El cazador de panteras
crítica a Serena (2014), dirigida por Susanne Bier. | ★★★ |
Serena pertenece a esa estirpe de películas que llegan a las salas con el sambenito de malditismo ya colgado. Porque desde que finalizara su rodaje han pasado ya dos años y medio, y a su pareja protagonista (Bradley Cooper y Jennifer Lawrence), que trabajaron juntos por segunda vez tras El lado bueno de las cosas, les ha dado tiempo a repetir en La gran estafa americana, lanzar la cinta, pasar por todos los premios y convertirse en una de las grandes parejas de moda (en la ficción) mientras la posproducción de esta cinta se eternizaba. Algo que, en los medios especializados, se ha ido interpretando como señal de que el material con el que contaba Susanne Bier, la directora danesa que consiguió el Óscar a la Mejor Película de Habla No Inglesa en 2010 por En un mundo mejor, no era demasiado bueno. Por si fuera poco, el culebrón de su estreno en Norteamérica ha incrementado la leyenda negra. El filme ha ido viendo progresivamente retrasado su estreno en salas estadounidenses (de momento ya se ha pospuesto a principios de 2015) debido a sus problemas para encontrar distribuidora. Y algunas de las que rechazaron adquirirla han sido muy claras en sus razones, alegando falta de calidad. Lo que adelanta que, pese a contar con una directora y una pareja protagonista exitosos en los Óscar, estemos seguramente ante una de esas cintas que fracasan en su intento de posicionarse en la carrera hacia la estatuilla.
La película se enmarca muy claramente en el melodrama de época, con cierto aroma (aunque con matices importantes) al David Lean más romántico. Y en este sentido, su primera mano es ganadora. El prólogo introduce un escenario fuerte: las Smoky Mountains, en Carolina del Norte, durante los años de la Gran Depresión. En concreto, un pueblecito improvisado de casas de madera incrustado entre montañas y niebla, poblado por esos “nuevos colonos” de caras sucias, camisas manchadas y llenos de cicatrices, que se lanzaron a probar suerte en las tierras vírgenes que quedaban en Estados Unidos. George, el personaje de Bradley Cooper, es el dueño de la serrería que da trabajo a todos ellos, y un prototipo del “self-made man” genuinamente estadounidense, el perfecto capitalista que aspira a convertirse en magnate de la madera. Lo que permite a Bier, en una de las tramas secundarias de la película, explorar el choque del emprendedor ultraliberal, que aplasta con su ambición a cualquier otra consideración, contra el Gobierno que pretende imponer su ley en los rincones más “salvajes” (en este caso, creando un Parque Natural que limite la explotación de los bosques). Aunque no es su tema central, es interesante la forma de escarbar en un conflicto que también es genuinamente norteamericano: el progreso contra la conservación, el deseo de independencia de “comunidades hechas a sí mismas” frente a un Estado con deseos controladores. En este sentido, la escena de la asamblea popular en la que Cooper ridiculiza el ecologismo de los representantes del Gobierno, aduciendo que lo que sus hombres necesitan es trabajo y no bosques bonitos, trae ecos de una tradición temática del cine estadounidense de Gobierno contra pequeñas comunidades, que alcanza a películas tan lejanas como El hombre que mató a Liberty Valance o Mud.
Con todo, el gran tema del largometraje lo aporta el personaje de Jennifer Lawrence, que da (engañoso) nombre a la película, y que viene a demostrar la querencia de la actriz por personajes con un punto de locura destructiva. Su historia de amor con Cooper, que arranca el conflicto principal de la cinta, empieza floja. El cómo se conocen está contado con prisas y alguna que otra línea de guión que coquetea con lo irrisorio, por lo bobalicón de su carácter de “love story” idílica. Con el avance de la trama se van entendiendo estas prisas: a Bier lo que le interesa no es el proceso de construcción del amor, sino el de su destrucción (lo que destruye cualquier aparente semejanza de Serena con cintas tipo Cold Mountain). La película se deja caer en el tópico del romance de época, idealizado y con tintes folletinescos, para luego destrozarlo sin piedad. Para recrearse en cómo lo aparentemente bello puede terminar ardiendo. Literalmente. Y lo que daba la falsa impresión de cinta de género romántico termina por mostrar su verdadera cara de nihilismo devastador. Cooper y Lawrence encarnan a dos enamorados que insisten en la cándida creencia de que, cuando existe la pasión, solo importa el presente. Algo que el desarrollo de Serena va desmontando al dejar actuar, lenta pero imperturbablemente, a las huellas del pasado.
