Se hizo la noche en Madrid
Festival Internacional de Cine Fantástico Nocturna 2014
Tras nuestro primer Cannes, llegamos a Nocturna. El Festival de Cine Fantástico de Madrid cumple su segundo año, todavía con las promesas de convertirse en una cita de referencia de la capital cargando con la responsabilidad y presión que ello conlleva. Por ahora, tiene el respaldo de los aficionados al género. Se nota en la audiencia que copa la entrada al cine Palafox. Camisetas negras de estampados referenciales a series de televisión de éxito, algún videojuego de los ochenta y, por supuesto, la adoración al mito creado por Lovecraft. Nocturna puede presumir de tener un sector de público mucho más consciente que el de otras muestras del mismo ámbito que llevan celebrándose en la ciudad últimamente, y que han abogado por una expansión de espectadores que sacrifique la intención original de su creación en aras de una llamada de público en donde los niños también tengan cabida. Donde otras tienen a un canal privado sosteniendo un entramado lustroso, Nocturna es un festival que, a pesar de una programación todavía en proceso de mejora, se autofinancia como puede, buscando apoyos como los de Scifiworld o Canal Plus, lidiando con los problemas de distribución que todo proyecto tiene en sus comienzos. En la tercera jornada, una de las películas estuvo a punto de caerse de la parrilla porque la copia no llegó hasta la mañana anterior al estreno. El dato podrían habérselo ahorrado pero, ya el año pasado, los creadores de Nocturna apostaron por una transparencia que se convirtiera en parte de su identidad. Y aunque uno pueda cuestionar muchas cosas, por lo menos se agradece esa actitud. Para esta edición, además, han tenido la suerte de contar con la presencia de un cineasta mítico del terror como es Tobe Hooper. El director se encuentra realizando un tour que ya le llevó a Cannes hace poco para el reestreno de su obra cumbre: La matanza de Texas (1974), y Nocturna ha conseguido ficharle. Es una de las estrellas de este año junto a los siempre interesantes Phenomena, encargados del estreno en pantalla grande de clásicos del cine, con especial hincapié en los 80, para eventos de esta clase, pero también apostando por cintas más recientes como Moulin Rouge (2001) o Drácula de Francis Ford Coppola (1992), de la que hicieron una sesión doble hace unos pocos meses. Es la invitada imprescindible y un seguro de buen cine. En el programa hay más riesgos y no todos llegan a buen puerto. A continuación, hacemos un repaso de todo lo que pudimos ver este año en el Nocturna.
Palmarés|
SECCIÓN OFICIAL
■ Premio Nocturna Paul Naschy a la Mejor Película: La cueva
■ Premio Nocturna al Mejor Director: Greg McLean. Wolf Creek 2.
■ Premio Nocturna al Mejor Guion: Greg McLean, Aaron Sterns. Wolf Creek 2.
■ Premio Nocturna a la Mejor Interpretación: Ryan Corr y John Jarratt. Wolf Creek 2.
■ Premio Nocturna a la Mejor Fotografía o FX: Extraterrestrial
■ Mención Especial Interpretación: Eva García Vacas. La cueva
SECCIÓN DARK VISIONS
■ Premio Nocturna Dark Visions Mejor Película: Cruel and Unusual
SECCIÓN MADNESS
■ Premio Nocturna Madness Mejor Película: Pinup Dolls On Ice.
THE SACRAMENT
Primera cita y primer golpe sobre la mesa: Ti West. Especialista en apuestas formales distintas, ya sea con una visión remozada de las maldiciones diabólicas de los 80, primeros 90 —La casa del diablo, uno de sus mayores logros—, bien acercándose a la excusa de las casas encantadas —Los huéspedes (2011), intento interesante aunque fallido—, o ahora apostando por el juego del metraje encontrado sin tomárselo muy al pie de la letra. En The Sacrament, West pone al mando a un grupo de periodistas, entre ellos un chaval que va a en busca de su hermana exdrogadicta, miembro de una comunidad de carácter religioso perdida en medio del bosque. Como en toda propuesta de este tipo, el cámara de turno es nuestros ojos pero West no llega a extremos mareantes. En numerosas ocasiones apuesta por una licencia puramente cinematográfica que pone en entredicho la “veracidad” del citado juego documental pero disculpándose, ya que lo hace en aras de buscar el mejor reflejo para ciertos momentos y cuando hablamos de cámaras que se tambalean, un plano bien compuesto es algo que se agradece. Como suele ocurrir con West, se queda a medio gas en sus intenciones. Comienza dibujando un ambiente enrarecido donde, a pesar del idilio, uno percibe las tensiones subterráneas de unos habitantes que saben más de lo que cuentan. El guión no contiene ningún twist ni nada que uno no se espere. West siempre brilla más por su puesta en escena y su tono atmosférico que por sus libretos y The Sacrament es otro ejemplo.
