“Oh, por el amor de Dios”, dijo Olive mientras ponía los ojos en blanco
crítica a Olive Kitteridge (2014).
HBO | Miniserie de 4 capítulos | EE.UU, 2014. Dirección: Lisa Cholodenko. Guión: Jane Anderson, basada en la novela homónima de Elizabeth Strout. Reparto: Frances McDormand, Richard Jenkins, Martha Wainwright, Ann Dowd, Ken Chesseman, John Gallagher Jr., Peter Mullan, Devin Druid, Zoe Kazan, Jesse Plemons, Rosemarie DeWitt, Bill Murray. Productora: Play Tone / As Is / HBO Miniseries. Fotografía: Frederick Elmess. Música: Carter Burwell.
Mientras promocionaban esta magnífica miniserie, sus responsables dijeron que dudaron si HBO estaría interesada en comprar un formato así, ya que no había sexo, sangre ni nada que los pudiera calificar de osados o atrevidos por levantar esta adaptación del Premio Pulitzer de Elisabeth Strout. Vista Olive Kitteridge, está claro que su lugar era HBO. La conocida apuesta de la cadena por invertir en que sus series luzcan como cine la distancia de otras cadenas de premium cable, y la libertad de ese tipo de ente es el lugar ideal para conjurar el complicadísimo tono, tan complejo como lo es la vida. Aunque la cadena también se merece un tirón de orejas por el maltrato en la emisión de sus cuatro partes (“Pharmacy”, “Incoming tide”, “A different road”, “Security”), relegadas al 2 y 3 de noviembre, domingo y lunes. Su primera miniserie desde la notable Mildred Pierce (2011) y recibe un trato tan cargado de desdén. Toda una pena. Con una protagonista deprimida y pasivo-agresiva, cuyo humor contagia estos 233 minutos de televisión, se erige como un producto estupendo y muy particular.
Afortunadamente, el espectador sin HBO puede elegir cómo consumir Olive Kitteridge, de manera que la narrativa elegida (cubrir 25 años en la vida de una profesora de Maine) puede funcionar como debe, dejando que sea el paso de tiempo el que marque los ritmos de esta historia. Una historia que se abre mal, con la sobada idea de comenzar con una breve escena del futuro para dejar al espectador intrigado, y que puede parecer insignificante a muchos, pero que en realidad está hablando, con desbordante humanidad, de todos los temas importantes. Eso la hace puro HBO. El grandioso talento de la dramaturga Jane Anderson para trasladar el libro a la página de guión y la dirección de Lisa Cholodenko, sensible y madura, se han puesto al servicio del gran placer de Olive Kitteridge: el inconmensurable trabajo de la extraordinaria Frances McDormand, verdadera impulsora del proyecto desde hace años y cuerpo y alma de Olive. Y se entiende que le atrajera el personaje, pues la protagonista es interesantísima, todo un bombón para una actriz que siempre ha reivindicado la necesidad de tener personajes femeninos complejos en nuestras pantallas. Solo basta recordar su gran discurso de aceptación del Óscar cuando ganó por Fargo (Joel Coen, 1996). Junto a McDormand, un reparto perfecto y muy variado para dar vida a la fauna de personajes que cruzan sus vidas con la señora Kitteridge a lo largo de este cuarto de siglo. A su lado, otro actor estupendo y, como la propia McDormand, capaz de insuflar vida a cualquier rol: Richard Jenkins. Y es que el matrimonio entre Olive y Henry está trenzado con tanto mimo y detalle que verlo suceder es todo un espectáculo. Las interacciones, peleas, personalidades contrastadas y química visible conforman una relación absolutamente creíble, a veces difícil de ver pero en el fondo muy humana. Un trabajo, el de humanizar los dramas de sus personajes, que todo el reparto cumple sin tacha. Sin embargo, merecen ser destacadas las memorables composiciones de Cory Michael Smith y Bill Murray, que con apenas media docena de escenas se graban en la memoria.
