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    Crítica | Cómo entrenar a tu dragón 2

    Cómo entrenar a tu dragón 2

    Ángeles del infierno

    crítica de Cómo entrenar a tu dragón 2 | How to train your dragon 2, dirigida por Dean DeBlois, 2014

    Contaba Gore Verbinski en el impagable making-of de Rango que la animación no debería ser tratada como género constitutivo sino más bien como una técnica con la que transitar por los géneros más puros, más clásicos; es decir, aquellos que indefectiblemente figuran (y dibujan con dogmas) en los autorizados manuales: drama, comedia, acción, aventuras, terror, western, musical... Una manera, en fin, de etiquetar y resumir con una sola palabra el tono y los códigos más o menos reconocibles intrínsecos a toda producción. No obstante, el género en sí ha vendido siempre casi tantas entradas como el más fastuoso de los actores. Si bien el espectador medio cree cuidar y anteponer su estado de ánimo, la atmósfera y el argumento, la necesidad de una droga —ya sea blanda o dura— que lo desinhiba de su existencia por noventa minutos, al bonito rostro encumbrado por los estudios imperantes. Cada vez existen más instrumentos para estudiar los porqués del consumo, y paradójicamente cada vez es más difícil sostener una teoría que no pueda ser refutada en un fugaz tuit. Otros tiempos, los míos, y otros espectadores, los de antes. No menos exigentes, pero sí menos formados en la cultura audiovisual por una cuestión de fechas.

    Y es que los niños ya no nacen con un pan bajo el brazo; traen consigo unas gafas 3D modelo Wayfarer de color verde fosforescente y en vez de llorar a la primera cachetada en el culo, interponen denuncia por maltrato no sin antes preguntar la fecha de salida del nuevo GTA. En estas condiciones postapolípticas hablar de la contribución al lenguaje animado de tipos como Walt Disney, Hannah-Barbera (que eran dos, eh, William y Joseph), Osamu Tezuka, Bill Plympton, Hayao Miyazaki, Chuck Jones, Brad Bird o el hoy pope comercial con Disney Animation y cerebro de la antes independiente Pixar, John Lasseter, se antoja tarea difícil. Nos lleva a su vez al planteamiento de que, efectivamente, la animación es una herramienta potenciadora de fábulas y sentimientos que podrían existir en acción real pero jamás a igual nivel. A un lado están los mundos a medio construir, los que parten de una o varias fotografías cotidianas que nuestros ojos capturan o distorsionan; y al otro los que simplemente han de ser esbozados desde la primera línea. Universos de grafito que se amparan en el píxel, en la profusión de una tecnología tridimensional que (se) abre camino y de tanto en tanto vuelve el folio para no olvidar sus orígenes, pues su origen es y será siempre el mismo lápiz que los dio a luz. La fase ineludible tras la última reescritura y, también, la herramienta con que guiar toda película seria. El cine es animación incluso sin ésta, y la animación no debería rebajarse a los conversos que todavía hoy se refieren a "los dibujos animados" con desdén. O a Pixar, culpable de un par de clásicos modernos —recuérdese el inolvidable, intergaláctico y distópico silencio del ro(bot)mántico procesador de basura humana Wall-E, la conmovedora secuencia de montaje de Up, a Buzz "Hasta el infinito y más allá" Lightyear y Woody, y, en última instancia, a Lotso y a ese payaso depresivo que parece Krusty con algo de Chuckie Finster pero se llama Risitas—, como reina-madre-creadora de un género, ya lo dijo Verbinski, que nunca fue tal.