La obra habla del peligro de los fanatismos, poniendo el dedo en la llaga de una mentalidad americana que no parece cuestionarse “las verdades” que le cuentan. Transmite bien esa idea pero, en el desarrollo, la tensión se desinfla. West espera al último momento para dar algo de chispa y funciona más como terror psicológico que visceral. Si no fuera por alguna escena efectista que justifica su etiqueta de cine de género, sin duda nos encontraríamos ante un thriller de suspense más cercano al drama. Tal vez eso la aleje de la complicidad que despiertan sus anteriores obras, más autoconscientes de imitar un estilo y unas tramas canónicas en el terror y que aquí no se remarcan tanto. The Sacrament, pese al anuncio de su póster de marcado diseño retro, se acerca más a otras propuestas actuales que el resto de su filmografía. Olvida el humor, lo que puede que en parte lastre el resultado, buscando impactar más de lo que lo hace. Sin embargo, al final West cumple con su público y aun sin ser su obra definitiva, el filme ha sido bien recibido. Es coherente con lo que está siendo su carrera pero es una pena que el cineasta no tome más riesgos. Al director se le intuye potencial en su búsqueda por explorar tramas y estilos ya asentados en el terror, dándoles un toque propio, aunque todavía no se ha materializado ese paso que marque la diferencia. | ★★★★★ |
APRIL APOCALYPSE
Enésima revisión del género zombie, remezclando estilos de otras latitudes cercanas a la comedia romántica indie de rasgueo de guitarra, ukeleles y chicas a cámara lenta. El protagonista es un chaval al que bien podríamos tildar de pagafantas, en el estilo de, por citar ejemplos cercanos, el Jesse Eisenberg de Zombieland, con el que guarda no pocas similitudes. Con este tono de cine de instituto, April Apocalypse (2013) se abre con una serie de imágenes de estética Super 8 que recuerda poderosamente a la apertura de 500 días juntos (2009), con dos críos que van creciendo y cultivan una amistad que, al llegar a cierta edad, se torna ambigua. Sí, hablamos de la temida “friendzone”, hábitat natural de Artie, enamorado perdidamente de su amiga April, quien a su vez sale con el engreído jefe del equipo de fútbol. Jarret Tarnol busca crear complicidad con su protagonista pero no lo consigue del todo, en parte porque usa los tópicos de la chavalería norteamericana sin saber reírse de ellos como debería, conteniéndose en su mala leche. Más que hacer reír saca media sonrisa, aunque en la primera mitad el humor apenas funciona.
La película tarda en arrancar hasta llegar a un punto en el que uno realmente siente que eso avanza y es entonces cuando el director se saca las mejores bromas. Ideas gamberras en forma de personajes secundarios que deberían haber sido más explotados en pantalla, ya que despiertan más empatía que la pareja principal. En este mix de tonos, pasamos de la fiesta de instituto que nos presenta a los personajes a una road movie que es el grueso del desarrollo —y que imita mucho a la divertida propuesta de Ruben Fleischer, con la que April Apocalypse tiene mucho en común en su intento de crear humor adolescente y paródico a partir de los zombies y la subida de hormonas—hasta llegar a un clímax que justifica el título de la película. Hay destellos de buena comedia pero en base a ideas recicladas de otros filmes que ya lo han hecho antes y mejor. April Apocalypse se siente un poco tarde, cuando los zombies ya empiezan a resentirse de una sobreexplotación que, sobre todo en la comedia, ha alcanzado cimas como la de Edgar Wright en Zombies Party (2004) que serán difíciles de igualar. | ★★★★★ |
CRUEL & UNUSUAL
