El día grande
Crónica de la cuarta jornada de la 52ª edición del Festival de Gijón.
Para quienes disfrutamos de una forma especial del llamado cine de realidad, la mañana de esta cuarta jornada del FICX 52 llegó con regalo doble. El primero fue la francesa Party Girl, del trío de realizadores Marie Amachoukeli-Barsacq, Claire Burger y Samuel Theis, y que abrió la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes de este año, consiguiendo la Cámara de Oro y el Premio al Mejor Reparto. Una de sus directoras, Claire Burger, acudió para presentar la cinta, y habló de las dificultades y ventajas de rodar "a tres" y de que la película esté basada en la vida de la madre de Samuel Theis, Angélique Litzenburger, que además protagoniza la película. Apunten Party Girl, debe ser una de las protagonistas el próximo fin de semana con el anuncio del palmarés y llegará a España a noviembre gracias a Karma Films. El segundo presente fue el filme georgiano I'm Beso, de Lasha Tskvitinidze, centrado en la vida del adolescente que titula la cinta, y aunque la premisa de partida no resulta tan original como la de Party Girl, la veracidad que alcanza es exquisita. Se proyectó dentro de la sección Rellumes, el interesante contraprograma del FICX. Finalmente, y también dentro de la Sección Oficial, tuvimos oportunidad de ver la polaca Life Feels Good, de Maciej Pieprzyca, con un argumento muy propicio para caer fácilmente en lo lacrimógeno, pero que, por suerte, escapa de eso y acaba siendo un digno entretenimiento con una interpretación protagonista prodigiosa.
Mil noches, una boda (Party Girl, Marie Amachoukeli-Barsacq, Claire Burger, Samuel Theis, Francia, 2014)
Angélique (Angélique Litzenburger) ha trabajado casi toda su vida como gancho para cabarets. Con sesenta años, una petición de matrimonio por parte de uno de los clientes le hace cuestionarse un cambio de vida que le permitiría afianzar y mejorar la relación con sus cuatro hijos, de cuya educación no se ha hecho cargo y han crecido con familias diferentes. Con un estilo hiperrealista, rodada casi como documental, que evoca en muchos momentos al cine de los Dardenne, la vida de Angélique es por sí sola tremendamente magnética, lo que permite que el personaje dé lugar a algo original y diferente. Acostumbrada a un trabajo de reina de la noche, a fiestas, coqueteos, alcohol y diversión, la protagonista se enfrenta a una oportunidad de alcanzar una vida mucho más convencional, sembrada de normas y reglas, mediante el casamiento con Michel. La adaptación a ese cambio no va a ser fácil en ningún caso y se debatirá en una dicotomía entre lo que conoce y domina y lo que se le ofrece, que puede suponer el acercamiento definitivo a sus hijos. Queremos lo que no podemos tener y cuando lo tenemos, entendemos por qué no lo teníamos. Cambiar un estatus regido por las luces de neón y el estampado de leopardo por una vida marital que viene con el regalo envenenado de una supuesta integración puede sonar tentador cuando se persigue la aceptación que no se tiene siendo la reina de un estrato social que roza el lumpen. Y eso es, precisamente, lo que empuja a Angélique a su toma de decisiones, impidiéndonos juzgarla. Un reparto no profesional refuerza la sensación de cinema verité de una obra llena de humanidad que no podía partir de un guión mejor que una vida interesante. | ★★★★★ |
I’m Beso (Me var beso, Lasha Tskvitinidze, Georgia, 2014)
Beso es un adolescente de 14 años que vive en un pueblo de Georgia con una familia de pocos recursos económicos; con un padre enfermo y desquiciado, una madre que trata de sacar todo hacia adelante y un hermano homosexual que ayuda cuanto puede dando clases particulares de danza del vientre. Ante un panorama poco dado para ensoñaciones, Beso persiste en su deseo de convertirse en rapero, mientras espanta el hastío vital y el acoso escolar de algunos de sus compañeros, en compañía de su amigo Beka, con quien bebe, fuma y exprime las pocas oportunidades que hay a su alrededor para divertirse. El argumento del crecimiento personal, del paso de la adolescencia a la madurez, podría lastrar el filme por haber sido infinitamente abordado en otras ocasiones de no ser porque en ésta la realización es tan exquisita y veraz. Sobre todo, en la relación y diálogos de los dos amigos —provocaron muchas risas durante el pase seguramente por lo creíbles y reconocibles que resultaban— y en el discurrir aparentemente inerte e inmóvil de los días de un chico atrapado en una existencia llena de desesperanza, con una familia desestructurada y la pobreza como estado permanente. La sensación de ahogamiento viene en gran parte por la localización en la que se mueven: un pueblo casi ruinoso, con edificios desmantelados de los que saquean lo que queda para incorporarlo a sus juegos, acrecienta la sensación de encierro del protagonista, cuya única evasión son unas rimas. Una propuesta sosegada, que apuesta por un efectivo elenco amateur, y que consigue dejar un poso en el paladar del espectador de retorno a la adolescencia. Una etapa vital que no entiende de geografía. | ★★★★★ |
Life feels good (Chce sie zyc, Maciej Pieprzyca, Polonia, 2013)
Mateusz (Dawid Ogrodnik) es diagnosticado desde pequeño como un vegetal, como un discapacitado mental incapaz de entender o comunicarse con el exterior. Aunque sus padres no quieren aceptarlo y crece en un ambiente familiar donde es muy querido, circunstancias ajenas hacen que finalmente Mateusz sea ingresado en un centro para personas discapacitadas mentales y su vida se convertirá en una lucha para conseguir comunicarse. Basada en una historia real, podría haber sido tratada desde la perspectiva de la compasión fácil y caer en peligrosas tendencias lacrimógenas. No lo hace en absoluto. De hecho, Pieprzyca emplea en la narración de los años de infancia de Mateusz recursos que nos trasladan directamente a la Amelie de Jean Pierre Jeunet, como, por ejemplo, la música o el tono narrativo libre de condescendencia o compasión, así como en la construcción de los personajes y la narración por capítulos.
El mónologo interior de Mateusz es el recurso utilizado para entender su férrea fuerza de voluntad para conseguir ser escuchado, poder comunicarse y no verse privado de estímulos sexuales e intelectuales ante los que sí reacciona, en contra de lo que le han diagnosticado. Sí se aprecia un cambio de ritmo y de tono, un poco más melifluo, en la segunda mitad del metraje, y aunque la historia no puede estar exenta de momentos de álgida emoción inherentes a las excepcionales circunstancias de la vida de Mateusz, pierde el toque de una primera parte más proclive a momentos divertidos propiciados por la interacción de Mateusz con su familia. La interpretación de Dawid Ogrodnik es absolutamente magistral y nos hace pensar de manera directa en actuaciones como la de Daniel Day Lewis en Mi pie izquierdo. Life feels good es la historia de un héroe pero también una oportunidad para la reflexión y para disfrutar de la interpretación épica que merece la vida de Mateusz. | ★★★★★ |
Eva Hernando Romero
Enviada especial a la 52ª edición del Festival de Gijón