    Cómo entrenar a tu dragón 2

    Así, en 2010 coincidieron en carrera dos caballos ganadores: Toy Story 3 y Cómo entrenar a tu dragón. Meses después, concretamente el 25 de enero de 2011, ambas —junto a una excluida, y maravillosa, L'illusionniste— fueron nominadas al Óscar en su categoría-bebé, que prestigió el marketing y afianzó el paradigma varios cursos más. La primera había sido producida por los hombres de Lasseter y sonaba con estrépito en las porras que plumillas, cinéfilos y académicos (¿imaginan algo más absurdo que una quiniela entre y de académicos? A ver, a ver... ¡¿quién no acertará por fin este año?!) suelen hacer para justificar someramente el imposible de soportar despiertos, premio tras premio y performance tras performance, cinco interminables horas in live —o casi, que apuntarían los Monty Python—. DreamWorks presentaba su mejor y más brillante película de animación hasta la fecha, pero la mala suerte o una conspiración cósmica quiso que coincidiera en el tiempo con el tercer episodio de los juguetes de Andy. Un poco a la manera en que Mozart eclipsó a Salieri, o Messi a Cristiano Ronaldo, el 27 de febrero de 2011 Toy Story 3 le agrió definitivamente las gambas al equipo de Cómo entrenar a tu dragón, película de aventuras con vikingos enfrentándose a dragones que más tarde domesticarán siguiendo grosso modo las enseñanzas de Hipo, liviano adolescente con exceso de valentía, cuyos susurros harían palidecer al Robert Redford susurrador de caballos. Que ya es mala suerte. La derrota, digo. Y ya dejo en paz a los caballos. Pues aquí no aparece ni uno, y tampoco se los echa en falta. En una de sus incursiones tierra adentro, Hipo, gran estudioso de la mitología y la fauna que rodea su isla de Beurk, pacifista autodeclarado y delgaducho sin instinto asesino, hiere a un extraño ejemplar de dragón que dicen es el más mortífero de todos: un Furia Nocturna al que llamará Desdentao. A partir de ahí, barbillas al cielo y épica por doquier y allá donde miren. El espectáculo brotaba con texturas hasta entonces impensables para los estudios DreamWorks. Ni siquiera Shrek, con su rollo outsider y su parada de los monstruos en Far Far Away, consiguió inquietar así a sus competidores. No había en Cómo entrenar a tu dragón ni humor blanco (o sí) ni artificio kitsch literario (o sí).

    Narrativamente ambiciosa, menos efectiva quizá con su target adulto que los filmes de su gran Némesis, Pixar, la historia paterno-filial de Hipo y Estoico otorgaría a DreamWorks un crédito innegable. Y ahí permanece, aun con reservas (estos días "el estudio cumple 20 años en un delicado momento económico tras despedir a 400 trabajadores", informa El País), incluso después de resistir el arranque bubblegum pop, o pop chicle, que suena al final de Cómo entrenar a tu dragón 2, cuando la oveja negra vuelve al canasto y el público enfila ya una salida sin emergencia pero sin pausa; signo inequívoco de que en general las sensaciones son positivas, o más favorables de lo esperado. Todavía hoy cala profundo el mantra "segundas partes nunca fueron buenas", como si mejorar tras el primer gol fuese de excéntricos, de pretenciosos o, peor aún, de mala educación. "Mira éste, que ha vendido su coche de mierda y ahora tiene un coche menos mierda. ¿De dónde saca el dinero?". "O ese otro, que tuvo un debut buenísimo y se le ocurrió mejorarlo con su segunda película. Qué vergüenza". El crítico de cine también es celoso de su primer contacto, a menudo es nostálgico y a veces —psicológicamente— miope; ni tan siquiera concibe la mejora en su estado natural: simplemente hay recuerdos que brillan más en la nevera que en una terraza al aire libre. Y hay a quien le duele reconocer que El padrino II, por ejemplo, es superior a El padrino. ¿Qué quieren que yo les diga? Gente extravagante. Y que me amputen un brazo si no sucede igual con esta saga de vikingos y dragones.

    Cómo entrenar a tu dragón 2

    Escribe y dirige en solitario Dean DeBlois, repitiendo experiencia y a priori sin segundos guitarras que se interpongan en su camino. La música se eleva fulminante, cien envolventes decibelios percuten tus tímpanos mientras los tambores y las flautas, incandescentes y épicas y sedosas, activan tus adormecidos músculos. Es entonces cuando deseas romper a bailar en medio de la sala aunque en el último momento te abstienes por vergüenza a que algún videobloguero te grabe dándolo todo. Y es que las voces en versión original son un triunfo, y la acción a duras penas deja respiro. Y qué narices, ya estás bailando: total, la reputación es un invento de cobardes. Un segundo estás en tu nube y al siguiente, colgando de un ala batiéndose en caída libre. Plenitud. Poco a poco te das cuenta de que, sí, el guión ahonda en puntos ya conocidos invirtiendo la polaridad: allí arriba los obstáculos se circunscriben al abecé de aventuras disneyescas. Mismos ingredientes... ¿idéntico resultado? Casi. Más trepidante. | ★★★★ |

    Juan José Ontiveros
    redacción Madrid

    Estados Unidos, 2014, How to train your dragon. Guión y dirección: Dean DeBlois (basado en la serie de libros de Cressida Cowell). Música: John Powell. Productora: DreamWorks Animation / DreamWorks SKG / Mad Hatter Entertainment. Presupuesto: 145.000.000 dólares. Presentación oficial: Cannes 2014 (Fuera de competición). Voces (originales): Jay Baruchel, Cate Blanchett, Gerard Butler, Craig Ferguson, America Ferrera, Jonah Hill, Kristen Wiig, Djimon Hounsou y Kit Harington.

    Póster Cómo entrenar a tu dragón 2

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