Formado en el departamento de diseño de producción de la serie Sobrenatural (2005-), donde trabajó como asistente del director artístico en hasta 81 episodios, Merlin Dervisevic únicamente tiene en su currículum unos pocos cortometrajes y la autoría de algún capítulo aislado en dos series canadienses que nunca cruzaron fronteras. Con 46 años acaba de dirigir su primer largo, una historia con hechuras televisivas en torno a un hombre que mata a su mujer “accidentalmente” ingresando, en contra de su voluntad, en un espacio irreal que se intuye una especie de purgatorio con forma de psiquiátrico. Una sala, un pasillo y una serie de habitaciones donde residen otras personas que, como él, han ido a parar allí culpables de diversos crímenes, encontrándonos con una troupe de habitantes a cual más particular. Un chico que asesinó a sus padres a sangre fría, otro que mató a sus dos hijos o una mujer que se empeña en no revelar su pasado. Entre ellos, Edgar, nuestro protagonista, intenta dilucidar la clave de su propio crimen. Cada noche, todos los residentes reviven la escena una y otra vez hasta el momento fatídico, como método para aceptar su propia culpa y, cada día, expían su pecado en una reunión de apoyo en grupo con los demás compañeros, en donde cada uno asume lo suyo en voz alta. Para la creación de este limbo, Dervisevic recurre a decoraciones que no inflen demasiado un presupuesto que se intuye justo. El purgatorio es un hospital de paredes blancas con barrotes en las ventanas y sin apenas muebles, dirigido por severos guardianes que vigilan a sus habitantes a través de televisores; idea que da cierto juego en determinados momentos y que recuerda al uso que les dio Cronenberg en cintas como Videodrome (1983)—salvando las distancias—.
La inventiva del director está reservada a un guión de pericia reconocible que nos va revelando lo que realmente le ocurrió Edgar al tiempo que involucra a un segundo personaje en su trama, alternando las secuencias en torno a la repetición del crimen —a la manera de Atrapado en el tiempo (1993)— con las de Edgar intentando buscar una salida a ese limbo que parece inexpugnable. Los giros de trama funcionan y se cierran bien aunque dejan detrás a un cúmulo de personajes que podrían dar muchísimo juego para una buena serie de televisión. El director pone sobre la mesa un universo con sus propias reglas y lo llena de criaturas pero al final se centra en una, cuya historia tampoco es nada del otro mundo, aunque esté bien contada y consiga evitar lagunas. En este pequeño mundo que se construye el canadiense, hay mejor material para un serial que para un filme, pues pide una mayor construcción y profundización en los entramados de ese hospital que en realidad es un espacio para expiar pecados, así como en los problemas de aceptación y culpabilidad que inundan la psicología de sus pobladores. Al final todo eso queda en el aire, como promesas de algo que Dervisevic ha preferido que sea largometraje. Una carta de presentación interesante lastrada por una fotografía demasiado monocroma y descuidada. | ★★★★★ |
WAX
Los nombres españoles, más allá de la inclusión algo trasnochada de Mientras duermes (2013), con presentación de Jaume Balagueró, llegaba de la mano de Víctor Matellano y su ópera prima en la ficción, Wax. Película que contiene el espíritu latente de un terror español de fuertes ecos a Jesús Franco y que busca una especie de homenaje que no terminó de convencer del todo. Un cruce entre terrores clásicos y contemporáneos mal encajado en un guión muy pobre y con una apuesta formal que evidenciaba sus lacras a través de unos filtros de fotografía —que imitaban las texturas de cámaras de seguridad— nada favorecedores. Matellano ya realizó un documental sobre el Spanish Horror titulado ¡Zarpazos! (2014), que pudo verse en el Festival de Málaga de este mismo año y que, en palabras del propio director, ya constituía un homenaje en sí mismo. No se pone en duda su base de conocimientos pero sí su forma de llevarla a una ficción que no termina de funcionar como quisiera, ya desde su libreto, repleto de lagunas injustificables en forma de idas y venidas que no tienen sentido y con una historia con serios problemas de lógica.
