Recuerdos de infancia
crítica de The Better Angels | dirigida por A.J. Edwards, 2014
«Sólo en nuestro recuerdo, desde lejos, la infancia nos parece algo único e inimitable y más allá de toda crítica a su verosimilitud o realidad».
«La memoria está construida con lo que se recuerda y con lo que se ha decidido olvidar. Es tan difícil recordar bien. [...] De ahí el consuelo de ser niño: hay tan poco para recordar que se lo recuerda todo. Y se lo recuerda bien».
Rodrigo Fresán. Kensington Gardens.
Estas dos citas del escritor argentino Rodrigo Fresán ejemplifican bien lo que significa la infancia, la memoria y la selectividad de los recuerdos. Ambas están contenidas en la misma novela: Kensington Gardens. Una reflexión a medio camino entre la biografía, el ensayo y la ficción que, a través de la figura de James Matthew Barrie, autor de Peter Pan, profundiza en la infancia como territorio de formación y condena del hombre. Será durante esos primeros años donde le acontecerá todo aquello que le convertirá en el YO del futuro. Lo que marcará sus ideales, su educación, lo que añore y lo que decida olvidar. Toda la novela evidencia que la infancia es lo que es porque son los adultos los que al final la describen con nostalgia, conscientes de que la libertad de ese mundo no volverán a conocerla. Adultos con una fuerte querencia por mirar al pasado con ojos melancólicos. Los mismos con los que Terrence Malick ha mirado a todos y cada uno de los niños de sus películas, a través de unos montajes que, como la memoria, seleccionan sólo aquello que él ha decidido recordar de entre horas y horas de imágenes. Su óptica se ha acercado tanto al mecanismo real con el que los humanos miramos nuestra vida que no es extraño que otros hayan empezado a imitarle. El árbol de la vida (The Tree of Life, 2011), ya podemos decirlo, asentó un modelo a seguir y los primeros discípulos no han tardado en llegar. Primero en el videoclip, con pequeñas piezas musicales como la del joven Woodkid, cantante y cineasta francés, en colaboración con el compositor Max Richter (responsable de la banda sonora de Vals con Bashir-2008) para los 10 minutos del cortometraje The Golden Age. Relato sobre los placeres y temores de un niño con fuerte carga autobiográfica y mucho calado poético, situado muy cerca de las latitudes en las que el director A. J. Edwards ha dirigido su debut. Una primera película alrededor de la infancia de Abraham Lincoln contextualizada, exclusivamente, en sus bucólicos años en Indiana, cuando vivió, primero con su madre y luego con su madrastra, en una pequeña cabaña en mitad del bosque.
Producida por el mismo Malick, The Better Angels (2014) se ve y se siente como una prolongación de su discurso. Un apéndice extraviado y huérfano de algún proyecto perdido que nunca quiso firmar con su nombre. Nada de esto es cierto, por supuesto, pero la autoría de su director es complicada. Tanto en temática como en tono Edwards está tan cerca de su mentor que la particularidad de su estilo se difumina. Las comparaciones son odiosas pero en casos como éste son inevitables. La maternidad observada desde ese altar hagiográfico que enaltece la figura de todo ser sacrificado. La madre biológica, una hermosísima Brit Marling, enmarcada en un contrapicado, en mitad de la naturaleza, y a contraluz. Y de fondo, una partitura de tintes clásicos que subrayen la solemnidad de esta infancia algo adormilada, plasmada con el estatismo y la melancolía que sólo puede dar un adulto que ha acabado convirtiendo el tema en excusa poética para sus obras. Edwards es más contenido que Malick. Donde el segundo deja que el filme vuele, llegando a experimentar el éxtasis de un momento tan ridículo como sublime, el primero prefiere atarlo en corto y, tal vez por eso, su película nunca alcanza una cima clara, manteniéndose a una media altura agradable que nunca alcanza la brillantez. La música jamás sube más de la cuenta, la cámara no se sale de su sitio y el guión apenas rompe la dinámica narcótica de esta infancia de ecos románticos. Tanto es así que pasado el tiempo, aunque uno la recuerda con cariño como un conjunto, reconociendo en ella destellos de un talento a explotar, tampoco se le queda grabado ningún gran instante. The Better Angels es una película narrada, no desde la misma niñez, sino desde un presente que mira al pasado, seleccionando, alterando y decorándolo todo.
