C’est la vie
crítica de Dos días, una noche (Deux jours, une nuit, Bélgica, 2014), dirigida por Jean-Pierre y Luc Dardenne. | ★★★★ |
Siguiendo las enseñanzas de Jordan Belfort, para influenciar en el juicio de alguien es necesario crear una sensación de necesidad, “véndeme este bolígrafo”. Mirado desde el punto de vista pragmático, no podríamos acercarnos a una persona y pedirle que nos regale 1.000 euros sin ofrecerle a cambio algo que no pueda rehusar, y eso es, precisamente. lo que trata de hacer Sandra. La protagonista de Dos días, una noche (Deux jours, une nuit, 2014) tiene que lograr que, al menos nueve de los dieciséis empleados que trabajan junto a ella en una fábrica de paneles solares, acepten prescindir del bono anual para que ella pueda conservar su empleo. Es evidente que a la joven no le hubiera venido mal recibir un par de lecciones de El lobo de Wall Street (The Wolf of Wall Street, 2013), antes de lanzarse a la calle llamando puerta por puerta a cada uno de sus compañeros. Sandra no es una experta en marketing, simplemente es una mujer que acaba de salir de una depresión y busca reincorporarse al trabajo tras su baja, algo que no resultará todo lo fácil que le gustaría debido a la gran competencia que las empresas asiáticas ejercen sobre la planta, y que obliga a los gerentes a rescindir contratos. Al igual que hicieron los neorrealistas italianos durante la posguerra, Jean-Pierre y Luc Dardenne pretenden mostrar (tras una guerra muy diferente: la económica), con total verosimilitud, la realidad cotidiana. Esas imágenes que vemos a diario en las noticias, y de las que apartamos la mirada conscientemente como quien evita pensar en una grave enfermedad, “eso no me pasará a mí”, son ahora mostradas mediante una estructura semántica que resulta lo más natural posible, con un estilo formal, directo y sin imposturas ni manipulaciones técnicas o estéticas.
Cámara en mano, como es habitual en ellos, los hermanos Dardenne logran captar la esencia del sufrimiento y la desesperación que se genera en las clases sociales más desfavorecidas, y lo consiguen sin un sutil acompañamiento sonoro, ni emotivas canciones, ni tan siquiera con recurrentes puestas de sol que interfieran en la emisión de un mensaje lo suficientemente claro y contundente por sí mismo. Sandra es el reflejo de miles de trabajadores que se enfrentan a esta ardua batalla que suponen los tiempos de crisis. Es la lucha sin cuartel por defender lo que necesitamos, y no hay duda de que un salario mínimo mensual, es prioritario. Por ese motivo, a la protagonista no le queda más remedio que suplicar a sus compañeros que acepten perder la paga extraordinaria. Nos encontramos ante una comparación metafórica de aquellos ciudadanos que se vieron (y se ven) obligados a recurrir a la mendicidad para obtener sustento. Ciudadanos despojados de toda dignidad o prejuicios morales, que no han sobrevivido a la lucha desesperada y egoísta que conforma la ley del más fuerte —que no el más cualificado—. Se deja vía libre para que sea cada espectador el que interponga, si es posible, algún tipo de solución al dilema moral planteado. ¿Cuál es el precio de esos 1.000 euros? Es una cantidad muy concreta la que se repite como defensa de los acusados —cada trabajador es acusado de traicionar el sentido de compañerismo—, sin embargo, no parece que hablemos de cifras, sino de territorialidad. De no dejar que nadie altere nuestra cómoda rutina y de mostrar poder ante el que está en inferioridad de condiciones. Se debate entre el concepto de, o él o yo, y la única forma de aparentar superioridad es traicionando a un rival abatido que se arrastra por clemencia.
