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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Hércules

    Hércules, de Brett Ratner

    El profundo deseo de los dioses

    crítica de Hércules | Hercules: The Thracian Wars, dirigida por Brett Ratner, 2014

    Hay un Olimpo de diferencia entre dioses y hombres. Sin embargo, en lo concerniente a relaciones amorosas, las deidades y los simples mortales no somos tan distintos. El género masculino siempre será débil y manipulable cuando haya una falda (o péplum) por medio, sin importar su omnipotencia o su inmortalidad. Zeus, dios de dioses, no es una excepción, y su larga lista de juicios divinos sólo se ve superada por la de sus aventuras sentimentales (muchas de ellas con mujeres humanas). De uno de estos escarceos fue fruto un bebé medio mortal al que Zeus, haciendo acopio de un cinismo muy poco acertado, llamó Heracles (gloria de Hera, su entonces resentida y engañada esposa). Así pues, el pobre Heracles —posteriormente llamado por los romanos Hércules—, sufrirá el despecho de la vengativa diosa durante toda su vida, afrontando una existencia penitente y llena de constantes castigos. Es el héroe clásico por antonomasia, cuyo principal reto será enfrentarse hoy al pensamiento dicotómico que predomina en la cinematografía con respecto a las adaptaciones de cómic/videojuegos. El debate sobre la base formal donde debe asentarse cualquier manifestación artística es una constante cada vez que alguien decide salirse del teatro, la literatura o la pintura. Se evidencia así que la exigida evolución cinematográfica se convierte en un problema cuando no se afronta de manera técnica, sino conceptual, desencadenando una incómoda incomprensión por parte del sector más conservador que no duda en arremeter contra aquello que desafía su conocimiento. Descendiente directa de la tan cuestionada generación del videoclip —que sólo llegó a ser respetada gracias a trabajos tan ejemplares y contundentes como los de Spike Jonze o Steve McQueen—, esta nueva ola expresionista ha sido categorizada (como también lo fue su predecesora) como material destinado a adolescentes. Algo que está en proceso de ser desmentido gracias a filmes como los de Robert Rodriguez o Zack Snyder.

    Y pese a que ni Hércules es 300, ni Brett Ratner es Snyder, sí es cierto que ésta bebe de las principales fuentes de “viñetaje” de aquélla. La concepción figurativa de ambas resulta mucho más condescendiente y generosa con los protagonistas que la propia historia. Se resta oscuridad a la trama para que la empatía resulte más sencilla: mientras en el caso de los espartanos se ocultaron los detalles más sanguinarios y mezquinos de su idiosincrasia atrabiliaria, Ratner, basándose en la novela gráfica de Steve Moore, Hercules: The Thracian Wars, juega a confundir al espectador con el sombrío pasado del héroe, el cual vive atormentado por monstruosas visiones que buscan comparar la exagerada mitología con su posible origen y significado real. Cerbero perseguirá a Hércules para enfrentarlo a los demonios de su pasado, un pasado muy borroso del que posteriormente será exculpado gracias a una reveladora epifanía. Momento que coincidirá con la aceptación definitiva y el hermanamiento del protagonista con su ascendencia divina como hijo de Zeus, y la liberación de su fuerza sobrehumana —que hasta entonces había sido disfrazada con astutos trucos y leyendas edulcoradas—, para encarar el grandioso y épico desenlace final. El director, uno de los comodines de Hollywood, sin asentarse en ningún estilo personal es capaz de abordar cualquier tipo de temática con el fin de contar una historia, por lo que, a diferencia de otros realizadores con “marca de la casa”, su nombre no destacará nunca por encima del título de sus películas. La disparidad de su filmografía, que abarca desde las típicas comedias gamberras (Hora punta), hasta exitosos thrillers literarios (El dragón rojo), le ha evitado alcanzar la categoría de “autor” que tan valorada está hoy en día por la crítica especializada. No obstante, y a pesar de lo cicatero de muchos de los guiones con los que le ha tocado bailar, siempre ha salido airoso y con la cabeza bien alta de cada trabajo (comercialmente hablando). Este hecho ha originado que la industria confíe en él lo suficiente como para encargarle blockbusters de presupuestos astronómicos como X-men. La decisión final (210.000.000 $), o la presente Hércules (100.000.000 $) donde la mitad del mismo ha ido a parar al bolsillo del segundo actor mejor pagado del mundo, Dwayne Johnson, AKA: La Roca.