Un asesino en serie (encarnado por un actor de veteranía en el género, Jack Taylor) huye de prisión para ir a parar al interior del Museo de Cera de Barcelona, donde un chaval que va a grabar un documental sobre el edificio debe pasar una noche entera en el mismo por orden de la productora (breve papel de la que sido una de las damas de Nocturna, Geraldine Chaplin). El encuentro está servido y la excusa para las persecuciones a oscuras no tarda en llegar, filmado a través de una serie de cámaras digitales puestas en lugares estratégicos de cada habitación, más la que el protagonista lleva consigo a mano, que pretenden dar con un montaje dinámico pero que está mal llevado porque no hay un orden lógico y todo responde a un intento de crear atmósfera que, tal vez por lo escaso de la producción —en concreto en cuanto al material que se ha utilizado para rodar—, no termina de funcionar bien. Todo se percibe demasiado amateur, con una puesta en escena poco pensada y que tira demasiado del golpe de sonido. Matellano muestra desidia a la hora de buscar una tensión más allá de una banda sonora de fontanería, la del clavo y martillazo que, por insistente, pierde toda efectividad. En un filme que deja ver sus referentes tan a corazón abierto, tirar de la postproducción de barrio debería ser el último recurso y en Wax es la principal fuente de expresión.
El espacio del museo retrotrae rápidamente a incursiones ochenteras como la de Tobe Hooper en La casa de los horrores (1981), donde una atracción de feria se convertía en un laberinto rojo y verde de contraluces muy fuertes donde el trabajo de fotografía conseguía imprimir amenaza a unas figuras que se convertían en contexto perfecto para otro slasher poco imaginativo pero de gran fuerza visual. Estos espacios dan juego al terror pero el director, que conoce las fuentes, no ha sabido asimilarlas a su propio estilo y el resultado es un pastiche de bajo presupuesto que en vez de homenajear, copia descaradamente —atención al momento “inspirado” en REC (2007) que todo cineasta de género ahora se empeña en meter en su película—. Matellano juega la carta del drama enterrado del protagonista y el necesario twist final que deje con sensación de desasosiego pero que, en su lugar, resulta risible por estar cogido con pinzas. Tampoco ayudan una interpretación algo desfasada: la de un asiduo de La que se avecina (2007), Jimmy Shaw, como el joven protagonista encarnando a un personaje de carácter excéntrico y con el que se antoja muy difícil empatar. Pocos elementos apoyan a pesar de las buenas intenciones, pero como dice el dicho: el camino al infierno está pavimentado de ellas. Lo mejor, sin duda, el impagable guiño final a Charles Chaplin. | ★★★★★ |
PANZER CHOCOLATE
Panzer Chocolate (2013) se presentaba con la primicia de ser la primera película interactiva de la historia del cine. Esto, en base a un concepto que implica el smartphone del espectador y la descarga de una aplicación por 0,89 céntimos de euro en la que, mientras la película se va desarrollando, nos aparecen diversos datos acerca de objetos de la trama que son claves, así como breves escenas que muestran una acción paralela a lo que está sucediendo en pantalla. Los creadores afirmaban que la cinta podía disfrutarse, ya fuera tanto implicándose en el juego de interactividad o como un mero espectador. Y ahí entra la diatriba, ya que el filme se ha arrojado al vacío con un concepto interesante pero mal llevado. En la práctica, muy pocos espectadores utilizaron su móvil y los pocos que lo hicieron acababan relegándolo tarde o temprano. Uno concibe una película como una obra de ficción en la que se es mero observador y, aunque la idea de Panzer Chocolate es curiosa, se queda en eso, en una curiosidad que no ha terminado de cuajar. El factor de interactividad es muy relativo y al final uno se limita a leer una serie de artículos informativos poco útiles que desconcentran más que ayudan y a ver una serie de vídeos que, aunque complementen la acción, se antojan innecesarios.
Como obra en sí misma, independiente del factor móvil, Panzer Chocolate se ampara, como también hacía la citada Wax, en una apelación al gore de serie B que es el refugio último de las obras que, en esta clase de certámenes, no pueden ofrecer otra cosa. Y, en este contexto, cumplen su objetivo y no se las puede sacar de ahí porque se desinflan enseguida a través de las incoherencias de un guión que pone a un grupo de chavales tras la pista de una conspiración nazi que implica unos chocolates psicotrópicos, un bunker oculto y manuscritos incunables que, por supuesto, la protagonista universitaria puede tocar sin problemas. El bibliotecario torpe, la amiga sexy que enseña cacho —y mucho, para deleite del personal allí presente y que no sienta que ha perdido el tiempo—, y el amigo con derecho a roce, puro friendzone, que se convierte en algo cercano al pseudohéroe que todo grupo necesita. Funcionaría mejor si el filme se tomara menos en serio a sí mismo o se riera más de sus propias tonterías, pero nunca llega a ningún extremo. La excusa es ridícula, pero ni con esa evidencia el filme hace demasiada gracia. Los actores se empeñan en dar seriedad a unos personajes que no la tienen por ningún lado y lo hacen con unos trabajos que, de malos, resulta incluso injusto cebarse con ellos. Tal vez los directores podrían haber acentuado cierto humor negro a su costa, algo que le habría sentado de maravilla.
