Redefiniendo Ítaca
Crónica de la segunda jornada de la 52ª edición del Festival de Gijón
Tres citas ineludibles en sábado son un excelente plan, y más si estos encuentros se enmarcan en la segunda jornada del FICXIXON 52. Tres filmes de la Sección Oficial, dos de ellos a competición, otro uno fuera de ella. A primera hora tenía lugar el pase de Fuego, el segundo largometraje de Luis Marías, centrado en las consecuencias del conflicto vasco y en la búsqueda de venganza por parte del personaje interpretado por José Coronado, cabeza visible y principal reclamo de la película. Tanto el director como el reparto la presentaron en rueda de prensa, donde el realizador quiso incidir en que el propósito principal del filme es la invitación a la reflexión. Por la tarde, se pudo ver The Cut, del director, productor y guionista alemán Fatih Akin, basada en el genocidio armenio y protagonizada por Tahar Rahim. The Cut es básicamente una odisea, un viaje de pura supervivencia. De una supervivencia simplemente milagrosa.
Fuera de competición se pudo ver Hombres, mujeres y niños del director Jason Reitman, quien demuestra, de nuevo, su capacidad de manejar la crítica social envuelta en el apetitoso papel de esa clase de peligrosa comedia que, primero, provoca risa; después, la reflexión; y, finalmente, un grado peligroso de identificación que logra el sonrojo. Bastaba mirar con visión periférica la sala para intuir las luces de esas pequeñas pantallas móviles que distraían la atención de la pantalla grande, poniendo en evidencia ese extraño e incluso preocupante comportamiento. Es una crítica mordaz, devastadora y avergonzante de una sociedad que agoniza en experiencias piel con piel, y se sirve de las tecnologías para suplir carencias con experiencias virtuales, que no hacen más que evidenciar las debilidades del ego. La dependencia enfermiza de esas tecnologías, la proyección de lo que queremos ser o tener, el deterioro progresivo de las relaciones e, incluso, el aislamiento, son los problemas de fondo que van asomando a medida que avanza el metraje, eso sí, siempre de la mano de carcajadas provocadas por los efectos de las pulsiones más primitivas del ser humano. Es, además, una visión completa, abordada desde dos perspectivas: la adolescente y la adulta. Muy interesante los que nos cuenta Reitman. Hombres, mujeres y niños se presentó en la pasada edición del Festival de Toronto, y desde allí la reseñó nuestro compañero, y trotamundos particular, Gonzalo Hernández.
Fuego (Luis Marías, España, 2014)
Álvaro (José Coronado) es un policía en el País Vasco que pierde a su mujer en un atentado de ETA doce años atrás. Su hija resulta también gravemente herida por lo que arrastra un lastre emocional insuperable que le consume, a pesar de haber cambiado de vida y de ciudad. Ese lastre emocional es el que le lleva elaborar un plan de venganza personalizado. Lo cierto es que la hipotética maquinación parece cualquier cosa menos bien orquestado. No es que resulte incoherente, ya que las motivaciones y los presuntos fines perseguidos sí se corresponden con una muy aproximada revisión de la Ley del Talión, sino que se perciben tan endebles en pantalla que llegan a un punto de artificio e impostura que roza lo ridículo.
Dejar el peso sobre los hombros de José Coronado no funciona; tampoco cuando éste se reparte entre el resto del reparto. Los personajes son víctimas directas de una construcción desdibujada y simplona que no solo no pueden levantar por sí solos, sino que la duda reside en saber si la labor interpretativa lo empeora. Basta con decir que la mezcla de mohines de tormento e ira desatada en momentos álgidos de la acción no provocaron el efecto deseado y se oyeron risas o resoplidos de incredulidad entre el público. Tal vez influyan lo predecible que resulta o las actuaciones de naturalidad inexistente. En cualquier caso, solamente la concienciación social respecto al conflicto vasco evitó la carcajada más sonora o las bromas más crueles durante la proyección. | ★★★★★ |
The Cut (Fatih Akin, Alemania, 2014)
Centrada en el genocidio armenio de principios del siglo XX que fue llevado a cabo por el ejército turco, el joven artesano y padre de familia Nazareth Manoogian (Tahar Rahim), es arrancado de su familia y deportado. Separado de todo lo que un día tuvo, de todo lo que le hizo feliz y sentirse un hombre completo, emprende un camino de milagrosa supervivencia. Una odisea particular de regreso a su Ítaca, para encontrar los restos, si es que quedan, de todo lo que un día quiso y a lo que le une únicamente un simbólico pañuelo bordado. Este pañuelo es el que tapa el corte en la garganta que lo deja sin voz. The Cut es ante todo una película hermosa con factura de superproducción, que no renuncia a la emoción porque resulta imposible. Todo el viaje es emoción pura, tripas, agallas, sed y hambre. También desesperación y violencia. Y es un viaje muy largo.
Llegaba precedida con comparaciones con Lawrence de Arabia que pueden confirmarse en la travesía desértica donde impacta la luz y la fotografía conseguida, con la consecución de algunas imágenes que parecen responder a descripciones casi bíblicas. Si bien el sentido religioso que podría buscarse en ellas apenas tiene valor, el valor está en la carga humana. También hay similitudes con América, América de Elia Kazan, reconocidas por el propio director. El uso de la música no busca la lágrima fácil ya que emociona por sí solo, está bien encajado y tiene peso específico y un simbolismo recurrente y especial. La actuación de Tahar Rahim es, probablemente, la más completa de su filmografía. Aún carente de voz, está desbordante en el registro de esta suerte de Ulises armenio. Resulta raro destacar esto porque su perenne aspecto aniñado —el viaje dura años y apenas es visible en su físico— y el encasillamiento en su carrera, donde lo que primaba era una requerida inexpresividad que sí funcionaba, aquí podría ser motivo de distracción en el caso de lo primero o de directo fracaso en lo segundo. Él es el gran valor de una película algo lastrada por su duración, en la que los diálogos entre armenios estén rodados en inglés, lo que de entrada provoca un poco de incredulidad, y una segunda parte con un ritmo no tan fresco ni de impacto visual tan bello, sino que éste queda reducido a momentos más concretos. No es el mejor Akin, pero sí el mejor Rahim. Suficiente. Reseñable. | ★★★★★ |
Eva Hernando Romero
Enviada especial a la 52ª edición del Festival de Gijón