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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica en Serie | Californication (2007-2014)

    Californication

    Provocación en modo piloto automático

    crítica de Californication (2007-2014) | Final

    Showtime / 7 temporadas: 84 capítulos | EEUU, 2007, 2008, 2009, 2011, 2012, 2013, 2014. Creador: Tom Kapinos. Directores: David Von Ancken, Adam Bernstein, John Dahl, Bart Freundlich, Michael Lehmann, David Duchovny, Seith Mann, Scott Winant, Michael Weaver, Stephen Hopkins, otros. Guionistas: Tom Kapinos, Gina Fattore, Gabriel Roth, Daisy Gardner, otros. Reparto: David Duchovny, Evan Handler, Natasha McElhone, Madeleine Martin, Pamela Adlon, Stephen Tobolowsky, Madeline Zima, Jason Beghe, Callum Keith Rennie, Rachel Miner, Carla Gallo, Damian Young. Fotografía: Michael Weaver, Tim Bellen, otros. Música: Tree Adams & Tyler Bates.

    Primera secuencia de Californication: Hank entra en una iglesia apesumbrado, con serias dudas sobre su papel en el mundo y la impronta que deja en su entorno, aquejado del mayor de los desamores. Una atractiva monja se acerca a él y charlan un poco sobre sus cuestiones vitales, con Hank soltando alguna que otra palabrota y dejando clara su personalidad. Llegado un momento, la simpática novicia le ofrece una mamada para aliviar el sufrimiento de su alma. ¿Una mamada?, la mira Hank extrañado. Y despierta de un sueño. Los sueños serán un tema recurrente en esta errática y tristemente alargada comedia de Showtime, uno de sus hitos de programación (si ha durado tanto es porque las audiencias seguían siendo más que buenas) y uno de los ejemplos más claros de serie con premisa mínima que se estira y estira hasta forzar su encanto, que lo tenía. La primera temporada de Californication fue extraordinaria (ese arranque era provocador con conocimiento de causa), una de esas raras combinaciones donde los elementos funcionaban a la perfección: era divertida, escandalosa, sexual, sorprendente, tierna, magníficamente escrita y cínica. Era también el regreso de David Duchovny a la televisión, con la difícil tarea de hacer olvidar al icónico agente Mulder de Expediente X (1993-2002). Y de entrada lo hizo, revelando una cara socarrona y divertida que le valió un merecido Globo de Oro (tendría tres nominaciones consecutivas más) y ayudó a poner a la serie en un lugar privilegiado. Duchovny estaba francamente estupendo en el cambio de registro, y la inteligencia, rabia y carisma de su personaje eran evidentes y enganchaban. Natasha McElhone sostenía su idílico personaje con su magnética presencia, Madeleine Martin era toda una revelación en su sabio personaje de Becca, la hija con sentido común que arraiga a Hank Moody, y Charlie y Marcy funcionaban sin tacha como secundarios cómicos. El final de la temporada fue mágico, una imagen congelada de familia feliz.

    Y entonces llegó la segunda temporada, y ya desde Un lapsus linguae (2.1) la cosa parecía distinta. Peor escrita, más fácil, más ridícula, definitivamente más tonta y floja. Y nunca remontó. Empeoró, nunca se logró el nivel de la primera docena de capítulos. El resto de temporadas, y hablamos de seis más, han ofrecido al espectador provocaciones gratuitas, humor chabacano (divertido en muchas ocasiones, todo hay que decirlo) y la substracción absoluta de tridimensionalidad en los personajes, encerrados en conflictos eternos y cuyas cuitas venían decididas desde el guión, nunca por un camino de circunstancias creíbles que los hubieran llevado a ese punto. Lo peor es el que el bajón fue progresivo, así que uno mantenía la esperanza de que la cosa no empeorara de cara a la siguiente tanda, pero lo hacía. Aun así, se puede ver una clara separación en la trayectoria de Californication, con lo que hubiera sido un punto final decente aunque amargo, pero preferible a lo que vino después. Hablamos de ...y justicia para todos (4.12), que cierra una de las grandes tramas de la serie y lanza a Hank al horizonte, solo y consciente de que era su mejor opción. La trama en cuestión se establece desde el mismo piloto, cuando el protagonista se acuesta con una menor de edad (sin saberlo) que además resulta ser la hija del novio de Karen, que luego roba el más reciente manuscrito de Hank y lo vende con su nombre. Así, Mia (estupenda Madeline Zima) fue un personaje central en las primeras temporadas, recuperado sabiamente para cerrar la tercera y que en la cuarta pudo aclarar la acusación de abuso de menores contra Hank.

