Lobezno: viajero en el tiempo
crítica de X-Men: Días del futuro pasado |
X-Men: Days of Future Past, Bryan Singer, 2014
Era de imaginar que Bryan Singer se arrepentiría rápidamente de haber abandonado su silla de director tras las dos primeras cintas de X-Men para embarcarse en un proyecto bastante más ambicioso, aunque finalmente fallido, aquel Superman Returns (2006) totalmente reivindicable que fue unánimemente masacrado por su excesivo apego y cariño a las películas protagonizadas por Christopher Reeve –especialmente, las dos primeras–. Tras una efectiva y resultona primera entrega en 2000, Singer tocó techo con la magnífica X-Men 2 (2003), mucho más robusta argumentalmente y con una habilidad pasmosa para manejar una galería tan nutrida de superhéroes. Aquella secuela rompe el mito que asegura que segundas partes nunca fueron buenas, dejando para la posteridad uno de los mejores momentos de toda la serie: el asalto de Rondador Nocturno a la Casa Blanca. Con la marcha de Singer, las labores de dirección de X-Men: La decisión final (2006) recayeron sobre los hombros de Brett Ratner, un tipo con comprobado oficio para el cine de entretenimiento pero sin la calidad de su antecesor. Los resultados se hicieron notar en pantalla y la crítica dio de lado a una tercera entrega, por otra parte, bastante entretenida y con alguna escena brillante –el enfrentamiento Jean Grey/Xavier–. Para compensar las malas opiniones, aquella cinta se convirtió en la más taquillera de la saga hasta aquel momento con 460 millones de dólares recaudados en todo el mundo. La entrada en la franquicia del interesante Matthew Vaughn con la precuela X-Men: Primera Generación (2011) reconcilió a los mutantes con la crítica, a la vez que el público recibía con los brazos abiertos a las nuevas caras que interpretarían a los mismos personajes en sus años jóvenes durante la década de los 60, en plena Guerra Fría. Bryan Singer fue el encargado de escribir aquel guión, siendo antesala de su regreso como director en esta X-Men: Días del futuro pasado (2014) que ya desde el tráiler prometía ser la entrega más ambiciosa –el argumento con viajes en el tiempo propicia la reunión del reparto en pleno de las tres primeras cintas con los actores relevo de Primera Generación–, oscura y espectacular de las cinco rodadas hasta la fecha.
Efectivamente, X-Men: Días del pasado futuro fue un cómic que impactó a los seguidores allá por 1981 por su tono fatalista, presentando un futuro donde los mutantes han sido aniquilados casi en su totalidad por los centinelas, las feroces máquinas creadas por el científico militar Trask que ya habían aparecido fugazmente en una secuencia de entrenamiento mediante simulación en X-Men: La decisión final. La historia presenta un demoledor futuro distópico en el que la raza humana también ha sido extinguida por estos seres, y los pocos supervivientes han sido esclavizados. Los pocos mutantes que aún no han sucumbido ante esta amenaza –Xavier, Magneto, Lobezno y Tormenta, entre ellos– deberán trazar un plan para lograr cambiar los acontecimientos del pasado que propiciarían este apocalipsis. Para ello, Lobezno es enviado desde 2023 hasta la década de los 70 para intentar prevenir a los mutantes de lo que se avecina si no evitan que Raven/Mística acabe con la vida de Trask. Como se puede ver, la atractiva premisa de viajes temporales sobre la que gira toda la trama es un arma de doble filo para sus responsables. Por un lado, tienen la oportunidad de contar con una gran cantidad de actores de renombre en el reparto, uniendo a los veteranos de la saga Patrick Stewart, Ian Mckellen, Hugh Jackman o Halle Berry con los encargados de encarnar a la primera generación: Michael Fassbender, James McAvoy, Jennifer Lawrence o Nicholas Hoult –aparte de los inevitables cameos de otros personajes que ya parecían fuera de la ecuación e incorporaciones tan valiosas como la del pequeño gran actor Peter Dinklage (en plena efervescencia del éxito de su personaje de Tyrion Lannister en Juego de tronos) en la piel del villano Trask y Evan Peters en el carismático papel de Mercurio, capaz de alcanzar una velocidad ultrasónica–. Por el contrario, esta densidad argumental, con las múltiples interacciones entre tanto personaje, corre el riesgo de que no todos los mutantes (y con ellos, los actores que los interpretan) tengan la misma oportunidad de lucimiento. Es cierto que algunos como Tormenta, Coloso o Sapo quedan relegados a un muy segundo plano, pero también es verdad que X-Men: Días del futuro pasado logra un equilibrio perfecto entre las dos realidades que coexisten separadas en el tiempo. Así podemos disfrutar de dos versiones bien distintas, pero perfectamente complementarias, de los dos líderes de la resistencia contra los centinelas.
