Persecución astral
crítica a Jauja (2014), dirigida por Lisandro Alonso.
Todas las películas de Lisandro Alonso han estado presentes en el Festival de Cannes. Desde La libertad (2001) hasta Liverpool (2008). Algo excepcional para el cine latinoamericano. Jauja (2014), su última obra, pedía a gritos su participación en la Competición Oficial de la pasada edición del certamen, no obstante, su paso por Un certain regard se saldó con el premio FIPRESCI y un zurrón cargado de elogios. El involucramiento de Viggo Mortensen, productor y protagonista, hablan del reconocido prestigio del realizador argentino al otro lado del cine industrial. Dan fe de ello sus colaboradores, profesionales con pedigrí en el circuito independiente como Timo Salminen –habitual director de fotografía de Aki Kaurismäki– o la sempiterna estrella danesa Ghita Nørby. Su filmografía, prácticamente inédita en nuestro país, no responde a los cánones del cine comercial, se mueve en aguas atípicas, soporíferas, contemplativas y su última obra no es una excepción, si bien tiene una naturaleza más narrativa que sus predecesoras. El punto de arranque son unas líneas sobre la leyenda de Jauja, una Atlántida continental, cuya “única certeza es que todos los que intentaron encontrar el paraíso terrenal se perdieron en el camino”. El cineasta nos indica de esta forma que vuelve a tratar una de las constantes de su obra y de su tierra: el paisaje. A través de un naturalismo extremo y de planos generales recorre los avatares de un ingeniero militar danés –Viggo Mortensen– y su hija en la inhóspita Patagonia.
En el primer tercio de Jauja Lisandro Alonso da un giro a su cine experimental. La palabra tiene una fuerte presencia, predomina el diálogo sobre el silencio y uno puede sospechar que estamos ante una película convencional. Algunos creían que el director porteño daba su brazo a torcer (¿Qué hace rodando con actores profesionales?). Nada más lejos de la realidad. Sin mucha dilación entramos en el desarrollo del conflicto que nos induce en una letárgica persecución, un peregrinaje sideral de estampas primitivas, vislumbrando una lucha, interna y externa, por la supervivencia. Una manifestación de su necesidad de seguir poniendo en tela de juicio las formas acostumbradas de presentar un discurso en una sala de cine. La deambulación alcaloide de Mortensen desemboca en una meditación (frecuentada en su obra) sobre el espacio-tiempo. El realizador está comprometido con una visión reflexiva sobre las limitadas percepciones (humanas), nos ahoga en consecuencias inesperadas y establece, en el caso particular del ingeniero militar danés y su hija, las posibles implicaciones en los mundos de la imaginación, el mito y la fabulación. No se encuentran respuestas claras sobre el pasado, el presente o el futuro. La fragilidad de los personajes, su templanza y su devenir nos descubren que las clarividencias son abstracciones que confirman que vivimos en un abismo espacio-temporal que define nuestros hechos. En ese precipicio el horizonte geográfico y la relación de la figura humana con el mismo son claves. El paisaje, pese a ser atravesado por un forastero, da testimonio de su singularidad atávica en la identidad cultural de Latinoamérica y se resume en la famosa disyuntiva entre civilización y barbarie, teorizada en el clásico de Faustino Sarmiento. No todo es metafísica, como ven también hay determinismo naturalista. Pero que nadie se lleve a engaño, los límites y profundidades del argumento los debe trazar cada espectador de manera personal.
Concisamente: lo que parecía ser una concesión de Lisandro al cine comercial es en realidad su trabajo más interesante hasta la fecha. El menos estéril. No solo por su labor conceptual, abierta a la libre interpretación y de difícil asimilación, sino también por su atrevimiento narrativo y su propuesta formal. El compromiso estético se aprecia en todos esos detalles que hacen de la imagen la gran protagonista. Las secuencias están cargadas de un realismo casi documental que, paradójicamente, nos conducen a un mundo poético, casi onírico. El mérito, de todas formas, no reside en que la cinta posea un grado estético superlativo en sí misma sino en que se pone énfasis en lo que se está viendo es cine. Jauja no es un simple vehículo para contar una leyenda; además es una experiencia sensorial en la que el público ha de poner de su parte. Exige un esfuerzo no siempre justificable, la monotonía, la apatía, la incomprensión que por momentos se adueñan del filme facilitan el tedio y el aburrimiento (pasajeros). El espejismo de lo anodino hace aparición en el desierto de la Patagonia y puede pasar desapercibido que “hay de todo”: tiros, muertes, bailes (fuera de campo), persecuciones, escapadas amorosas y viajes en el tiempo. Su desenlace despeja toda duda y consolida su condición de “cine para pocos”. Eso sí, de escasa ambición y de insuficiente trascendencia. El tiempo dictará si es en realidad algo más que una maravillosa secuencia de un oficial danés bajo un manto estrellado. | ★★★★★ |
Andrés Tallón Castro
Redacción Madrid
[1] Lectura complementaria| reseñas de Gonzalo Hernández (Festival de Cannes) y Emilio Luna (Festival de Karlovy Vary).
Ficha técnica
Argentina, 2014, Jauja. Director: Lisandro Alonso. Guion: Lisandro Alonso, Fabián Casas. Productora: 4L / Massive Inc. / Perceval Films / Mantarraya Producciones / Fortuna Films. Fotografía: Timo Salminen. Música: Viggo Mortensen, Buckethead. Reparto: Viggo Mortensen, Viilbjørk Mallin Agger, Ghita Nørby.