Asombroso relato de un dolor a flor de piel
crítica a El camino más largo para volver a casa (El camí més llarg per tornar a casa, Sergi Pérez, España, 2014).
El camino más largo para volver a casa es una estupenda sorpresa, de esas películas tan gratificantes que el cine entrega cada cierto tiempo y que no se puede comparar del todo con nada, pues supone el debut de muchos de sus integrantes. En su primer largometraje, Sergi Pérez arriesga mucho al contar 24 horas en la vida de Joel, viudo reciente que debe salir de casa, de su refugio, para evitar la muerte de su perro Elvis, último vínculo palpitante que le une a su mujer. La peripecia comienza lanzando al espectador al vacío sin asideros, ya que estamos en la habitación de Joel, viéndole ¿dormir? y expectantes ante lo que pueda pasar. Su móvil suena, no lo coge, y busca al perro. Lo encuentra en el baño, apático hasta el extremo, y la preocupación le embarga. Debe salir. Esta sucinta narración de los hechos no es baladí, sino un intento de transmitir la apuesta de Pérez, que aboga porque la información surja por sí sola, sin crear las circunstancias de manera forzada y que sea solo la justa y necesaria. El camino más largo para volver a casa es una de esas cintas que crece tras su visionado, que planta sus semillas con tal control y sutileza que germinan sin que uno se dé cuenta. La información es mínima, las intenciones de los personajes ambiguas, pero no se puede acusar a la película de confundir al espectador.
El film hizo su puesta de largo en el Festival de Cine Europeo de Sevilla, como lo hiciera el año pasado la estupenda 10.000 noches en ninguna parte (Ramón Salazar, 2013). Aunque son muy distintas, las dos propuestas tienen en común no solo aspectos de producción (una financiación fraccionada; allí años de rodaje en tres países, aquí 16 días rodados entre septiembre de 2012 y mayo y septiembre de 2013), sino una sana alergia a explicar los traumas de sus personajes y una apuesta por el valor simbólico de la imagen. Esta información sobre la precaria producción da incluso más valor al resultado final de la película, ya que luce compacta y con una progresión dramática rigurosa y encomiable. Es complicado mantener el rumbo con tal fijeza, pero el hecho de concentrar el metraje en un día ayuda a transmitir esa sensación. Y es que cuando Joel lleve al perro al veterinario, se dará cuenta de que se ha dejado las llaves por dentro de casa, con lo que empezará para el hombre una odisea para encontrar una copia recorriendo media ciudad. El espectador, que sigue sin agarraderas pero fascinado ante lo que está viendo, hace más y más cábalas sobre quién es Joel y qué le pasa, un pequeño misterio al que ayuda mucho la superlativa interpretación de Borja Espinosa, preciso en cada gesto, en cada silencio y creando la opacidad del personaje. Un personaje que en principio puede resultar gracioso en su obcecación, pero que congela la risa conforme avanza el metraje. Y cuyo misterio se va descifrando poco a poco, aunque nunca del todo. Esta visceral historia provoca un malestar creciente mientras el comportamiento del protagonista se vuelve más errático y oscuro, mientras crece su impaciencia por las absurdas circunstancias que él mismo ha creado a su alrededor. El resto de personajes con los que interactúa, perfectamente interpretados todos, son para él un borrón impersonal, un impedimento hasta conseguir lo que quiere. Y así los va a tratar. Hay un momento clave en la historia, que informa al espectador de si lo que está viendo es una espiral descendente o si se puede calmar la cosa. Es la ausencia de disculpas tras el pequeño estallido de violencia en la redacción del periódico, momento incómodo donde los haya, que prueba la valentía de Sergi Pérez como director y guionista. Ninguna concesión, porque no las habría en realidad.
Con una apuesta visual muy pensada que acompaña al discurso emocional de la película, este pedazo de vibrante cine funciona tanto a nivel metafórico como en el más puro nivel personal, porque de lo que se está hablando es del dolor en crudo, reflejado con inteligencia en el gusto por el pequeño gesto y el rechazo a las discusiones obvias de sentimientos. El espejo funciona como mayor indicativo no verbal del alma fracturada de Joel, y el espectador puede preguntarse una vez esté fuera de la sala si su reprochable comportamiento no es absolutamente comprensible. La sociedad trata de normalizar el duelo, pero a veces simplemente no se puede. Es una costumbre occidental la que querer llorar la pérdida de nuestros seres queridos de manera aséptica y apropiada, pero es absurdo querer domesticar la mayor de las penas. El director ha hablado de la influencia de Wendy y Lucy (Kelly Reichardt, 2008) en el tratamiento de la trama del perro; de Martha Marcy May Marlene (Sean Durkin, 2011) en la construcción de una atmósfera donde lo normal y cotidiano deviene asfixiante e inquietante; y de su amor por Lars von Trier y Michael Haneke. Parte de esto se puede ver en pantalla, pero no como corsé referencial que haga la experiencia menos auténtica.
Con un duro clímax, coherente con todo lo contado, que seguro levantará ampollas en el público sensible (de ahí que sea el cartel que es lo primero que vemos cuando empiecen los créditos), El camino más largo para volver a casa triunfa a la hora de condensar en sus ajustados 85 minutos de metraje todo lo necesario para que el espectador entienda el abundante sustrato. La desentonada sexualidad del personaje, por ejemplo, es todo un indicativo de algo profundo en su desgracia, así como su hercúlea determinación a volver a su refugio, el lugar donde poder rumiar en soledad. Es verdad que un par de pasajes de la historia, como los últimos planos, sí que parecen más cálculo de unos guionistas con ganas de trascender, sin darse cuenta de que no era necesario. Ya lo habían hecho. Es fácil quedarse en la superficie si uno no pone un poco de su parte, pero estamos ante algo demasiado bueno como para no hacer el esfuerzo. El debut de Sergi Pérez no trata sobre un hombre que lleva a su perro al veterinario y se deja las llaves por dentro de su casa. Trata sobre qué pasa cuando alguien no tiene fuerzas para seguir uno de los contratos sociales más antiguos, y rechaza la ayuda –innecesaria, en muchos casos– que su entorno le ofrece. Las buenas intenciones no son siempre la mejor opción, y el film espolea un estimulante debate sobre cómo gestionamos el dolor y lo descabellado que puede ser nuestro comportamiento en situaciones límite. Es desapacible, desafiante y sabia, ofreciendo una idea de la redención tan discutible como interesante. Pues que viva el cine así, ¿no? | ★★★★★ |
Adrián González Viña
redacción Sevilla
España, 2014. Título original: El camí més llarg per tornar a casa. Dirección: Sergi Pérez. Guión: Sergi Pérez & Èric Navarro & Roger Padilla. Reparto: Borja Espinosa, Miki Esparbé, Maria Ribera, Pol López, Sara Espígul, Silvia Esquivel. Fotografía: Julián Elizalde, Bet Rourich. Música: Àlex Sardà. Productoras: Niu d'Indi / No Hay Banda.