Familia y legado escritos con sangre
análisis final de Hijos de la anarquía (2008-2014).
FX / Sons of Anarchy / 7 temporadas: 92 capítulos | EE.UU, 2008, 2009, 2010, 2011, 2012, 2013, 2014. Creador: Kurt Sutter. Directores: Paris Barclay, Guy Ferland, Gwyneth Horder-Payton, Peter Weller, Billy Gierhart, Kurt Sutter, Stephen Kay, Adam Arkin, Terrence O´Hara, Paul Maibaum, Phil Abraham, otros. Guionistas: Kurt Sutter, Chris Collins, Charles Murray, Kem Nunn, Roberto Patino, Mike Daniels, Dave Erickson, Liz Sagal, Regina Corrado, Gladys Rodriguez, Jack LoGiudice, otros. Reparto: Charlie Hunnam, Katey Sagal, Kim Coates, Tommy Flanagan, Theo Rossi, Mark Boone Junior, Dayton Callie, Maggie Siff, Ron Perlman, David Labrava, Ryan Hurst, Drea de Matteo, Michael Ornstein, Winter Ave Zoli, William Lucking, Jimmy Smits, Kurt Sutter, McNally Sagal, Niko Nicotera, Jeff Kober, Robin Weigert, Kenneth Choi, Michael Beach. Fotografía: Paul Maibaum, David Boyd, John C. Flinn III, otros. Música: Bob Thiele.
Cuando una serie muestra desde su primer capítulo como una yonqui embarazada de nueve meses se inyecta hasta la inconsciencia, con la subsecuente operación a corazón abierto para salvar al bebé, uno sabe que está viendo algo fuera de la norma. Algo especial, capaz de conciliar brutalidad con sensibilidad. Como carta de presentación, el piloto de Hijos de la anarquía fue imponente, estableciendo las relaciones de un grupo de moteros que viven al margen de la ley y su entorno familiar. 91 capítulos más tarde, la despedida de la serie ha logrado establecer una poderosa conexión con la idea inicial, lo cual revela que Kurt Sutter, creador/director/actor de la serie, tenía un plan desde el comienzo. Es de vital importancia tener las cosas claras cuando se empieza una serie, porque entonces la experiencia de verla entera a lo largo de los años adquiere un nuevo nivel de significado. Hijos de la anarquía ha sido, dicho sin segundas intenciones, todo un viaje. Un viaje violento, existencial, corrompido con manipulaciones, mentiras y amor. Amor de madre, de padre, de hermanos, de hijos. Amor a la tragedia clásica, con el Hamlet de William Shakespeare como referencia constante desde el principio, y hasta el final. Y del amor a odio, como se dice, hay un paso. Y la serie está repleta de odio, de decisiones que enemistan para siempre, pecados imperdonables y una atmósfera de muerte sobrevolando cada fotograma. Esa es la parte buena de la serie, porque también ha estado vertebrada por una opción narrativa que presentaba conflictos no especialmente interesantes. Con decenas de persecuciones en moto, charlas explicativas donde los moteros discuten sus opciones, violentas tramas autoconclusivas, maquinaciones y más maquinaciones de los personajes. El tapiz de relaciones personales era tan tupido que se necesitaban momentos donde los personajes se sentaran a hablar de lo que les estaba pasando, y en esas escenas es donde la serie perdía más. Quizá eran necesarias, pero también creaban una rutina impropia del convulso ADN de una serie donde la barbarie dolía. Cuando la violencia es a veces tan exagerada que anestesia al espectador, aquí cada herida sangrante, cada brutal agresión, hacía que el espectador se viera afectado casi físicamente. El via crucis de los personajes tenía que ser tortuoso, porque nadie está limpio en este mundo.