    Californication

    Con el fin de esa historia podría haberse cerrado la serie, ya que la única otra gran trama a considerar era la historia de amor de Hank y Karen, el eterno “¿conseguirá a la chica?” Californication plantea desde el principio el dilema de reconquistar al que puede ser el gran amor de tu vida, la persona perfecta para ti, y el creador Tom Kapinos invirtió muchísima energía en no responder a esa pregunta hasta que no pudo más, ya que cerrar la serie fue su decisión. La pena es que hacía ya tiempo que el asunto no interesa al espectador, sobre todo porque se veía que la decisión que Karen debía tomar estaba siendo deliberadamente retrasada y que nadie podía creerse ya sus dudas. Hay que reconocer, todo sea dicho, que cuando Kapinos encerraba a estos dos personajes en un lugar y los ponía a dialogar, la magia de antaño hacía aparición, aunque fuera temporalmente. El resto es lo que ya no funcionaba, llegando al punto de que los actores interpretaban a sus personajes sin esforzarse demasiado y que muchas de las tramas parecían autoconscientemente débiles y predecibles, de manera que el espectador sabía que esta o aquella historia no iba a durar demasiado y su resultado era fácilmente adivinable. Los personajes se abocaron a la unidimensionalidad (Karen dejó de existir, Hank ya no parecía un escritor) y los núcleos más fuertes de la serie (la relación entre Hank y Becca) se desintegraron. Lo único que se mantuvo imperturbable durante las siete temporadas fue el inagotable atractivo de Pamela Adlon, una actriz superdotada para la comedia excéntrica dando vida a Marcy, siendo capaz de imprimir gracia a todas las perrerías a las que Kapinos la sometía, evidenciando en todo momento el cariño que le tenía el creador al personaje.

    Californication

    Había espacio para que Kapinos (que escribió las últimas tres temporadas él solo, sin sala de guionistas) lanzara dardos críticos contra diferentes elementos (Hollywood, los centros de rehabilitación para ricos, la Cienciología, la docencia universitaria), pero sus ataques eran más salvajes que inteligentes. Una vez terminada la trama del juicio contra Hank, el creador dio un salto temporal de tres años para que la distancia pudiera dar perspectiva a los personajes, pero visto ahora fue un error, ya que estas últimas temporadas casi claman a gritos ser un ejemplo de un guionista sin ideas que da vueltas sobre sí mismo sin saber qué hacer (¿un hijo secreto?, ¿una ex-amante loca?... ¿se puede estar más falto de ideas?). Se dedicó a meter a Hank en diferentes campos profesionales y a crear circos de varias pistas a su alrededor, con drogas, sexo y mucha tontería. En esos circos solían hacer aparición las estrellas invitadas de cada temporada, ya que Californication cumplió una de las reglas no-escritas de las comedias de éxito y reclutó a grandes nombres para trabajar durante un tiempo (o para ser presencias semirregulares, como es el caso de Stephen Tobolowsky o un sorprendente Rob Lowe dando vida al imposible Eddie Nero). Esas incorporaciones a veces mejoraban momentáneamente la serie, ya sea porque el intérprete supiera dar solidez a su personaje (Carla Gugino, Heather Graham, Maggie Grace) o porque la combinación de ambos funcionara (Kathleen Turner y su inolvidable Sue Collini, Judy Greer como la prostituta Trixie), aunque también habían nuevos personajes irritantes cuya comicidad no funcionaba (el Atticus Fetch de Tim Minchin, rutinaria parodia de la estrella del rock o el insoportable Samurai Sam que interpretó RZA).

    Ver Californication hasta el final es un verdadero acto de fe, casi masoquismo para el que adoró la primera temporada, como un servidor. El punto más bajo de la serie fue la quinta, pero incluso los mejores capítulos de la sexta y la séptima eran espejismos de la calidad de antaño, como si Kapinos no pudiera volver a ese guionista, esa persona. Tarde o temprano llegaba la trama absurda, la idea mal ejecutada o la enésima muestra de lo desastre que es Hank (un eficaz running gag de la serie es que lo pillan haciendo cunnilingus casi sin querer) y de que no puede cambiar. Llegado un momento, al espectador ya le da igual lo que pase, el personaje ha dejado de ser irresistible y mono para ser un niño idiota que roza los cincuenta años y tiene chispazos esporádicos de lucidez. El creador hace que sus personajes hablen y hablen de lo que les está pasando, pero que no actúen en consecuencia, de manera que es imposible implicarse emocionalmente en su situación, o al menos hacerlo durante siete años. Llegado el final, los últimos episodios, es otra decepción. Kapinos no trata la séptima temporada como el fin de nada, sino como otra tanda de capítulos más, y no es hasta los últimos diez minutos de Grace (7.12) que decide concluir la historia y resolver la gran pregunta. El problema es que cree que con un montaje musical al ritmo del Rocket Man de Elton John puede cerrar el destino de los personajes principales, cuando tras 84 capítulos invertidos en esta tropa de desastres humanos era esperable algo más trabajado, pero parece que no era posible. Así, Californication termina sin dejar huella. Para el espectador que ha aguantado hasta el final en busca de alguna satisfacción, es triste que la espera no haya merecido la pena. | ★★★★ |

    Adrián González Viña
    redacción Sevilla

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