De nuevo el fantasma de Fresán me asalta. “La infancia es un invento de los adultos”, me dice. “Sólo puede ser apreciada desde la madurez y así todos los libros infantiles (aquí yo añado películas) no son otra cosa que desesperados ejercicios de la nostalgia y de la venganza”. Efectivamente, Edwards y su obra se definen por esta afirmación. Y lo mismo podría decirse del maestro. Todos ellos son víctimas de sí mismos y sus trabajos, el reflejo de sus taras. Lo que en Malick se percibe genuino, en Edwards se intuye como un esfuerzo continuo en el que la admiración le empuja a la imitación y al final es más importante el referente que la obra en sí misma. Es una cinta observacional pura y dura, cercana a paisajes en claroscuro en los apenas hay cambios y los grandes acontecimientos son siempre pequeños detalles. Tampoco importa demasiado que aquí se hable de Lincoln ya que éste niño podría ser cualquiera. Steven Spielberg optó por el camino más fácil y entregó un retrato de museo crepuscular muy del gusto de la Academia. Aquello sí era un filme sobre Lincoln; un biopic al uso dirigido según las normas. Ya sabemos que a todos nos gusta ver los momentos más débiles de grandes figuras, ya que les hace más humanos y los acerca a nosotros. Tal vez por eso la mayoría de estos filmes no se centren en el cambio y la formación del personaje sino más bien en el momento de la caída. El final del día y de su reinado.
The Better Angels, muy a pesar de sus intenciones de convertirse en saga (narrando en tres películas la juventud de Lincoln) está lejos de enclaustrarse en esa etiqueta. Las licencias de Edwards son numerosas, sobre todo en cuanto a estilo, tomando la acertada decisión de investigar el origen para entender las consecuencias. La llegada de la muerte y con ella la comprensión de que, ni siquiera en la infancia, uno se libra de lo perecedero. La formación de los primeros recuerdos y la aparición de nuestros primeros fantasmas, aquellos desaparecidos que nunca terminan de irse del todo. El final consciente de ese territorio de libertad y la repentina llegada de responsabilidades. Y, por encima de todo, la figura materna como refugio cálido y el padre como educador. Aquel que nos inculcará los principios que enarbolemos a lo largo de nuestra vida. Por eso, como comentábamos más arriba, de poco importa que éste sea Lincoln. Sus descubrimientos son universales. La lástima es que el bucolismo de esta mirada a veces es poco áspera, demasiado liviana y lírica como para despertar empatía. Es el gran talón de Aquiles del estilo Malick. La maestría está en encontrar el equilibro, anclando los pies en tierra. Saber mirar al dolor de frente sin adulterarlo, ni eclipsar el sentimiento en un plano de composición perfecto o en una fotografía que puede comerse fácilmente toda la película sin dejar nada auténtico. Es el peligro y el pecado que a veces corre The Better Angels; se sitúa en esa fina linea entre la vacua frivolidad de la poesía infantil que ya es marca de fábrica y esa mirada nostálgica que, si se comulga con ella, puede golpear fuerte en el espectador. | ★★★★★ |
Gonzalo Hernández
Enviado especial a la 64ª edición del Festival de Berlín
Estados Unidos. 2014. Título original: The Better Angels. Director: A. J. Edwards. Guión: A. J. Edwards. Intérpretes: Jason Clarke, Brit Marling, Diane Kruger, Wes Bentley. Fotografía: Matthew J. Lloyd. Banda sonora: Hanan Townshend. Montador: Alex Milan. Productoras: Brothers K Productions. Fecha de estreno oficial: 18 de Enero de 2014. (Festival de Cine de Sundance).