Atlas de geografía humana
crítica a Class Enemy (Razredni sovraznik, Eslovenia, 2013), dirigida por Rok Bicek.
La mayor sorpresa en lo que va de Cineuropa aterrizó en forma de cinta eslovena, perteneciente a la Sección Oficial, titulada Razredni Sovraznki (Class Enemy) y firmada por un joven y carismático Rok Bicek que a sus 28 años ya ha sido candidato al Premio Luigi de Laurentiis a la mejor ópera prima de la 70º Mostra de Venecia, certamen del que salió con el premio FEDEORA de la Semana de la Crítica. Desde las entrañas de su país natal luce su primer largometraje, candidata de la nación balcánica en la próxima entrega de los Óscar, engendrando una historia inspirada en vivencias personales, capaz de hablarnos al mismo tiempo de los problemas educativos, sociales, morales e interpersonales que atañen a un interesante grupo de personajes. Y lo hace partiendo de las dinámicas, revoluciones y guerras internas que surgen en la reducida aula de su instituto. La atmósfera de conflicto que se respira en cualquier escuela y la mezcolanza de inquietudes y perfiles que los alumnos exhiben son los puntos clave para generar un clima inicial que prepara al espectador para zambullirse en un intrincado torbellino psicológico.
El detonante inicial que marca el comienzo es la llegada de un nuevo profesor de alemán al instituto, el rígido y estricto Robert Zupan (Igor Samobor), que llega para suplir la baja de maternidad de la anterior maestra (Masa Derganc), de talante más dulce y permisivo con los escolares. Es importante apuntar que el responsable del naturalismo a raudales que emana de Class Enemy es un reparto mixto entre actores profesionales y alumnos escogidos por el propio director, ajustados a las características que demanda cada personaje. El mosaico de personalidades dibuja desde el comienzo un caleidoscopio genuino, donde no existen secundarios planos ni subordinados a la mera repetición de los típicos estereotipos de escuela de chico o chica matón, alternativo, estudioso o marginado, sino que el trío de guionistas (a Bizek se suman Nejc Gazvoda y Janez Lapajne) se ha esmerado en conseguir un microcosmos de roles complejos y llenos de matices que muestren actitudes contrastadas ante temas como la muerte, el nazismo, la voluntad de superación o el espíritu de cambio educativo.
Lo mejor de Class Enemy es que, dentro de las paredes del instituto y mediante la revolución que allí se fragua (pues el filme apenas muestra planos del mundo exterior o ajenos a la rutina escolar), Bizek consigue reflejar la problemática de una asfixiada sociedad eslovena partida en dos, volcada por una parte en el ansia de modernidad lectiva, pero también anclada en prejuicios políticos y conflictos racistas. Una soberanía sometida al miedo al cambio y marcada por el estigma de la depresión, cuya alta incidencia en su población se traduce en una de las tasas de suicidios más elevada del planeta. Un dato escalofriante y, por ahora, de difícil solución del que parte uno de los máximos puntos de inflexión del metraje. Este problema social y sus consecuencias son abordados con inteligencia y distanciamiento, para que podamos detenernos en medio de la sórdida cadena de sucesos y observar las diferentes reacciones: Sabina (Dasa Cupevski), una estudiante insegura y tímida cuyo mayor talento es interpretar al piano piezas de Mozart, toma la decisión de acabar con su vida, sin explicación plausible ni nota de despedida. Ante este suceso trágico, que constituye el punto de giro fundamental de la primera mitad de la historia, la clase reacciona de manera incontrolable, culpando al profesor Zupan y su exigente metodología docente de la muerte de su compañera. Bizek no se regodea ni se detiene en exceso en el suicidio de la joven Sabina, sino que prefiere emplearlo como desencadenante de la rebelión estudiantil y escrutar, a través de secuencias extensas y planos cercanos, las reacciones de sus compañeros. Estos chicos están rotos y se sienten perdidos entre la indiferencia, la tristeza, la culpa, la acusación a otros, unidos a una frustración que no parece desaparecer de sus cuerpos. Por un lado, buscan respuestas inmediatas a su desasosiego, exigen ser tratados como personas y no números, pero por otro, pueden volverse fríos, irracionales y violentos, personalizar la intolerancia entre sí, y reproducir, como podremos ver en el último tercio del metraje, las idénticas actitudes de sus padres. Es sencillo inferir la aguda metáfora que el director elabora acerca de cómo el entorno familiar es una potente influencia para esos chicos, tan tercos y desorientados en sus acciones como sus padres y el profesorado. Al final, la crítica pasa por la reproducción de conductas dañinas y la impotencia para identificar las emociones y cambiarlas.
Mientras los adolescentes se rebelan, el culpabilizado Robert Zupan, de imperturbable rictus, sigue impartiendo con severidad sus clases acerca de la obra literaria de Thomas Mann. Una postura que también busca hacernos reflexionar y darle otra vuelta de tuerca a este mosaico sociológico esloveno, siempre mediante un malentendido inteligente duro de resolver en nuestras cabezas y que perdura más allá de los créditos finales. Cada perfil diferenciado entre los alumnos (un chico sensible y furioso que acaba de perder a su madre, la adolescente árida llena de prejuicios hacia los alemanes, el poco integrado y sobreexigido portento intelectual, la mejor amiga de Sabina sumida en el shock postraumático o el divertido melómano que se evade con el hachís, entre otros) es uno de los colores de ese cubo de rubik cuyas piezas van girando y girando parejas al desarrollo de la trama. Las bajas pulsaciones del ritmo narrativo son necesarias para consumar un retrato minimalista que juega con las dificultades de convivencia, integración y conexión emocional entre los personajes. Sin grandes prodigios técnicos, los diálogos siempre desbordantes de subtexto cargan con la responsabilidad de ser las principales herramientas para describir la evolución de los protagonistas.
Para meternos en las vísceras ese frío perpetuo, esa sensación de hastío y enajenación creciente que domina el centro estudiantil, el camarógrafo Fabio Stoll se encarga de un tratamiento fotográfico oscuro, donde mandan los negros y azulados y los interiores se tiñen de contrastes lumínicos. Class Enemy opta por unos espacios que a los espectadores se les antojaran opresivos: aulas pequeñas, baños, un pequeño estudio de radio, unos pupitres que no parecen contener el vacío y la incertidumbre de unos adolescentes hambrientos de educación emocional y empatía. En definitiva, acaba dando incluso más de lo que prometía en un principio y se convierte en uno de los mejores dramas psicológicos de los últimos años. Un estupendo libreto que huye del morbo y del efectismo, un puñado de interpretaciones sobrias y realistas, y, por encima de todo, una cantidad abrumadora de niveles de lectura y focos de crítica que hacen la cinta un comienzo esperanzador para el futuro de este jovencísimo director esloveno. Lo más importante es que, a falta de respuestas, Class Enemy es una ópera prima capaz de inundarnos la mente de cuestiones. | ★★★★★ |
Andrea Núñez-Torrón Stock
Redacción Santiago de Compostela
Ficha técnica
Eslovenia, 2013, Razredni sovraznik. Director: Rok Bicek. Guión: Nejc Gazvoda, Rok Bicek, Janez Lapajne. Productora: Triglav Film. Fotografía: Fabio Stoll. Reparto: Igor Samobor, Natasa Barbara Gracner, Tjasa Zeleznik, Masa Derganc, Robert Prebil, Voranc Boh, Jan Zupancic, Dasa Cupevski. Presentación oficial: Venezia 70.