A nivel argumental, la serie se ha regido por tramas que el creador ha cultivado durante años, y cuyo centro de atracción es el club que da título a la serie. Latinos, nazis, negros, irlandeses y asiáticos, todos en facciones criminales que han cruzado caminos con limpieza en las siete temporadas, sin que los guiones fuercen sus encuentros. Una vez Jax se quiera cortar todos los lazos ilegítimos y sacar dinero de forma legal, entrará también en escena el negocio del porno y una casa de citas. Esto le ha dado a la serie una idea global muy lograda, perfecta para transmitir la sensación de Charming como ciudad sin ley tradicionalmente hablando, donde el más astuto era el ganador. En las primeras temporadas se podía ver una corriente de idealismo en lo que SAMCRO hacía para mejorar la vida de los ciudadanos, pero el desarrollo de la serie trajo una pérdida de la inocencia como consecuencia de la inmersión de Jax en la gestión del club.
Cuando comienza nuestra historia, Jax (un Charlie Hunnam en absoluto y generoso compromiso con cada segundo de su personaje) es el hijastro díscolo de Clay, presidente del club. En la ya nombrada comparación con Hamlet, sabremos que Clay y la madre de Jax, Gemma (inconmensurable Katey Sagal, en un personaje memorable que le valió un Globo de Oro en 2011), planearon y provocaron la muerte del padre de Jax. Un manuscrito del hombre, John Teller, será la pieza emocional que hará del protagonista una fuerza positiva con ganas de cambio. Eso, y el amor de su novia de juventud, Tara Knowles; y de su mejor amigo Opie, primero que quiere salir de la vida del club porque comprende su poder de corrupción del alma humana. Son los temas eternos: poder, lealtad, ambición. El equívoco como motor de la tragedia (¿cuántas muertes se dan en la serie por malentendidos de lo más plausibles?) y la Muerte como única respuesta, pero no la correcta. Conformen pasaban los años, los capítulos duraban cada vez más, el entramado de conexiones personales era más denso y los personajes regulares crecían, todo en el profundo hoyo donde los Teller y su gente se iban metiendo.
Las historias contadas en estas 92 entregas son tantas que hacer un resumen coherente que no pase de una página es imposible, así que basta con saber que toda la serie es una epopeya donde los personajes tendrán que afrontar las consecuencias negativas de las decisiones que toman. Nadie escapa del pasado en una serie donde cada personaje importante tiene profundas y dañinas cargas emocionales. Sutter, que ha escrito/co-escrito 62 de los capítulos, y sus guionistas han sido capaces de otorgar tridimensionalidad a la mayoría de los protagonistas, llegando a algunas conclusiones tan complejas como bienvenidas (la relación de Tig con Venus, con esa impresionante conversación en Faith and Despondency (7.10), es una joya desafiante) y dejando por el camino sensaciones memorables. Lástima que el interés de varias de las tramas estuviera tan desregulado, y que el espectador tuviera en ocasiones que suspender la credibilidad para poder seguir viendo la serie (¿masacre tras masacre y no aparecen las autoridades competentes a nivel nacional?). Es curioso que una serie tan marcadamente masculina, ideada y ejecutada desde la evidente perspectiva de lo varonil, tenga en los personajes femeninos sus bazas más potentes. Gemma, Tara (magnífica Maggie Siff), Wendy (era difícil que Drea de Matteo tuviera un personaje memorable tras la Adriana de Los Soprano (1999-2007), pero lo ha logrado), la evolución de Lila, Margaret, la abogada Ally Lowen, la fiscal Thyne Patterson... una lista de féminas con mucha fuerza.
