A cuchilladas con la China contemporánea
crítica de Un toque de violencia | Tian Zhu Ding (天注定), Jia Zhangke, 2013
China ha superado, en este 2014, a Estados Unidos como primera potencia económica mundial. El gigante asiático ha desplegado sus alas. El mundo tiembla. Se mira a China con miedo, eso que algunos confunden con el respeto. Mientras Europa y Estados Unidos lidian con una economía que ha hecho estragos su supremacía, China ha mantenido sus niveles de crecimiento. Lógicamente, no todo es color de rosa, este poder económico, por desgracia, no viene acompañado de una mejora en la calidad de vida de sus habitantes. Es más, con la progresión han eclosionado otro tipo de problemáticas sociales casi ausentes hasta ahora. La desigualdad económica, antiguamente reducida, se ha hecho visible para la mayoría de la población. Antes apenas había diferencia entre los trabajadores urbanos y los rurales, en la actualidad los primeros triplican en ingresos a los segundos. Hay más datos que avalan la divergencia. Por ejemplo, el país que más adinerados coloca cada año en la lista de los más ricos del mundo es China. Esta cantinela viene acompañada de la corrupción. Van de la mano. Esta está in crescendo, o al menos se ha hecho más perceptible. Los esfuerzos del gobierno –con juicios sumarios a funcionarios públicos, incluida la condena a muerte del ministro de ferrocarriles– han sido infructuosos y han erosionado el poder del Partido Comunista. Casi nada queda en nuestros días del legado ideológico y las teorías de Mao. Desde la ascensión al poder de Deng Xiaoping –1976–, China se embarcó en un proceso de apertura y reformas que no ha tenido fin. El discurso de Mao Tse-Tung –bañado de masacres– resuena nostálgico en una generación que empieza a demostrar su inconformismo. A pesar de los esfuerzos del gobierno del PCCh por cubrir con un (es)tupido velo la disidencia, ésta se manifiesta, aprovechando los resquicios de tolerancia, de muchas formas. Incluso de la mano de artistas consagrados como el cineasta Jia Zhang Ke.
Con una actitud mucho menos contemplativa que en sus cintas pretéritas, el director mandarín estrenaba en el Festival de Cannes (2013) su incontestable Un toque de violencia (A Touch of Sin, 2013) –premio al mejor guion–. Una miscelánea de la China contemporánea. Una instantánea del país más poblado del mundo. La cara amarga de las cifras macroeconómicas. Con características formales similares a sus películas anteriores, Jia Zhang Ke desfigura la linealidad para ligar (someramente) cuatro historias. El vínculo físico entre cada una de ellas es tan liviano como los pétalos de diente de león. Un escueto soplido y desaparece toda evidencia. Sin embargo el lazo temático –engrandecido por la riqueza de los subtextos– está sellado a fuego. El director, ganador en su día del León de Oro en Venecia por Naturaleza muerta (2006), utiliza la violencia como catalizadora de los conflictos del mundo (chino) globalizado. A golpe de cuchilladas, escopetazos y palazos recorre las consecuencias de las metamorfosis de la sociedad china. Transformaciones alquitranadas por la maquinaria pseudo capitalista. El discurso perturbado elaborado en Un toque de violencia edifica una China dura, combustible, gris, turbia, contaminada, embadurnada, pero a su vez profundamente estilizada. Su fotografía, su elegancia en el manejo de la cámara así como su puesta en escena se configuran como un tratado sobre la belleza de la alienación. La cinta es un aviso con cierta voluntad de denuncia. China se erosiona, el precio de su asalto al predominio mundial está siendo muy alto y los efectos no se están haciendo esperar.
Esta radiografía deja a la vista los entresijos de un país en descomposición. La República Popular China que se pasea ante nuestros ojos durante algo más de dos horas, diseccionada sin contemplaciones, resulta todavía más amarga, más pesimista y más atormentada que la que se ofrece en los telediarios. El realizador mandarín saca el látigo y azota a todo lo que se mueve: la corrupción burocratizada, la sobredosis industrial, la confabulación de intereses entre los caciques locales y las altas esferas, los libidinosos lupanares fetichistas, el abatimiento social, el adulterio subrepticio, la ausencia de esperanza individual, la arbitrariedad del destino o la deshumanización del fanatismo (si es que eso es posible). El hilo conductor, como ya cité en el párrafo anterior, será la violencia ejercida por un minero indignado, un delincuente errante, la recepcionista de una sauna y un joven que salta de un trabajo precario a otro. Cada uno hijo de su padre y de su madre. De regiones distintas. Pertenecientes a estratos sociales diferentes pero cercanos. Los cuatro hacen de su uso y abuso una forma de lidiar con lo irresoluble. Como única manera de poner fin a la desazón que les provoca la vida (China). Jia Zhang Ke articula con simultaneidad y maestría una obra coral sobre la China del presente. El punto de partida y las conclusiones a las que se quiere hacer llegar al espectador podrían haberse derramado en el desagüe del maniqueísmo doctrinal. El riesgo era elevado. Máxime si se quiere equiparar el sinvivir del póquer protagonista al de los mil trescientos cincuenta millones habitantes del país. Pese a todo, Un toque de violencia sale indemne de cualquier sentencia simplificadora. Es más, es en su complejidad y crudeza donde se alza por encima de ese lodazal de masificaciones –donde se forjan las enajenaciones individuales que el cineasta inmortaliza con acritud–. | ★★★★★ |
Andrés Tallón Castro
redacción Madrid
China, 2013, Tian Zhu Ding. Director: Jia Zhang Ke. Guion: Jia Zhang Ke, (Novela: Su Tong). Productora: Xstream Pictures. Fotografía: Yu Likwai. Música: Giong Lim. Reparto: Jiang Wu, Meng Li, Lanshan Luo, Baoqiang Wang, Jiayi Zhang, Tao Zhao. Presentación oficial: Cannes 2013 (Premio al Mejor Guion).