La primera votación se salda con 14 votos en contra, de 16 votantes. Empero, las insinuaciones de que el manager del equipo ha podido coaccionar a los trabajadores, instan a un segundo sufragio anónimo que se llevará a cabo el siguiente lunes por la mañana, dejando a la protagonista con dos días y una noche para conseguir el “sí” de la mayoría. Pese a lo dicotómico que parece el desenlace, poco a poco se irán añadiendo matices que complicarán ese Sí o No, ese blanco o negro que terminará por rendirse a un amplio abanico cromático. Hacia la mitad del metraje nos asalta una duda existencial: en caso de que se decida que Sandra mantiene el puesto, ¿Cómo será trabajar con todos esos compañeros que la han denostado, o que la odiarán por haberles hecho perder la paga que tanto necesitan? ¿Realmente querríamos seguir trabajando para seres tan despreciables como los que nos han puesto en esa situación? Se nos deja ver que, ambas opciones, terminarían por perjudicar a nuestra heroína en el que parece un desenlace que no alberga una situación muy agradable, por lo que trataremos de buscar soluciones alternativas a esa dualidad desesperanzadora. También se abrirá el debate sobre si la protagonista está realmente preparada para reinsertarse al trabajo. Pese a parecer algo secundario (o incluso terciario) en una trama cuyo principal objetivo es analizar las posibilidades que tiene una persona de conservar su puesto de trabajo, mientras se deja el futuro de esa decisión en manos de otros trabajadores a los que les perjudica directamente su posible continuidad en la empresa, las evidentes muestras depresivas de Sandra nos harán reconsiderar los hechos. Haciendo una relectura de su situación, resulta peliagudo establecer —para un espectador inexperto en crisis de ansiedad— si sus cambios de humor y su imposibilidad para afrontar los problemas en solitario, sólo la constante lucha de su marido logra mantenerla a flote, son aspectos contraindicados para el desempeño de sus tareas diarias.
Los numerosos planos cortos, que buscan el enfoque más introspectivo y turbulento del personaje principal, y de larga duración, para que se pueda seguir atentamente la acción, dan vía libre a Marion Cotillard para realizar un despliegue interpretativo deslumbrante al tiempo que se enfrenta a una cámara muy cercana y entrometida, que no deja de mostrar su decaimiento moral, muy acorde con su aspecto desaliñado, dejando entrever un gran problema a la hora de hacerse cargo de sus hijos. La preocupación infantil, eterno foco de atención en la estructura narrativa de los Dardenne, aparecerá en este caso de forma indirecta. La depresión que arrastra la protagonista puede acabar con el futuro de esos niños, del mismo modo que el caótico estado anímico de Justine fue el detonante de la destrucción del planeta en la película Melancolía (Melancholia, 2011). Al final poco le importará al espectador si la joven salva el trabajo o no (pese a ser la principal incógnita de la trama); nuestra inquietud se verá más centrada en el hecho empático en sí, el haber tenido que pasar por esa humillación personal dictada por un sistema despótico y oligárquico, que nos obliga a enfrentarnos con personas en nuestra misma situación a las que no podemos culpar por mirar en favor de su propio beneficio. Sin embargo, las culparemos y odiaremos por capricho de unos realizadores que quieren concienciarnos con su causa mostrando que somos tan malvados como sus personajes.
Dicho esto, una vez más los directores harán que el sufrimiento valga la pena. Y es que el final, el único que no habíamos visto venir dentro de las múltiples opciones que surgieron de la dicotomía inicial, nos hará reflexionar sobre si la solución no es también la principal causa del problema. Esa que nos mantiene encerrados en una prisión moral semi-voluntaria. Un final que nos recuerda al optimismo pesimista de la Nouvelle vague, y quedará inmortalizado en la simplicidad de una sonrisa que puede con todo, la que precede a futuros inciertos y complicados, esa sonrisa que nos saca del oscuro abismo y nos devuelve la libertad. | ★★★★★ |
Alberto Sáez Villarino
redacción Dublín (Irlanda)
Bélgica, Francia, 2014. Título original: Deux jours, une nuit. Director: Jean-Pierre Dardenne, Luc Dardenne. Guion: Jean-Pierre Dardenne, Luc Dardenne. Duración: 95 minutos. Productora: Les Films du Fleuve / Archipel 35. Montaje: Marie-Hélène Dozo. Intérpretes: Marion Cotillard, Fabrizio Rongione, Catherine Salée, Olivier Gourmet, Christelle Cornil. Presentación oficial: Festival Internacional de Cannes 2014.