Como curiosidad, hay que apuntar que Kurt Sutter empezó como guionista en la magnífica The Shield (2002-2008), cuya influencia puede verse en Hijos de la anarquía. Junto al creador Shawn Ryan, Sutter fue el único guionista que trabajó en toda la serie, escribiendo un total de 18 episodios. Signo de que su experiencia fue positiva es que el creador ha contratado a varios miembros del reparto fijo de The Shield a lo largo de los años. Una lista compuesta por Jay Karnes, Kenny Johnson, David Marciano, Benito Martínez, David Rees Snell, Walton Goggins, CCH Pounder y Michael Chiklis. Goggins y Chiklis fueron las presencias más sorprendentes, la primera por inaudita y la segunda por inesperada, ya que se da a dos episodios de cerrar la serie. Han sido papeles de más o menos longitud e importancia, pero todo un guiño para los fans y una estimulante maniobra para mostrar nuevos registros interpretativos. Algo parecido estaba presente en otra de las rarezas más interesantes de la serie, el fichar a intérpretes impensables para los papeles que aquí sacan adelante. Gente como Tom Arnold, Stephen King, David Hasselhoff, Ashley Tisdale, Joel McHale, Marilyn Manson, Courtney Love o Lea Michele dando vida a personajes en mayor o menor grado de oposición a lo que les dio a conocer como intérpretes.
Y es que el carácter humorístico o juguetón de la serie ha sido siempre uno de sus fuertes, con un macabro sentido de la comedia para rebajar la tensión construida por los giros de guión y el desarrollo de los acontecimientos. Sangre y más sangre, violaciones, torturas, abortos falsos, peleas a puñetazo limpio, tiros en la cabeza y muchas más barbaridades suceden en la serie, pero al final uno se queda con los momentos de mayor ternura, aunque tenga un contexto monstruoso. Además, nunca una de esas decisiones se antoja gratuita ni hecha por el mero hecho de impactar al espectador. Las muertes de Opie, Tara o Bobby, instantes bestiales donde los haya, se quedan grabadas en la retina del público por lo que suponen emocionalmente. Despojan de asideros al protagonista, y marcan a fuego su viaje hacia su única opción posible.
El problema es que a veces los volcánicos problemas de SAMCRO se quedaban en la superficie de la aparatosidad y la concesión a la sorpresa extrema. Dicho de otra forma, costaba implicarse con el drama de los moteros protagonistas cuando uno entendía perfectamente que les pasaran cosas así, dedicándose a lo que se dedican. Los instantes de hermandad entre la cúpula del club, así como sus escenas domésticas, eran lo que captaba siempre el interés de más de uno. Llegó un momento, alrededor de la cuarta temporada cuando Jax se acercó peligrosamente a descubrir el complot de Clay y Gemma y el matrimonio de estos terminó, donde el tono entero cuajó estupendamente. Pero hasta entonces el camino se hacía en ocasiones pedregoso. Eso sí, subterráneamente se estaban plantando y germinando los elementos que ese salto temporal de un año entre la cuarta y quinta temporada terminó de hacer florecer en conexiones personales complejas y gratificantes narrativamente. Desde entonces, el espectador solo tenía que observar los resultados. Y mereció la pena espera.
El final del camino que quedaba era uno de peligro y tristeza. Los actos tienen repercusiones, y cuando afectan al entorno más cercano es cuando llega la sensatez, pero quizá sea demasiado tarde. El espectador quiere que las cosas vayan bien, es lo normal cuando se está emocionalmente implicado con los personajes y se viaja con ellos durante años, pero llega un momento en que hay que rendirse a la evidencia. En el mundo aquí descrito, no hay espacio para el final feliz. Las decisiones tomadas por unos pocos marcan a muchos de por vida, y el único regalo entonces que se puede ofrecer salir del mundo en sus propios términos. El final tiene una sensación de inevitabilidad fatalista, y guste más o menos, no se puede negar que el plan del creador llevaba a esto o una variación más o menos similar. Y es que Kurt Sutter ama a sus personajes, porque les mete en líos muy grandes. Las circunstancias de sus vidas nunca son ideales y han tenido problemas a los que enfrentarse a cada paso. En última instancia, esa es la medida del amor de un escritor a sus criaturas, la facultad para salvarlos –aunque sea de formas no evidentes– cuando llegue el momento. La idea de sacrificio planea sobre la historia completa, que vista como un todo compacto es tan irregular como estimulante. Tardaré en producirse una serie como Hijos de la anarquía, pero si una cosa deja claro es que crear arte tiene que doler. Lección aprendida. | ★★★★★ |
Adrián González Viña
redacción Sevilla