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    Crítica | Sin City: Una dama por la que matar

    Sin City: Una dama por la que matar

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    crítica de Sin City: Una dama por la que matar | Sin City: A Dame to Kill For, dirigida por Robert Rodríguez, 2014.

    Según la teoría de la cultura de masas, explicada y analizada en profundidad por Ortega y Gasset en su libro La rebelión de las masas (1929), el éxito en cualquier empeño de atraer a una gran cantidad de población hacia un fin concreto —concepto hombre-masa—, residiría en la adaptación de un producto minoritario (desconocido por la mayoría) en función de las bases sociales establecidas —Hollywood—. Así nació Sin City como concepto, trasponiendo a la gran pantalla un producto cultural, en este caso una novela gráfica, con una presentación visual muy semejante a la fuente original aunque aferrándose a una serie de necesarias modificaciones condicionantes del éxito masificado. Esta fórmula fue descrita muy acertadamente por la Dra. Cascajosa Virino: “grandes dosis de acción, fuerte presencia de elementos fantásticos, personajes más caracterizados por sus acciones que por su psicología y un elaborado estilo estético en el que el diseño de producción y el cromatismo intentan rememorar al cómic original”[1]. Una vez se alcanzó el impacto deseado, sólo quedaba sacar el mayor beneficio posible, y aquí es donde entra en escena Sin City: Una dama por la que matar (Sin City: A Dame to Kill For), pasando de la trasposición a la transficción, o el reciclaje de esa obra genuina en el mayor número de formatos y variantes posibles —secuela—.

    La película sigue la misma concepción narrativa que su predecesora, una estructura episódica cuyas diferentes historias se relacionan de manera anecdótica gracias a un nexo común: el Kadie’s Saloon, un antro libidinoso donde se dan cita los personajes más perversos del lugar. Con la oscuridad dramática del Neo-Noir estadounidense y la contundencia explícita del Hard-Boiled policíaco, Robert Rodríguez y Frank Miller vuelven a situarnos en la degenerada Basin City. Una ciudad donde el delito es asumido con resignación por los justos (los pocos que quedan), quienes se empeñan, ya no en resolver el crimen en sí, sino en restaurar el orden e impartir la justicia a su manera, sin hacer distinción alguna entre ley y venganza, por lo que resulta imposible diferenciar entre detective y criminal. Los delincuentes no nacen en (Ba)Sin City, sino que se hacen en medio de esta sociedad depravada y corrupta que les conduce a la autodestrucción, son personajes peligrosos y derrotados, movidos por el deterioro ético que gobierna su mundo. Encontramos aquí a Marv, protagonista del prólogo de la película, Just Another Saturday Night, y eterno parroquiano, o prisionero semi-involuntario, de esa pecaminosa cárcel que conforma la mencionada taberna de Kadie, estatus que le convierte de manera ineludible en el vínculo personificado de todas las historias.

    Sin City: Una dama por la que matar

    Este prólogo, que comienza con la imagen de un coche de policía destruido y el protagonista tratando de recordar cómo ha llegado hasta esa situación —flashback explicativo—, sirve de ejemplo de lo que significa ese concepto Sin City, es la minuciosa adaptación de los trazos del cómic a la pantalla. Un proceso de viñetaje tan preciso como deslumbrante en el que se muestran las bazas visuales que se han utilizado para el desarrollo evolutivo de esta secuela con respecto a su predecesora, y que incluye, además de un espectacular 3D, una asombrosa caracterización de los personajes (o caricaturización) y un uso de los contrastes cromáticos sobre el evocador blanco y negro selectivo mucho más dinámico y deslumbrante. El resto del metraje, que seguirá la misma estética visual, se divide en tres fragmentos individuales e independientes de esta secuencia inicial. Cada una de esas tres partes principales se subdivide a su vez, siguiendo una misma estructura, en: primera parte, agravio, y segunda parte, venganza.

