Twice
crítica de Begin Again | John Carney, 2013
Repasando fugazmente las raíces de algunos de los grupos más mediáticos del panorama musical, se puede apreciar el componente callejero de todos ellos como una constante fija. La música pertenece a las calles, y se muestra inexorablemente unida a ellas por medio de un romántico vínculo, consiguiendo que las plazas y avenidas más céntricas de algunas ciudades se transformen en improvisados escenarios para estrellas emergentes que sueñan con convertirse en los próximos U2, al tiempo que compiten con sus cada vez más numerosos congéneres que, haciendo uso de sus destrezas vocales —o, en su defecto, de la potencia de sus amplificadores—, buscan llamar la atención del público o de algún oportuno cazatalentos que acierte a pasar por allí. Rivalidades territoriales aparte, John Carney es consciente de esta irrebatible asociación urbano-musical, y así lo demostró en su biopic Once (Una vez, 2006), con el que nos llevó hasta la emblemática O’Conell Street de Dublín para mostrarnos los inicios del cantante Glen Hansard. Con Begin Again —que podría suponer la versión americanizada de aquella sensacional película independiente— el director da por finalizada su experimentación con el cine fantástico alrededor de recónditos pueblos irlandeses, y cruza el charco para retomar el género que tan buenos resultados le dio hace ocho años.
Pese a que la premisa de ambos filmes es la misma: una pareja de desconocidos unidos por su pasión hacia la música mientras buscan su realización personal, profesional y la utópica conjunción de ambas, Carney parece querer transmitir en esta ocasión una percepción inversa de la materialización de ese sueño. Mientras en Once se trataba de llevar la música de la calle al estudio, los protagonistas de Begin Again pretenden escapar del esclavismo institucional para volver a los orígenes del micro a pie de asfalto, “back to basics”. Es la clara ejemplificación de la solución alternativa que supera a la idea preconcebida inicial. Ese plan b al que estamos obligados a recurrir cuando se pone a prueba el razonamiento lógico y automático que nos dice que para llegar de A a B la mejor solución es una línea recta. Sin embargo Dan es un hombre poco convencional, un idealista y anti-corporativista fundador de un sello discográfico, a quien el mercantilismo inherente terminó por sumir en una gran crisis existencial de la que se protege a golpe de petaca. Alguien tan ingenuamente contradictorio que sólo encontrará la respuesta a sus problemas laborales cuando consiga liberarse de las opresoras garras del feroz capitalismo. Desamparado y habiendo tocado fondo conoce a Gretta, una joven que también ha sufrido la crueldad plutócrata de la industria, aunque de una forma muy diferente y sentimentalmente dolorosa cuando, abandonada por su pareja, se encontró sola en una laberíntica ciudad. El líder de Maroon 5, Adam Levine, aporta la arrogancia de la estrella de rock que se ve superada por un mundo de lujo y hedonismo que abatirá por completo los ideales de los que tan seguro estaba antes de alcanzar el estrellato, actuando de esa manera como conexión involuntaria entre la pareja principal.
El director hace uso de un narrador múltiple en primera persona para reflejar el punto de vista de ambos personajes antes de que sus vidas, ineluctablemente, se crucen en una sala de conciertos del East Village, aportando así frescura y originalidad a esta comedia romántica musical. Carney imprime intimidad, personalidad y un evocador lirismo al relato para contrastar la brillantez artística y personal de los protagonistas, con la sobria, burocrática y manipulativa industria musical, que quedará personificada en un carismático Mos Def, encarnando la poca pasión de un imperio oportunista que se va adaptando a las modas de su público más numeroso. Los adolescentes parecen decidir las listas de los más vendidos, por lo que la incorporación de las efectivas, aunque de cuestionable talento, “boy-bands” al mercado parece ser una apuesta segura. Pese a la casi fantástica trama, llena de romanticismo y buenas acciones desinteresadas, el realismo del director se impondrá finalmente a la quimérica concepción narrativa de los paseos en bicicleta y las insinuantes conversaciones nocturnas desde el Brooklyn Heights Promenade, mientras se comparte la lista de reproducción del iPod con las luces de fondo de la ciudad que nunca duerme. Todo con un aire muy naif que contrastará con un final en el que cada personaje terminará por rendirse a su destino probable, el que le aporta la seguridad de lo que es razonablemente asequible, buscando auto-convencerse de que ha logrado sus propósitos mientras interiormente sufre por los sueños que se desvanecen para siempre. Pese a que Mark Ruffalo y Keira Knightley trenzan un gran trabajo conjunto, era de esperar que no se lograra aquella asombrosa armonía que surgió entre Hansard y Markéta Irglová mientras interpretaban la oscarizada Falling Slowly. Un resultado que difícilmente se volverá a repetir, sobre todo teniendo en cuenta el mínimo presupuesto que se invirtió —gran parte del cual estuvo destinado al alquiler de una grúa con la que filmar el último plano aéreo—, pero que no ha desanimado al realizador irlandés para volver a intentarlo con las mismas ganas, energía y un gran sentido del humor que viene de la mano de CeeLo Green en un papel con el que parece interpretarse a sí mismo.
Es posible que la cinta, espiritualmente hablando, no posea el encanto de su predecesora, algo que no resulta del todo extraño teniendo en cuenta la imposibilidad de repetir con Nueva York la simbiosis del director con su ciudad natal. El estudio y la comprensión de los diferentes grupos demográficos, la precisa localización y el análisis idiosincrático de una cultura tradicional muy ligada a la música, no supusieron una gran dificultad en la acogedora Dublín, reto que se vio multiplicado exponencialmente al trasladarlo a la abrumadora gran manzana. Pese a ello, la imagen urbana que aportan los interminables edificios como fondo de una banda de música móvil muy fotogénica, ayuda a lograr un gran esplendor que se ve avalado por la afortunada condescendencia que aboga por los derechos del más débil. Carney demuestra que, con más presupuesto, es capaz de aportar glamour y un acabado comercial a su producto, aunque se le ve menos cómodo, resolutivo y puede que algo amedrentado cuando la trama se aleja de los acordes y da paso al diálogo, mostrándose más esquemático en lo que se refiere al apartado humano y mucho más relajado en las composiciones y escenas musicales, que llenan la pantalla de buenas vibraciones y una actitud positiva que nos hace olvidar el resto. | ★★★★★ |
Alberto Sáez Villarino
Dublín (Irlanda)
Estados Unidos. 2013. Título original: Begin Again. Director: John Carney. Guion: John Carney. Duración: 104 minutos. Productora: The Weinstein Company / Exclusive Media. Fotografía: Yaron Orbach. Música: Gregg Alexander. Montaje: Andrew Marcus. Intérpretes: Keira Knightley, Mark Ruffalo, Hailee Steinfeld, Adam Levine, James Corden, CeeLo Green, Catherine Keener, Mos Def. Presentación Oficial: Toronto International Film Festival 2013.