la respiración mientras una bala se aproxima a cámara lenta, movida por los inconfundibles acordes del excepcional Ennio Morricone, a un supuesto objetivo, prácticamente inalcanzable e inconfirmable, situado a 2.100 metros de distancia. | ★★★★★ |
Alberto Sáez Villarino
Redacción Dublín (Irlanda)
Ficha técnica
Estados Unidos. 2014. Título original: American Sniper. Director: Clint Eastwood. Guion: Jason Hall (Autobiografía: Chris Kyle). Duración: 132 minutos. Montaje: Joel Cox y Gary Roach. Música: Clint Eastwood, Ennio Morricone. Fotografía: Tom Stern. Productora: Warner Bros. / Village Roadshow / 22 & Indiana Pictures / Malpaso Productions / Mad Chance Productions. Intérpretes: Bradley Cooper, Sienna Miller, Luke Grimes, Jake McDorman, Kyle Gallner, Keir O'Donnell, Eric Close, Sam Jaeger, Owain Yeoman, Brian Hallisay, Marnette Patterson, Cory Hardrict, Joel Lambert, Eric Ladin, Madeleine McGraw.