Y ahí reside el gran problema de Olive Kitteridge, algo que de hecho acada dañando la calidad del producto final. La novela es una colección de 13 historias en las que la Olive aparece en distintos grados de protagonismo, pero lo suficiente para que se entienda que ella es el núcleo. La necesidad de concentrar eso en cuatro episodios, una tarea que llevó a Anderson dos años de escritura, hace que casi todos los personajes fuera del epicentro familiar Kitteridge tengan muy poco tiempo en pantalla dentro de la visión final de la miniserie. Así, por muy bien interpretados que estén, la necesidad de contar 25 años en la vida de Olive a través de momentos aislados –a veces un día, a veces varios meses de una vez– diluye en la anécdota a muchos personajes. Uno debe poner de su parte y confiar en las elipsis y la información dada sutilmente para contentarse con esta opción. Lástima que no haya tenido 6/8 capítulos, porque de haber podido mantener su dificilísimo tono, estaríamos ante una obra maestra. Ahora, lo que queda es muy bueno, y toda una lección de profundo conocimiento del alma humana.
Olive es cínica, testaruda, concienzuda en lo que hace, amable dentro de su brusquedad, displicente, respetuosa de las reglas pero no de los sentimientos de los demás. Tiende al drama. Amó a otro hombre y su recuerdo le pesa. Odiosa y adorable a partes iguales, es conmovedora en su bondad e insoportable cuando ataca. Es compleja porque, al fin y al cabo, es una persona. Directora, guionista y protagonista van lo más lejos posible para asegurarse de que el espectador no pueda escapar de su a veces tóxica presencia, sin edulcoramientos. Pero triunfan cuando llega el falso desenlace que abre el metraje y uno no quiere que Olive se quede en el bosque. Es más, cuando el tiempo pasa y Olive se va quedando sin asideros, llegan las lágrimas ante la idea de que esta mujer vaya a pasar el resto de sus días sola. Es como un fantasma de las Navidades futuras para el público, que le hace preguntarse cómo trata a la gente a su alrededor y qué esta sembrando para el ocaso de su vida.
Abriendo cada parte con una cabecera preciosa y las notas musicales de Carter Burwell, nos adentramos en un mundo familiar, poblado de emociones reconocibles y muy reales. Con la enigmática presencia de una cantante de voz hermosa como recurrente figura en los sucesivos saltos temporales, la acción avanza centrándose más en el núcleo familiar, alcanzando varios intensos puntos altos con la escena del atracto en el hospital y la discusión entre Olive y Christopher (muy bien interpretado por Devin Druid de adolescente y John Gallagher Jr. de adulto). La relación madre/hijo es la pieza más conflictiva de la historia, una fuente de peleas y reproches, donde entendemos a ambas partes y donde los responsables tienen la valentía de no resolver sus problemas, como pasa muchas veces en la vida real. El final da un atisbo de esperanza para su relación, pero siendo como es Olive, podría no tomar ese guante que su nuera le lanza.
Con una descripción de personaje tan concienzuda, el espectador va a seguirla hasta el final, maravillado ante la manera en que la escritura es casi invisible y son los detalles lo más revelador de muchas de las escenas. Con la ya nombrada estructura de momentos selectos, aprendemos que todo lo mostrado es vital, incluso en las pocas ocasiones en que Olive no está en escena. Cada momento nos da información clave sobre los personajes, y es nuestra tarea la de tener en cuenta esos rasgos para componer la tridimensionalidad de los secundarios. Con su mirada descreída y una venenosa réplica siempre en la lengua para ganar las discusiones, Olive llega a la recta final de sus días y se cuestiona lo que ha hecho, funcionando de espejo deformante la inesperada relación que establece con Jack Kennison (Murray). Manteniendo siempre ese equilibrio tonal y con una sabia filtración de la esencia de los personajes en sus diálogos y acciones, la miniserie avanza hasta un final conmovedor, donde nosotros, como le pasa a la propia Olive, estamos desconcertados con este mundo, pero no lo queremos dejar. | ★★★★★ |
Adrián González Viña
redacción Sevilla