Lo interesante es que, a la vez que degenera el romance, lo van haciendo sus dos protagonistas, de los que va emanando una oscuridad contenida. Es entonces cuando se manifiesta el fantasma de la violencia, que se impone sobre el paraíso de presente puro, de inocencia alejada del mundo, al que representa un terreno virgen en Brasil al que los dos enamorados sueñan con huir. Así, Serena construye una serie de simbolismos en torno a esta pugna de luz contra oscuridad. Mientras que el ideal de la primera aparece como ese terreno brasileño en la lejanía, la segunda se manifiesta de forma mucho más palpable, en forma de un misterioso personaje con visiones proféticas, que termina desvelándose como encarnación de la violencia más salvaje. En paralelo a estas cuestiones, Serena va desarrollando la trama política que mencionábamos antes, esa pugna entre ley impuesta y “hombre hecho a sí mismo”. Y pese a que en un principio la película parezca contagiarse de la mística asociada al segundo, poco a poco va escarbando en el lado más turbio de ese perfecto liberal: la corrupción, que muestra sus conexiones con la violencia de la trama principal. Bier aporta cierto cariz metafórico al personaje de Cooper, lleno de claroscuros, al filmar su obsesión por cazar una pantera. Que es la obsesión del hombre ambicioso por controlar lo incontrolable, por imponer su poder sobre cualquier otro tipo de poder hasta que esto se termina volviendo contra él.
Precisamente, Cooper es quien realiza la composición más interesante de su personaje, al que alimenta una ambigüedad que no se resuelve. Lo retrata tanto como tórtolo enamorado y gentleman impecable que como cínico engañoso y frío criminal. Por lo que quizá estemos hablando de la figura más “seria”, más sombría, a la que haya dado cuerpo el protagonista de Resacón en Las Vegas. La buena noticia es que Cooper tiene la suficiente presencia para salir airoso del reto. Frente a él, Lawrence se las arregla para componer a un carácter progresivamente trastornado, marcado por heridas sin cerrar que van añadiéndole un cariz tenebroso a su belleza refinada de pelo rubio bien cortado y piel blanca. Junto a esta deriva hacia la locura destructiva, la actriz también juega a confrontar sus rasgos “delicados” con unos modales de marimacho criada en los bosques, capaz de cortar más árboles y escupir más lejos que cualquier rudo trabajador de la serrería.
Pasando revista a todo lo dicho, a Serena se le puede reconocer múltiples virtudes. Un excelente trabajo en la recreación de esa atmósfera nihilista y desasosegante, en su construcción de símbolos, en su riqueza de temas, en su ambientación de época, en las interpretaciones de sus dos estrellas, e incluso en algunos momentos de ritmo del metraje (como el triple montaje paralelo que aparece casi al final, en una de las cumbres de suspense de la película). Pero hablábamos al principio de los problemas de posproducción que la cinta ha arrastrado. Y quizá en ellos esté la clave para detectar lo que no termina de funcionar en una obra cuyo defecto fundamental se puede condensar en un sustantivo: frialdad. Todo el complejo entramado de locura, amor destructivo, violencia y corrupción que crea Bier apenas consigue arrancar la involucración. Quizá por lo caótico del montaje, o por lo forzado de algunas situaciones, o por las prisas que impone el querer contar demasiadas cosas, Serena falla al acercar sus emociones tan extremas a quien la ve desde fuera, al menos en el caso de quien suscribe. Todos sus triunfos visuales y simbólicos quedan reducidos por la incapacidad que hay en el conjunto de contagiar sus pasiones. | ★★★★★ |
Miguel Muñoz
Redacción Madrid
Ficha técnica
Estados Unidos, 2014, Serena. Directora: Susanne Bier. Guión: Christopher Kyle, adaptando el libro de Ron Rash. Productora: 2929 Productions, Chockstone Pictures, Nick Wechsler Productions. Presentación: Festival de Londres 2014. Fotografía: Morten Søborg. Banda sonora: Johan Söderqvist. Montaje: Pernille Bech Christensen (supervisor), Matthew Newman Simon Webb. Reparto: Jennifer Lawrence, Bradley Cooper, Toby Jones, Rhys Ifans, Sean Harris, Blake Ritson, Sam Reid, Sean Harris, Kim Bodnia, Charity Wakefield.