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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Violette, de Martin Provost

    Violette, de Martin Provost

    Grafía de una bastarda

    crítica de Violette | Martin Provost, 2013

    Existe una comedia de los años 90 titulada Tortilla y cinema protagonizada por Carmen Maura que, contra todo pronóstico, no está dirigida por Pedro Almodóvar, sino por Martin Provost. Francés, para mayor sorpresa. Pero la referencia a Almodóvar no es caprichosa porque, como él, Provost ha enfocado su cine hacia el protagonismo de la mujer torturada y ha evolucionado desde la comedia desenfadada al drama patético. Más precisamente, su película más conocida y celebrada, Séraphine (2008), es una biografía de la pintora gala Séraphine de Senlis, protagonizada por una Yolande Moreau cuyos rasgos sólo son propicios a la risa en un filme de Jean-Pierre Jeunet. Pues bien, a ella debe añadirse ahora Violette (2013), que también ahonda en el subgénero del biopic trágico y femenino gracias a la fisonomía de una no mucho más agraciada Emmanuelle Devos. Ésta interpreta con nervio y pasión, sin duda en el papel de su carrera, a Violette Leduc, una escritora a su pesar que se movió en el mundo de los Sartre, Camus, Genet y sobre todo Simone de Beauvoir, en una Francia de la posguerra gris y desolada pero también esperanzada, y con ganas de darle la vuelta a ritos y cánones como el concepto de familia o el rol del patriarcado. La mujer reivindicaba un nuevo papel en una sociedad de excombatientes, nuevos ricos y traficantes que caminaba hacia la regeneración. Era en definitiva la década del feminismo de la segunda ola, que con su tema central de la sexualidad pretendía saltarse la censura y remover conciencias, buscando también sacar a la luz temas tabús como el aborto o el lesbianismo.

    La citada Simone de Beauvoir es la autora más representativa de esta corriente, pero la que mejor ilustraría las desgracias y la represión que la sociedad imponía sobre su género en esa época sería Leduc, al menos en Francia. Bisexual, bastarda y basta, esta mujer casada y soltera, contrabandista antes que escritora, afincada en un piso de pocas paredes y escasa higiene cuando podía permitirse vivir en la capital, era una auténtica superviviente. Plasmar su vida en imágenes resulta pues justificado y provechoso cinematográficamente hablando, pero Provost no emprende esta tarea siguiendo los esquemas tradicionales de la biografía. No hay que olvidar que Violette Leduc quería subvertir los parámetros comunes de la literatura y de su mensaje, por lo que para ser consecuente su retrato debería ser también algo heterodoxo. En concreto, no se trata aquí de resumir la vida de un personaje histórico, en conexión con su contexto y los hitos que le fueron sucediendo, sino de tomar un fragmento de esa vida y obviar datos ajenos a la misma, aun consiguiendo que ello pueda ser representativo de un conjunto. De hecho, la película arranca en el meollo de las penurias de esta mujer, sin prólogo explicativo ni introducción previa, y a partir de ahí avanza siempre hacia delante, sin flashbacks ni voz en off de por medio (más allá de la oportuna lectura de algunos extractos de su obra), para cubrir alrededor de una década de unas pocas experiencias que pueden estructurarse en otros tantos capítulos.

    Violette, de Martin Provost

    En efecto, la película está dividida en un puñado de episodios titulados con el nombre de un personaje nuevo que marca la vida de Violette: su falso marido Maurice, su amada y admirada Simone, su cómplice Jean, su mecenas Jacques, su madre Berthe y por fin ella misma, la bastarda, cuando tras esa serie de encuentros y relaciones Violette logra conocerse y aceptarse a sí misma. Pero esto no quiere decir que el metraje avance por partes relativamente inconexas, pues los citados personajes aparecen en varias de ellas y son sólo una excusa para ordenar la caótica vida de la protagonista. En otras palabras, más que diversificar la visión que se ofrece de ella, Provost consigue estructurarla y ceñirla a lo relevante: la relación con su madre y especialmente con Simone de Beauvoir, sus traumas y su problemática expresión escrita, y algunas pinceladas de su vida más allá de la literatura, para inevitablemente volver siempre a la misma. Teniendo en cuenta que la duración de la película se acerca a las dos horas y media, podría parecer un material insuficiente, pero el cineasta es consciente de que a la hora de narrar una historia de este tipo, menos es más. Una mayor cantidad de datos impide transmitir con la debida profundidad el pensamiento y el eco del personaje en cuestión, un mal que aqueja a incontables ejemplos de este subgénero. Aquí el discurso nos llega con claridad y a la vez con calado.

    A ello contribuyen una serie de cualidades que redondean el gran trabajo de guion. En particular, destacan unos diálogos precisos y cargados de significado, pero sin dejar de ser veraces y emocionales, lo cual se comprueba sobre todo cuando habla Simone de Beauvoir, interpretada con esa misma mezcla de precisión y emoción por Sandrine Kiberlain. Esta mujer parece siempre decir lo correcto y en el momento oportuno, aportando hondas y a la vez concisas reflexiones sobre el objeto de la discusión. El contraste con el comportamiento más impulsivo pero también reprimido de Violette es manifiesto, y las conversaciones entre ambas, aunque las actrices permanezcan casi estáticas, imprimen una energía insospechada a la historia. La misma transcurre además, en su mayor parte, en contados y reconocibles decorados, como son los pisos de estas mujeres, una cafetería o una casa de campo. Esto permite igualmente asentar y delimitar la narración, aunque sin caer en una constreñida teatralidad. Para evitarlo juega asimismo un relevante papel la puesta en escena, elegante, casi refinada, pero huyendo de una afectación que sería contradictoria con el carácter de la protagonista. Y por supuesto es digno de mención el trabajo de cámara, ensalzando la intensidad del drama con potentes composiciones y vibrantes travelín: véanse por ejemplo los solitarios perfiles de Violette en las calles parisinas o la escena tardía en la que se masturba en la hierba campestre. Un par de arrebatadoras piezas de música, inteligentemente usadas a modo de leitmotiv a lo largo del metraje, terminan de demostrar cómo se puede hacer una película repleta de fuerza y fervor sin recurrir a frenéticos y desconcertantes montajes o a llamativos efectos visuales… Un resultado quizás paradójico que refleja de paso esa otra contradicción que tuvieron que sufrir muchas mujeres de la época, entre la contención e incluso opresión que debían asumir y las ganas tan tremendas que tenían de vivir. | ★★★★ |

    Ignacio Navarro
    redacción Madrid

    Francia & Bélgica, 2013. Director: Martin Provost. Guión: Martin Provost, Marc Abdelnour & René de Ceccatty. Productora: TS Productions / France 3 Cinéma / Climax Films. Fotografía: Yves Cape. Música: Hugues Tabar-Nouval. Montaje: Ludo Troch. Reparto: Emmanuelle Devos, Sandrine Kiberlain, Olivier Gourmet, Catherine Hiegel, Jacques Bonnaffé, Olivier Py.

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