Cordero con piel de lobo
crítica a St. Vincent (Theodore Melfi, Estados Unidos, 2014).
Que Bill Murray es uno de los grandes es algo que, a estas alturas de la película, pocos deberían dudar ya. De ser uno de los cómicos más talentosos salidos de la cantera del Saturday Night Live y protagonizar un buen puñado de éxitos populares de los 80 y 90 como El pelotón chiflado (1981), Los cazafantasmas (1984) o Atrapado en el tiempo (1993), pasó a ser reconocido también como actor dramático gracias a trabajos como los de Lost in Translation (2003) o Hyde Park on Hudson (2012), que le colocaron a la cabeza de las carreras de premios más importantes. Sin embargo, se echaba en faltas en los últimos tiempos un vehículo para lucimiento de Bill Murray en todo su esplendor, donde éste pudiese moverse a sus anchas como dueño y señor de la función, del mismo modo que lo hizo en aquel clásico navideño que fue Los fantasmas atacan al jefe (1988). Wes Anderson nos regaló pequeñas píldoras de su genio en sus películas, sí, pero ya era hora de que llegase LA PELÍCULA de Murray. Y esa es St. Vincent (2014), la ocasión ideal para que vuelva a interpretar el perfil de personaje cascarrabias, irreverente y peleado con el mundo que, sin duda, es el que mejor se le da.
No se puede decir que esta propuesta de Theodore Melfi –en su segundo trabajo como director tras la ya lejana Winding Roads (1999)– sea, precisamente, un prodigio de originalidad. El planteamiento del viejo cascarrabias que redescubre su humanidad gracias a la irrupción de un niño en su vida es algo que el cine ya nos ha mostrado a través de títulos tan formidables Mejor imposible (1997) –con un excelso Jack Nicholson merecedor del Óscar– o la obra maestra de Pixar Up (2009). Sin embargo, Melfi se las apaña para, a través de un hábil guion, realizar un sutil y agridulce canto a la tolerancia a través de un conjunto de personajes llenos de imperfecciones que, a pesar de todo, consiguen hacer una piña y formar una especie de entrañable (a su particular modo) familia disfuncional. De este modo tenemos alrededor de Vincent, este antisocial, borracho y aficionado a apostar su poco dinero en las carreras de caballos, que se presta a servir de canguro para el hijo de Maggie, su nueva vecina, una pobre mujer que trabaja demasiadas horas en un hospital con el miedo constante a que le sea arrebatada la custodia de su pequeño a manos de su ex. Este rol le sirve a Melissa McCarthy para desmarcarse de los papeles de bufón a los que nos tiene acostumbrados, potenciando la humanidad que éstos siempre han escondido tras sus aparatosas caídas y constantes salidas de tono, y mostrándose mucho más contenida, transmitiendo muy bien la desesperación de su personaje y sus intentos por ser una buena madre aun cuando todos los elementos estén en su contra. Si McCarthy tiene la oportunidad de mostrar una faceta algo más dramática de lo que le conocíamos hasta el momento, el caso contrario es lo que pasa con Naomi Watts, divertidísima en un papel de comedia que la aparta, momentáneamente, de los intensos papeles de sufridora que suele desempeñar. Su rol de Daka, una “dama de la noche” rusa embarazadísima, perpetuamente cabreada y tan malhablada con Vincent es un pequeño bombón que la australiana ha sabido aprovechar, consiguiendo ser nominada como mejor actriz secundaria por el Sindicato de Actores. Todos los actores están perfectos, incluido el pequeño Jaeden Lieberher, toda una feliz revelación que se aleja de la imagen repelente y resabiada de la mayoría de estrellas infantiles made in Hollywood.
Acompañada de una excelente banda sonora, St. Vincent se mueve con gran elegancia y sutileza entre dos géneros, funcionado como comedia salpicada de toques trágicos o como drama con elementos cómicos, según se mire. Murray lo mismo está divertidísimo enseñándole a su pequeño alumno cómo debe enfrentarse a la vida –podar un césped inexistente del jardín o noquear al matón de turno de la escuela, por ejemplo–, que conmovedor en las horas más bajas de su complejo personaje (geniales esos bailoteos que se marca, reflejo del patetismo de un ser que ahoga sus penas en la bebida). El costumbrismo de todas estas escenas y las interrelaciones entre los cuatro protagonistas son las bases sobre las que se apoya una historia sencilla pero que va ganando en emotividad conforme se va deslizando hacia su desenlace, tal vez demasiado cómodo y políticamente correcto para quienes esperaran una obra más traviesa o con más mala leche. Y es que la moraleja final vendría a ser la de que, incluso detrás de cada persona con la peor reputación de cara a la sociedad, se puede esconder un santo en potencia, capaz de ayudar a los demás de manera desinteresada y desde el anonimato, sin hacer alardes de caridad cristiana. No sabemos si el Vincent de Murray merece el calificativo que el niño termina atribuyéndole en su discurso ante todo el colegio, pero lo cierto es que se trata del mejor personaje que ha caído entre sus manos en mucho tiempo, capaz de aunar todos los registros del intérprete en un solo trabajo. Solo por él ya merece mucho la pena el precio de una entrada a esta estupenda demostración de que se puede hacer buen cine independiente americano sin renunciar a las aspiraciones comerciales, contentando por igual a todo tipo de público. | ★★★★★ |
José Antonio Martín
Redacción Las Palmas de Gran Canaria
Ficha técnica
Estados Unidos. 2014. Título original: St. Vincent. Director: Theodore Melfi. Guión: Theodore Melfi. Productora: Chernin Entertainment / Crescendo Productions / The Weinstein Company. Fotografía: John Lindley. Música: Theodore Shapiro. Montaje: Sarah Flack, Peter Teschner. Intérpretes: Bill Murray, Melissa McCarthy, Naomi Watts, Jaeden Lieberher, Chris O'Dowd, Terrence Howard, Dario Barosso.