La organización del festival de Cannes remarcaba en la rueda de prensa de presentación de la programación el exiguo número de debuts que presentaba su 67ª edición. 5 títulos, 5 óperas primas encuadradas en Una cierta mirada, que lucharían por la Cámara de Oro. Uno de ellos, estaba justificado por la presencia de una rutilante estrella de Hollywood como capitán de navío; otro, el que nos ocupa, era el patito feo del programa. Más siendo la inauguración del segundo apartado en importancia del certamen, siempre acotado a productos de mayor ligereza y menor profundidad. Contra pronóstico, la primera fue la ganadora. Por una vez, los deseos del público habían coincidido con la elección de un jurado. Mil noches, una boda (Party Girl) había sonado durante los ochos días previos al anuncio del palmarés. Como ocurriera con la chilena Gloria en Berlín y San Sebastián, el espectador medio había dado su veredicto. Una historia cercana había conquistado los corazones de una platea insensibilizada ante tanto ejercicio autoral. Con el premio en la mano, otorgado por Pablo Trapero, llegaron las preguntas. ¿Quiénes son los protagonistas de ese trinomio ganador? Porque Mil noches, una boda tiene tres directores: Marie Amachoukeli-Barsacq, Claire Burger y Samuel Theis. La primera (35 años), guionista y cortometrajista de orígenes georgianos, es una de las promesas emergentes el nuevo cine francés; siempre acompañada por la segunda, habitual guionista de sus piezas de pequeño formato, aparte de una sólida carrera como editora; el tercero, actor y también escritor, es la fuente inspiradora del largometraje, no obstante es su familia la que se ve reflejada en Mil noches, una boda. Una compleja entente que nos deja uno de los trabajos más interesantes del 2014. Una mirada a unos sueños que jamás dejan de aflorar por muy oscuro que sea el túnel, por muy agreste que sea la vida. Son los sueños y miedos de Angélique.
La historia de Angélique ya había sido llevada a la pantalla en el aclamado cortometraje Forbach, llevado a buen puerto por los tres cineastas nombrados con anterioridad. Ambos proyectos tienen una misma protagonista: Angélique Litzenburger. Es la fábula sobre su vida la que aparece en 35 mm. Huelga decir que el punto de vista de una historia cuya actriz se interpreta a sí misma es documental. Y esta es la gran primera virtud de Mil noches, una boda. Un tono de realismo cuasi mágico, centrado en primeros planos que extrapolan esa mirada perniciosa a Cronos que Angélique muestra, denotando ese amarre a una juventud que dijo au revoir hace bastantes atardeceres. Unos encuadres que, como comentaba Alberto Sáez Villarino en EAM, se halla cercana al Cassavetes más primigenio: «Este manejo de la cámara nos hace recordar a uno de los mayores precursores del cine independiente estadounidense: John Cassavetes, en quien, sin lugar a dudas, se han inspirado los realizadores para la construcción de este crudo dibujo derrotista sobre el fracaso, la falta de oportunidades, y la forma en la que éstas se desaprovechan por culpa de la prolongación de una adolescencia demasiado pertinaz. Con un cierto toque de mujer fatal, encontramos a la fracasada por naturaleza, la mujer indomable que, tratando de no ser esclava de nadie, se convierte en víctima de su propia desidia. Indirectamente encontramos a otra clase de perdedor, el influido por una mujer, fenómeno casi obsesivo en los ámbitos literarios y fílmicos. Una mujer capaz de arrastrar y utilizar al hombre hasta convertirlo en un pelele, un títere que, inducido por ella, es capaz de derrochar hasta el último céntimo por comprar su afecto».
Mil noches, una boda se puede catalogar como un filme duro pero también vitalista que como indicaba Gonzalo Hernández tras su paso por Cannes: «consigue enganchar a su público con un ritmo bastante dinámico y hasta conmueve en su tratamiento de la soledad y la inmadurez amorosa. Angélique es el retrato exacto de una serie de mujeres que, como Bette Davis en ¿Qué fue de Baby Jane? o Gloria Swanson en Sunset Boulevard, viven de la nostalgia de lo que fueron, y están convencidas de que, aún a pesar de la evidente decadencia de su físico y la perdida de inocencia, siguen siendo la joven veinteañera de esa fotografía deslucida que guardan enmarcada en el escritorio». De este modo, con el foco centrado en la figura de Angélique, su alter ego brilla con luz propia. Angélique Litzenburger logra una interpretación tan mordaz como cautivadora. Una diva del quinto con bata y pantuflas que no sabe cuáles son las respuestas correctas tras una vida tan insustancial como adictiva. Sentimientos licuados con alcohol para dar sentido a una existencia donde la única luz era color neón; donde la sinceridad siempre depende de unas cuantas monedas de más. La señora Litzenburger, con su yo pasado y su yo presente, es el gran valor de Mil noches, una boda. Un calificativo que también se podía aplicar a la excelsa banda sonora que acompaña a las desventuras de esta adolescente sexagenaria. Con Still Loving You, de Scorpions, como main title, aparecen cortes firmados por Mike Brant o Chinawoman (I'll be your woman o el tema homónimo) que otorgan ese carácter lúdico-dramático y también accesible a la cinta de Marie Amachoukeli-Barsacq, Claire Burger y Samuel Theis. Una de las grandes óperas primas de un año parco en nuevos nombres. No se la pierdan.
Emilio Luna
Redacción Madrid