    Hércules, de Brett Ratner

    Realmente la presencia escénica de Johnson justifica (si es que es posible justificar tamañas cantidades de dinero) sus honorarios —que se antojan similares a los ofrecidos en la película: su peso en oro—. Su hipertrofiada fisionomía le dota de una idoneidad y exclusividad muy efectiva a la hora de representar este tipo de papeles, pese a que su registro interpretativo se limite a sonreír y enarcar una ceja —Be Cool, 2005—. La Roca da vida al Heracles post 12 trabajos [1], un mercenario en busca de la paz interior tras años de martirios, al que se le han unido una serie de leales y despiadados secuaces. Un día, la banda es contratada por el rey de Tracia, Lord Cotys, para entrenar a su ejército de granjeros y convertirlos en poco menos que la armada invencible. En este punto es cuando se introducen los recursos más comercialmente disparatados del filme, incluyendo una batalla contra un ejército de “muertos vivientes” de lo más llamativa. No será, sin embargo, hasta la siguiente contienda contra los centauros —o eso pensábamos—, cuando las enseñanzas de los soldados de fortuna den sus frutos y la tradicional formación en tortuga ofrezca la imbatibilidad que se buscaba en una de las escenas más espectaculares de la película. Antes de recibir la recompensa estipulada, los protagonistas se darán cuenta de que han sido engañados para satisfacer las feroces ambiciones del pérfido gobernador, por lo que tratarán de desfacer (ahora de manera altruista) el entuerto enfrentándose al todopoderoso rey y su flamante legión. 

    El principal problema que encontramos tras el visionado es la total ausencia de pretensiones. Ratner, posiblemente movido por la todopoderosa Paramount Pictures, sacrifica dramatismo y profundidad en beneficio de un humor, algo forzado, que no termina de encajar con el contexto de sufrimiento y desesperación por el que se ha tenido que arrastrar el protagonista. Es, precisamente, la búsqueda de ese público adolescente (tan numeroso) del que hablábamos, que actúa como lacra peyorativa del género cómic, lo que lleva a que la figura de Hércules no se vea como la del implacable lobo solitario que se esperaba, sino como la de un primo (tío) de Zumosol algo atolondrado y falto del oscuro y necesario pasajero interior. Esto crea un vacío considerable que será llenado con las agradecidas y efectivas arengas preparatorias de la contienda, y el gran dinamismo del que goza el sencillo ritmo narrativo durante la totalidad del metraje. | ★★★★ |

    Alberto Sáez Villarino
    Dublín (Irlanda)

    [1] Según la mitología griega, Hera, cegada por su inmenso rencor hacia el bastardo Heracles, lo volvió loco para que matara a su mujer e hijos haciéndole creer que se trataba de un ataque enemigo. Una vez que éste recuperó el juicio y vio lo que había hecho, decidió purgar sus crímenes por medio de los famosos 12 trabajos que le dieron la fama de héroe imbatible.

    Estados Unidos. 2014. Título original: Hercules: The Thracian Wars. Director: Brett Ratner. Guion: Ryan Condal, Evan Spiliotopoulos (Novela gráfica: Steve Moore, Admira Wijaya). Duración: 98 minutos. Productora: Paramount Pictures / Metro-Goldwyn-Mayer (MGM) / Film 44 / Nimar Studios. Fotografía: Dante Spinotti. Música: Fernando Velázquez. Montaje: Mark Helfrich. Intérpretes: Dwayne "The Rock" Johnson, Rufus Sewell, Bolsø Berdal, Aksel Hennie, Ian McShane, Joseph Fiennes, Rebecca Ferguson, Askel Hennie, John Hurt, Irina Shayk

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