    La primera de ellas, The Long Bad Night, muestra esta segmentación de forma, no sólo conceptual, sino también perceptible cronológicamente. En ella se presenta a Johnny, una refrescante adquisición que representa el elemento discordante en la vorágine autodestructiva de la ciudad del pecado. Mientras que todos los personajes son patéticos fracasados y perdedores que se mimetizan con las sombras en las cloacas de la ciudad, Joseph Gordon-Levitt aparece con su particular arrogancia y carisma poniendo de manera inmediata a la suerte de su lado, haciendo que los habitantes y en concreto el peligroso senador Roark, se sientan amenazados al sentir la irrupción de un desconocido en su apacible desidia. Él no encaja en ese mundo. Él es un triunfador, y terminará pagándolo. Así será despojado de todo lo que consiga, su dinero, su carisma (zapatos y habilidad con las manos), e incluso su suerte (en una cruel escena que simboliza la materialización de lo intangible). Este acto desemboca en la secuencia que pone fin a la primera parte de The Long Bad Night, donde Johnny, abatido, jura venganza ante el despiadado senador que sale triunfador —con un estupendo plano picado de superioridad— “Cuando quiera que llueva, recuérdame… recuérdame todo el tiempo”. Finalmente, ya en la segunda parte del fragmento (que se sitúa inmediatamente después de la segunda historia), se mostrará la búsqueda de la venganza. Una venganza lograda a medias recurriendo al concepto de desilusión anti-heroica. Esa fortuna que el protagonista siempre tuvo de cara será su condena final.

    Sin City: Una dama por la que matar

    A continuación la secuencia epónima del filme: A Dame to Kill For, la única de las tres historias que no sufre una división evidente, sino sólo conceptual. La primera parte, hasta que el protagonista (Josh Brolin) clama venganza sigue a Dwight, un detective sensacionalista que recibe una llamada de la mujer que le rompió el corazón. Aparece aquí el arcaico y tópico concepto de Femme Fatale del cine negro. Eva Green es la prototípica manifestación de esta fría y manipuladora mujer. Su cuerpo desnudo es su arma, por lo que tiene que sentirse muy cómoda en ausencia de ropa, y para ello se necesita un físico a prueba de vulnerabilidades. El sensual dibujo que la luna refleja en su tersa piel a través de las persianas hace que el antihéroe caiga en sus garras una y otra vez, dando un nuevo y más amplio significado a la palabra irresistible. Ella conoce bien sus cartas, y sabe cómo jugarlas, por lo que cualquier resistencia es inútil. Dwight lo sabe, con sólo una mirada él hará lo que le pida: “me posee en cuerpo y alma”. En la página 43 de la novela gráfica A Dame to Kill For, por el contrario se puede leer: “Me destrozó el alma y tiró los pedazos como si estuviera vaciando un cenicero. Pero ¿Se concentra mi mente en eso? ¡Diablos, no! Recuerdo la mirada que había en sus ojos cuando le hablé de mi padre. […] Recuerdo su fuego, el roce de sus senos, el sabor que dejó en mi boca. Ava.” Vemos como se pierde el componente psicológico y se simplifica para una rápida comprensión del protagonista sin tener que indagar demasiado en su idiosincrasia. El omnipresente Marv lo advierte también, “esa es una dama por la que matar”, pero parece que el enfoque correcto a analizar, una vez que esta historia llega a su segunda parte sería: ¿Es Ava una dama por la que morir? Para averiguarlo, el protagonista de esta historia, se involucra junto a Marv en una lucha encarnizada que se inicia con la insinuación de un desafío muy prometedor cuando el enorme Manute, guardia de seguridad de Ava, mirando al gigantesco Marv dice: “El nuestro sería un combate interesante”. Combate que llegará finalmente y se resolverá de manera rápida y brutal —inesperado—. La mirada de Ava Lord alcanza una intensidad cromática de auténtica maldad y codicia, poniendo de manifiesto que ella es la real amenaza e iniciando la segunda parte vengativa, cuando enseña a Dwight el auténtico sentido del ojo por ojo. Herido, física y moralmente, tendrá que esconderse en el único lugar donde puede ser protegido: Old Town. Allí encontrará el amparo de su amante a tiempo parcial Gail, pero también la desconfianza del resto de prostitutas, por lo que su estancia no será todo lo sencilla que él esperaba “Finalmente conseguí más tiempo… y más cirugía”.

