Desmontando a Alice
crítica a París-Manhattan (Sophie Lellouche, Francia, 2012).
¿Quién no recuerda a aquel entrañable cinéfilo aquejado de mal de amores que recurría al mismísimo Humphrey Bogart como asesor sentimental en la divertida Sueños de un seductor (1972)? Aquella comedia fue la adaptación de una exitosa obra teatral escrita y protagonizada por Woody Allen, que repitió el personaje protagonista en la gran pantalla. De hecho, a pesar de estar dirigida por Herbert Ross, la película parecía más de Allen que muchas de las dirigidas por él mismo. Como es habitual, el genio neoyorquino representó al típico perdedor sin confianza en sí mismo que, a través de la carismática figura del protagonista de Casablanca o El sueño eterno –con quien mantenía conversaciones en sus recurrentes alucinaciones–, conseguía superar sus miedos a la hora de acercarse a las mujeres, ofreciendo, de paso, un buen puñado de parodias y homenajes al cine clásico. Cuarenta años después, cuando Woody Allen ha conseguido una de las carreras más fascinantes como director, guionista y actor, es él quien se convierte en objeto de admiración y modelo de hombre perfecto para la protagonista de otra comedia. Es por esto, y por su similar manera de jugar con realidad y ficción, que París-Manhattan (2012), el debut como realizadora de Sophie Lellouche, tiene muchos puntos de contacto con la cinta de Herbert Ross, del mismo modo que sirve para homenajear –siempre desde el cariño– a la trayectoria de Allen, con muchísimas referencias a algunos de sus mejores títulos.
Como viene siendo habitual dentro de la comedia romántica más convencional –provenga de Hollywood o de fuera, da igual–, la historia se construye alrededor de un personaje femenino que parece tenerlo todo al alcance de la mano para ser feliz en la vida. Alice proviene de una familia burguesa, es guapa y se siente realizada profesionalmente siendo la dueña de una farmacia. Sin embargo, le cuesta encontrar al hombre de sus sueños por una sencilla razón: es una fanática de la obra de Woody Allen y ha mitificado tanto su figura –para ella es el chico más guapo (increíble pero cierto) y que mejor sabe hacerle reír sin insultar su inteligencia– que no puede evitar compararle con todo pretendiente que se le acerque. Podría decirse que la vida de Alice transcurre al son de los temas musicales de Cole Porter. Es tal su obsesión por el director de Annie Hall que mantiene conversaciones imaginarias con su imagen en un poster que preside la pared de su habitación. Desde aquel trozo de papel, Allen le imparte sus particulares lecciones sobre la vida, el amor o la religión, o sea, los temas que tan bien conoce y que se han convertido en recurrentes en toda su filmografía. Del mismo modo que Alice siente admiración por el cineasta, la directora de París-Manhattan realiza en ésta, su ópera prima, una encantadora carta de amor a Allen, impregnando cada fotograma del aroma y los tics de su cine, especialmente el que desarrolló durante los 80 con Mia Farrow como musa. De este modo, las relaciones de Alice con sus padres y, sobre todo, con su hermana felizmente casada, tienen mucho de aquella obra maestra titulada Hannah y sus hermanas (1986), en la que también se descubre la sorprendente trastienda que se esconde tras la imagen idílica de una familia. Hay también una pequeña subtrama detectivesca –de andar por casa, eso sí– en donde Alice y Víctor, el vendedor de alarmas que se cruza en su camino, actúan como lo hicieran Diane Keaton y el propio Allen en Misterioso asesinato en Manhattan, investigando las interioridades de la vida conyugal de otra pareja, tal vez, como síntoma de la frustración de la suya propia. Pese a tratarse de una producción francesa, su argumento bien podría haberse ambientado en Nueva York, ya que está habitado por el mismo tipo de personajes cínicos y neuróticos de aquellas obras.
París-Manhattan viene a ser, más que un homenaje, un ejercicio de mimetismo en el que la realizadora francesa toma prestados los temas y lugares comunes de su modelo, logrando que su película tenga un encanto y elegancia bastante por encima de lo habitual en su género. Acierta de lleno, además, en la elección de Alice Taglioni como protagonista, ya que llena la pantalla gracias a su perfecta combinación de sensualidad y vis cómica. Patrick Bruel está también estupendo como (anti)galán romántico, mientras que el resto de secundarios cumple su cometido con corrección. Sin embargo, el calado intelectual de la propuesta es tan solo aparente, ya que los diálogos y situaciones carecen, pese a su intermitente chispa, de la inteligente ironía de los guiones de Allen, siendo Lellouche una alumna, sí, pero nunca aventajada. De hecho, ni siquiera sabe aprovechar como debiera la presencia de Allen interpretándose a sí mismo, ya que, como guionista, se muestra incapaz de poner una sola frase ocurrente en sus labios durante los minutos en que aparece. Finalmente, París-Manhattan no llega ni a la altura de un Allen menor –bueno, tal vez sea mejor que Vicky Cristina Barcelona (2008)–, pero sí supone un agradable y simpático soplo de aire fresco dentro de la encorsetada comedia sentimental de los últimos años, aunque solo sea por sus bienvenidas citas cinéfilas o porque sus escuetos 74 minutos de metraje hagan que resulte prácticamente imposible que al espectador le dé tiempo a aburrirse. | ★★★★★ |
José Antonio Martín
Redacción Las Palmas de Gran Canaria
Ficha técnica
Francia. 2012. Título original: París-Manhattan. Directora: Sophie Lellouche. Guión: Sophie Lellouche. Productora: Vendôme Production / France 2 Cinéma / SND / Canal+ / Ciné+ / France Télévision / A Plus Image 3 / Palatine Étoile 9 / Dévelopimage. Fotografía: Laurent Machuel. Música: Jean-Michel Bernard. Montaje: Monica Coleman. Intérpretes: Alice Taglioni, Patrick Bruel, Marine Delterme, Michel Aumont, Marie-Christine Adam, Louis-Do de Lencquesaing, Yannick Soulier, Woody Allen.