La Inmaculada Rockcepción
crítica de Electrick Children (Rebecca Thomas, Estados Unidos, 2012).
Si pensamos en las grandes aportaciones que ha hecho al cine el movimiento indie estadounidense desde que estalló en los ochenta, está claro que una de ellas es su capacidad para retratar la adolescencia moderna en toda su hiperestimulación, sus extremos emocionales y su anarquía psicológica. Aunque este logro ya viene en el ADN del indie, en su propia actitud adolescente de rechazo hacia el cine de los “adultos” (los grandes estudios), en su voluntad por acercarse a otras realidades y contarlas de nuevas maneras. Sumado, además, al caldo de cultivo generacional que lo acompañó: rock de garito, monopatines y alcohol barato como expresión de una juventud más rupturista que nunca, pretendidamente sometida a los dictados del puro presente. “Fuck the future”, y demás. Toda esa Generación X cuyo aroma espiritual, además de Kurt Cobain, supieron captar con maestría las primeras películas de Jim Jarmusch, Richard Linklater o Kevin Smith. Autores que, en su adolescencia artística, contaron como nadie la adolescencia real.
En plena comunión con este “teen spirit” de forma y fondo, que pese a las inclemencias aún sigue prendiendo las antorchas del indie norteamericano, una directora llamada Rebecca Thomas firmó hace dos años su debut en el largometraje. Electrick Children, una cinta que queda ahora rescatada para las salas españolas, estrenándose de forma muy oportuna durante el puente de la Inmaculada Concepción. Dicha oportunidad viene de que, precisamente, la cinta se inspira en aquel episodio bíblico. Una Julia Garner llena de candidez en su piel blanca y su cabello rubio descuidadamente rizado da vida a Rachel, una chica criada (al igual que la propia directora) en una comunidad mormona de Utah. Cumpliendo a la perfección su rol de “niña buena”, obediente y piadosa, que le exige su pequeña sociedad. Hasta que, tras su decimoquinto cumpleaños, escucha en una grabadora portátil (que, por cierto, sirve también como recurso para introducir la narración de la protagonista en voice over) una cinta de cassette escondida, donde suena una canción de rock and roll (una versión en clave sesentera del Hanging on the Telephone de Blondie) que la cautiva. Y que, según Rachel, provoca el embarazo que pocas semanas después descubre en ella misma. Del mismo modo que el ángel del Señor dejó encinta de forma pura a la Virgen María en aquella historia que ha oído tantas veces en misa, Rachel muestra el convencimiento de que el rock obró en ella un milagro similar, mediante la voz del vocalista desconocido en lugar de la del arcángel Gabriel.
Thomas hace avanzar esta exótica trama empujando a Rachel a la clásica huida adolescente, que la hace abandonar su rutina entre praderas de hierba verde brillante y ovejas de blanco inmaculado para recalar en Las Vegas, la ciudad del pecado y el vicio, en busca del músico que grabó aquella cassette que supuestamente la ha embarazado. Es justo en este momento, superada su primera composición de lugar, cuando Electrick Children muestra su principal apuesta estilística: frente a la manera “adulta” de contar las historias como una sucesión de causas y consecuencias, Thomas parece hacer flotar a sus personajes en un estado de exploración errática, donde las relaciones y los avances de la trama se van erigiendo de forma caprichosa, deslavazada. Es decir, contagiándose del mismo estado mental de una Rachel que se deja llevar por el afán de experimentar constantes estímulos nuevos que le ofrece tanto el escenario exterior de la ciudad del pecado como sus propias pulsiones interiores de chica que, por muy mormona que haya crecido, no deja de ser una quinceañera en ebullición.
Además de este contagio, la directora juega a los opuestos, situando a su prairie girl junto a un grupito de skaters músicos y errantes que, como ella han emprendido la huida del hogar. Planos como el de unos zapatos clásicos de cuero sobre un monopatín, o una Rachel ataviada con una túnica pastoral y unas gafas de sol con forma de estrella, apuntan a esa misma oposición de la que ya avisa en los primeros minutos, con la historia ambigua que cuenta la madre de la protagonista sobre un romance y un “mustang” (que, entendido como la raza equina o como el modelo de Ford, varía por completo sus implicaciones). Si bien el choque entre subculturas tan enfrentadas como skaters y mormones termina apuntando a la condición compartida de extravío vital e incomprensión que sufren los principales representantes de ambas en la película, los personajes de Julia Garner y Rory Caulkin. Cuyo romance, contado con esa ligereza liberada de la obligación de explicar por qué suceden las cosas, puede interpretarse bien como una experiencia auténtica y salvadora, o bien como una actitud de inocuo escapismo condenada al fracaso de lo irrealizable. Porque, en consecuencia con esa forma de construir la trama que tiene Electrick Children, su desenlace queda completamente abierto a la subjetividad de un espectador que puede elegir entre la óptica adolescente de la fe en el milagro o la adulta de la sujección a las normas de la realidad.
Si bien, debido a que en la opera prima de Thomas parecen percibirse algunas de sus costuras, lo más probable es que se termine optando por la segunda perspectiva como forma de rechazo a la pretensión que la cinta deja entrever de imponer la primera. Esto es, que el espectador puede ponerse a la defensiva ante momentos en los que Electrick Children tiende a un maniqueísmo adolescente demasiado perceptible. Especialmente en su tramo final, en la forma que tiene de forzar el punto de giro en el que Rachel hace el descubrimiento crucial en sus indagaciones. Por eso, y porque la propia concepción de la trama como algo errático y desconectado condena la cercanía a sus personajes. Y lo que en principio debería dar lugar a una sensación de “magia ambiental” en la que puede pasar cualquier cosa (la directora juega incluso con alguna imagen onírica), no se dan demasiadas oportunidades al que observa desde el otro lado de la pantalla para que pueda pasar del mero desconcierto. | ★★★★★ |
Miguel Muñoz
Redacción Madrid
Ficha técnica
Estados Unidos, 2012. Directora: Rebecca Thomas. Guión: Rebecca Thomas. Productora: Live Wire Films. Presentación: Festival de Berlín 2012. Fotografía: Mattias Troelstrup. Banda sonora: Eric Colvin. Montaje: Jennifer Lilly. Reparto: Julia Garner, Rory Culkin, Liam Aiken, Bill Sage, Cynthia Watros, Billy Zane, John Patrick Amedori, Rachel Pirard, Cassidy Gard, Paola Baldion, Guy Camilleri. Nominada al Someone to Watch Award en los Independent Spirit.