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    Se continúa, ya en la tercera y última historia, con la narración en primera persona tan característica del cómic para representar los conflictos internos de cada personaje. Nancy buscará la venganza contra el Senador Roark, culpable del suicidio de su único amor, Hartigan. Como se puede apreciar, este relato comienza directamente en su segunda parte (la fase de venganza). La primera corresponde a la aventura The Yellow Bastard, vista en la primera película, que terminó con el suicidio mencionado, hecho que desata la decadencia de la stripper Nancy y su búsqueda de represalias. Para ello recurrirá, obviamente, a Marv, quien sabe que algo sucede viendo la energía con la que Nancy lleva a cabo ese “Último baile”. Ésta le hará creer que ha sido atacada, por lo que el bueno de Marv vendrá al rescate: “Just give me a name”. Entonces comienza el verdadero baile. Tarantino está presente, aunque esta vez no de manera acreditada, no sólo en la obviedad del estilo combativo de la minute-woman Miho, una Beatrix Kiddo de katana rápida, sino también en las secuencias en las que Nancy habla con el difunto Bruce Willis, abandonando la narración en primera persona para dar paso a un diálogo —o monólogo disfrazado— con su conciencia personificada, tal y como hizo el realizador de Tennessee en su famosa escena de Sin City, donde Clive Owen hablaba con un Benicio del Toro con la garganta cortada y algo más que una bala en la cabeza.

    El concepto Sin City puede no ser apto para todo tipo de espectadores, puede incluso ser repudiado por el público adulto y dicotómico que no perdona ese abandono del componente psicológico, pero lo que es un hecho es que Rodríguez y Miller, aferrados al concepto de transficcionalidad del que hablábamos al principio, ofrecen un auténtico recital de autoría y un sentido y adaptado homenaje al sempiterno cine negro. El noir de ayer, el de los detectives con gabardina (o Bernini) cuya personalidad sólo puede apreciarse en sus actos violentos proyectados como sombras en paredes de ladrillo, al más puro estilo Dick Tracy, y el de la incesante lluvia cortando las graves facciones de los delincuentes más despiadados del inframundo en el que habitan, todo ello con la tecnología de hoy, que permite que la sala de cine se llene de un humo tridimensional impregnado con el amargo olor de la sangre y el bourbon vertidos equitativamente a borbotones en el tétrico Kadie’s Saloon. | |

    Alberto Sáez Villarino
    redacción Dublín (Irlanda)

    [1] Cascajosa Virino, Concepción Carmen. 2006. El espejo deformado. Versiones, secuelas y adaptaciones en Hollywood. Sevilla: Universidad de Sevilla. 2006, 71.


    Estados Unidos. 2014. Título original: Sin City: A Dame to Kill For. Director: Robert Rodríguez, Frank Miller. Guion: Frank Miller, Robert Rodríguez (Novela gráfica Frank Miller). Duración: 102 minutos. Productora: The Weinstein Company / Dimension Films. Fotografía: Robert Rodríguez. Música: Robert Rodríguez, Carl Thiel. Montaje: Robert Rodríguez. Intérpretes: Josh Brolin, Eva Green, Mickey Rourke, Rosario Dawson, Joseph Gordon-Levitt,Bruce Willis, Jessica Alba, Ray Liotta, Juno Temple, Jeremy Piven,Jamie Chung, Jaime King, Dennis Haysbert, Crystal McCahill, Julia Garner.


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