Patrick Stewart sigue representando en el futuro a ese profesor Xavier que mantiene intacta la esperanza de que los humanos sepan convivir con los mutantes, sin temer sus diferencias, mientras que James McAvoy ofrece una imagen desencantada del mismo en la década de los 70, consumido por su adicción a una droga que le permite tener la movilidad de sus piernas, al mismo tiempo que le hace perder sus poderes. Por su parte, al Magneto del futuro, encarnado con su acostumbrada garra por Ian McKellen, no le ha quedado otro remedio que unir sus fuerzas con el bando de los buenos en su lucha contra el enemigo común que son los centinelas, mientras que el retrato que ofrece Michael Fassbender en el pasado es el de un villano –atípico, eso sí, más un rebelde con causa que un malo malísimo– que continúa creyendo que es imposible que la raza humana acabe aceptándole en su mundo, por lo que lo mejor sería acabar con ella. Y entre ambos, la fascinante Raven a la que da vida una Jennifer Lawrence cuyas sensuales curvas solo son comparables a su inmenso talento. Ella es el personaje central de la película, del que depende que la humanidad acabe extinta o no. Llena de ira, esta criatura de piel azul capaz de copiar la forma de cualquier persona o mutante, va por libre en su lucha militante y muy guerrera a favor de una nación de seres “diferentes”, alejándose del complicado triángulo (más sentimental que amoroso) que formaba junto a Xavier y Magneto. Todos y cada uno de estos actores tienen su oportunidad de lucimiento, tanto en las escenas de acción y efectos especiales como en las más reflexivas e intimistas, en un espectáculo que demuestra que entretenimiento no tiene que estar reñido con inteligencia y un buen guión.
Patrick Stewart sigue representando en el futuro a ese profesor Xavier que mantiene intacta la esperanza de que los humanos sepan convivir con los mutantes, sin temer sus diferencias, mientras que James McAvoy ofrece una imagen desencantada del mismo en la década de los 70, consumido por su adicción a una droga que le permite tener la movilidad de sus piernas, al mismo tiempo que le hace perder sus poderes. Por su parte, al Magneto del futuro, encarnado con su acostumbrada garra por Ian McKellen, no le ha quedado otro remedio que unir sus fuerzas con el bando de los buenos en su lucha contra el enemigo común que son los centinelas, mientras que el retrato que ofrece Michael Fassbender en el pasado es el de un villano –atípico, eso sí, más un rebelde con causa que un malo malísimo– que continúa creyendo que es imposible que la raza humana acabe aceptándole en su mundo, por lo que lo mejor sería acabar con ella. Y entre ambos, la fascinante Raven a la que da vida una Jennifer Lawrence cuyas sensuales curvas solo son comparables a su inmenso talento. Ella es el personaje central de la película, del que depende que la humanidad acabe extinta o no. Llena de ira, esta criatura de piel azul capaz de copiar la forma de cualquier persona o mutante, va por libre en su lucha militante y muy guerrera a favor de una nación de seres “diferentes”, alejándose del complicado triángulo (más sentimental que amoroso) que formaba junto a Xavier y Magneto. Todos y cada uno de estos actores tienen su oportunidad de lucimiento, tanto en las escenas de acción y efectos especiales como en las más reflexivas e intimistas, en un espectáculo que demuestra que entretenimiento no tiene que estar reñido con inteligencia y un buen guión.
