Acariciando el gran sueño americano
crítica a El chico del millón de dólares (Million Dollar Arm), dirigida por Craig Gillespie. | ★★ |
El drama deportivo, especialmente cuando gira en torno al fútbol americano o el béisbol, es un género por el que los yanquis sienten auténtica devoción, traduciéndose este tipo de productos en notables éxitos de taquilla que, por lo general, no suelen trascender más allá de sus fronteras. La todopoderosa Disney ha encontrado en estas películas un auténtico filón con el que compensar la decepción de algunas de sus apuestas más ambiciosas –Prince of Persia: Las arenas del tiempo (Mike Newell, 2010), El aprendiz de brujo (2010, Jon Turteltaub) por poner dos ejemplos sonados–. Unos presupuestos más accesibles, con los que la rentabilidad queda casi asegurada, puestos al servicio de dramas humanos, preferiblemente basados en inspiradores hechos reales, en donde se ensalzan todo tipo de valores morales que tanto gustan al público más sentimental. Así, títulos como Titanes: Hicieron historia (Boaz Yakin, 2000) o la equina Secretariat (Randall Wallace, 2010) han traído grandes alegrías a sus productores, con inversiones bastante modestas, algo que se vuelve a repetir, en menor medida, con la presente El chico del millón de dólares (2014), cinta que explota sin rubor todos y cada uno de los tópicos que no pueden faltar en cualquier buena cinta deportiva que se precie.
Por un lado, tenemos a J.B. Bernstein, el típico agente deportivo narcisista y ambicioso que vive rodeado de lujo y mujeres espectaculares, y para quien el béisbol es tan solo un negocio con el que enriquecerse todavía más. Con fines lucrativos, en plena crisis laboral, crea el programa de talentos Million Dollar Arm, al encendérsele una bombilla mientras asiste por televisión al triunfo de Susan Boyle en el Britain’s got talent. Es entonces cuando se lanza a la aventura de viajar hasta la India para descubrir a futuras promesas del béisbol entre los jóvenes jugadores de críquet, el deporte más practicado en el país asiático. Y es también cuando se topa con el innato talento para lanzar la pelota de dos muchachos de clase humilde que se presentan cargados de ilusión y con la intención de sacar a sus familias de la miseria. Ellos son Rinku Singh y Dinesh Patel, quienes se convertirían en los primeros indios en formar parte de las Grandes Ligas. Como se puede apreciar sobre el papel, la historia tiene todos los ingredientes necesarios para satisfacer a los amantes del género. Estamos ante el enésimo relato sobre la superación humana ante las adversidades de la vida, el triunfo de unas personas que surgen de los más bajos estamentos de la sociedad para, a base de trabajo duro y disciplina, llegar a convertirse en símbolos de inspiración para todos. Y, como no, ante un caso más de redención del personaje egoísta al que el acercarse a la dura realidad de quienes no tienen casi ni para comer le cambia la filosofía de vida, convirtiéndole en todo un ejemplo de solidaridad y ayuda desinteresada a los demás.
Sería muy fácil ensañarse con un filme como El chico del millón de dólares, resaltando la cantidad de lugares comunes en los que incurre, su maniqueísmo a la hora de tocar la fibra sensible del espectador o su, a la hora de la verdad, escaso calado dramático. Sin embargo, lo cierto es que el australiano Craig Gillespie –al que le debemos la estupenda Lars y una chica de verdad (2007), uno de los escasos papeles de comedia de Ryan Gosling– dirige con elegancia y sin grandes estridencias visuales un libreto bastante estándar. La previsibilidad general del relato queda compensada, en buena medida, por el buen trabajo actoral de todo el reparto. Así, John Hamm, una de esas estrellas de la televisión –gracias a Mad Men– a las que parece que les cuesta arrancar una carrera sólida en el cine, resulta una perfecta elección para el papel J.B., mientras que el veterano Alan Arkin vuelve a incidir en ese tipo de rol en el que parece haberse especializado en los últimos tiempos (y que tan bien se le da): el de excéntrico y borde que, sin embargo, logra hacerse con las simpatías del público gracias a sus graciosas salidas de tono. Al enmarcarse la película en un género destinado a una audiencia mayoritariamente masculina, el guión de McCarthy incluye una trama romántica para abrir su abanico también al femenino. De este modo, asistimos a la progresiva historia de amor entre el agente deportivo y una guapa enfermera que vive como inquilina en una casa contigua a su mansión. La estupenda Lake Bell pone todo su encanto en este papel que sirve para oxigenar un poco la historia de tanta testosterona. De hecho, la química entre ella y Hamm es tan buena que Million Dollar Arm podría funcionar, de manera independiente, como comedia romántica. El resto es lo de siempre: Momentos de lanzamiento de pelota tan épicos que parecen que el futuro de la Humanidad dependiera de su éxito, una música omnipresente que subraya las emociones y pequeños golpes de buen humor a cargo de los jóvenes pupilos, adaptándose con torpeza al superficial estilo de vida de su padrino J.B. La primera mitad del filme es la más interesante, donde se muestra (sin ahondar demasiado, que esto es Disney, no lo olvidemos) la pobreza extrema de la población india y la búsqueda entre los aspirantes del brazo del millón de dólares del título. Una vez que tocan tierra en Estados Unidos J.B. y los muchachos, la propuesta se vuelve más cómoda y familiar. No estamos ante una obra destinada a sentar cátedra en su género pero, al menos, entretiene en todo momento y está hecha con tanto corazón como cerebro. | ★★★★★ |
Jose Antonio Martín
redacción Las Palmas de Gran Canaria
Estados Unidos, 2014. Título original: Million Dollar Arm. Director: Craig Gillespie. Guión: Thomas McCarthy. Productora: Walt Disney Pictures / Mayhem Pictures / Roth Films. Fotografía: Gyula Pados. Música: A.R. Rahman. Montaje: Tatiana S. Riegel. Intérpretes: Jon Hamm, Bill Paxton, Lake Bell, Alan Arkin, Bar Paly, Aasif Mandvi, Suraj Sharma, King, Autumn Dial.