En unos tiempos en los que Christopher Nolan le ha dado una mayor dimensión y seriedad al género de superhéroes con su trilogía de El caballero oscuro, los X-Men no podían quedarse atrás y han alcanzado en este último capítulo una madurez y oscuridad que no tenía en sus inicios. Esto no quiere decir que estemos ante un producto aburrido o solemne. Todo lo contrario. Tenemos secuencias visualmente apabullantes como el combate entre los mutantes supervivientes y los centinelas al principio de la película o el dilatadísimo y espectacular tramo final con ese campo de fútbol suspendido del aire, por obra y gracia del poder de Magneto. También hay sitio para un momento que merece pasar a la antología de los mejores de toda la saga, aquel que tiene como protagonista a Mercurio haciendo de las suyas en medio de un paisaje ralentizado (muy Matrix, todo hay que decirlo) al ritmo de la canción Time in a Bottle de Jim Croce. Singer ha vuelto en plena forma, devolviendo la etiqueta de blockbuster de primer orden que Vaughn había perdido, en parte, en una Primera Generación mucho más modesta. No llega a la intensidad de El caballero oscuro pero sí resulta más oscura y dramática que, por ejemplo, Los Vengadores (2012, Josh Whedon), otra reunión de egos en plan más distendido e intrascendente. X-Men: Días del futuro pasado deja a la altura del betún a otros títulos –me viene a la cabeza el Godzilla (2014, Gareth Edwards)– con los que compite directamente por hacerse con el título de mejor blockbuster del verano. Independientemente de su género o de que sus personajes sean seres dotados de diversos poderes sobrenaturales, no cabe duda de que estamos ante una excelente película, cuidada en todos los aspectos, desde su impecable ambientación (los 70 son captados en todo su esplendor, incluso con la presencia del presidente Nixon en su galería de secundarios) hasta unos brillantes efectos especiales que, en ningún momento, ensombrecen lo realmente importante, que es el carisma de sus personajes y las relaciones que mantienen unos con otros –especialmente los complejos lazos de amistad/enemistad entre Charles Xavier y Magneto, dos seres solitarios que se respetan y se comprenden a la perfección pero a los que les separa una distinta mirada hacia la especie humana–. Y es que lo que hace de X-Men una obra tan interesante en su género es ese mensaje de que las personas tendemos a temer –y por ello, despreciar– aquello que nos parece distinto. Bryan Singer puede respirar tranquilo, ya que ha entregado un capítulo que rivaliza seriamente con X-Men 2 por ser el mejor de la saga. La imagen tras los títulos de crédito finales dejan al espectador con la miel en los labios y las ganas de que X-Men: Apocalypse, presumiblemente ambientada en los 80, se convierta lo antes posible en una realidad. | ★★★★★ |
José Antonio Martín
redacción Las Palmas de Gran Canaria
Estados Unidos. 2014. Título original: X-Men: Days of Future Past. Director: Bryan Singer. Guión: Simon Kinberg (Historia: Simon Kinberg, Matthew Vaughn, Jane Goldman). Productora: 20th Century Fox / Marvel / Bad Hat Harry Productions. Presupuesto: 200.000.000 dólares. Fotografía: Newton Thomas Sigel. Música: John Ottman. Montaje: Michael Louis Hill, John Ottman. Intérpretes: Hugh Jackman, James McAvoy, Michael Fassbender, Jennifer Lawrence, Ian McKellen, Patrick Stewart, Halle Berry, Ellen Page, Nicholas Hoult, Peter Dinklage, Shawn Ashmore, Evan Peters, Omar Sy, Bingbing Fan, Booboo Stewart, Famke Janssen, James Marsden, Anna Paquin, Kelsey Grammer, Daniel Cudmore, Josh Helman, Adan Canto, Gregg Lowe, Lucas Till.