De nuevo, contamos con la presencia de Geraldine Chaplin en un papel breve que no justifica su presencia en el póster pero que sirve como reclamo mejor que ningún otro elemento. La actriz aporta presencia, cómo no, pero está claro que no busca compromisos con este tipo de producciones más allá de cameos estelares que den solidez al contenido. A Robert Figueras debe reconocérsele arrojo y valentía en la apuesta por una idea sobre la que él mismo es consciente de que podía fracasar. Panzer Chocolate funciona mejor como curiosidad y como un primer paso a un cine transmedia que podría tener mejor suerte en el futuro si se reconsideraran algunos aspectos de contenido en la aplicación y la sincronización de ésta con el metraje. De cualquier forma, el resultado está ahí y alguien tenía que hacerlo. Robert Figueras ha sido el que se ha lanzado y puede decir con orgullo que ha sido el primero. Con un libreto algo más trabajado y que despertarse más interés, tal vez, el conjunto habría sido más satisfactorio. | ★★★★★ |
FOUND
Lo mejor que pudimos ver en Nocturna —con permiso de Ti West— estuvo fuera de competición. El sábado —último día del Festival antes del cierre el domingo con tres pases del Phenomena, entre los que destacó el de Los Goonies (1985)—, se estrenaba Found (2012), una cinta que demostraba que lo amateur para nada va reñido con una buena historia. Scott Schirmer traía a España su ópera prima con el pedigrí, entre otros, del Festival de Cine de Phoenix, donde se reserva parte de la programación para obras de género, ya sean de terror o ciencia ficción, con su propio Premio a la Mejor Película del que Found resultó ganadora el año pasado. La razón la tiene un guión en torno a un niño que sabe que su hermano es un asesino en serie y va contando sus reflexiones sobre la muerte al tiempo que se habla sobre cómo la educación y la sociedad marcan el carácter y los prejuicios psicopáticos de una mente en formación con muchísimo más peligro que cualquier película de terror, afición con la que el crío protagonista se evade asiduamente, viendo slashers de esencia ochentera mientras dibuja cómics en los que siempre destaca alguna viñeta especialmente sangrienta. La inteligencia de Schirmer está en que sabe entregar a su público lo que busca pero sin renunciar por ello a un discurso con bastante enjundia en el género. Como Matellanos, Schirmer evidencia un conocimiento del género que, en su obra, él ha sabido trasladar con bastante más acierto, permitiéndose dirigir ficciones falsas, es decir, cintas de terror de la época del video que, a falta de licencias reales, se convierten en auténticos homenajes a una forma de hacer cine que ya sólo se recupera en intentos banales que apenas consiguen captar el espíritu. Schirmer se sitúa cerca y entrega algunos pasajes bastante perturbadores y que casi podríamos decir que tienen un gore justificado— especial atención a una escena que involucra al protagonista viendo un filme especialmente desagradable que le retrotrae a la vida secreta de su hermano, momento clave del desarrollo —.
Mientras la madre se empeña en alejar a su hijo de unas películas que ella está convencida que están haciéndole más mal que bien, el niño se siente fascinado por lo que cada semana encuentra en la bolsa de bolos que se esconde en el armario de su hermano. Lo vemos ya en la primera escena, cuando saca una cabeza humana que sostiene entre los brazos al tiempo que reflexiona sobre cómo las cabezas del cine de terror se ven siempre tan falsas. Su voz en off aporta un punto de vista al que Schirmer nunca renuncia y que mantiene, alternamente, a lo largo del metraje. Tal vez, en cierto momento la atención decaiga un poco cuando parece que el guión va a llegar a un término que resulta ser sólo un giro que continúa. Es en la segunda mitad, cuando el conjunto se dispersa un poco, el hermano se pierde de vista y la trama se queda en el aire, algo desorientada, para volver a coger fuerza en unos últimos 15 minutos realmente salvajes. Contenido y forma son lo mismo, suelen decir. Tal vez Found no habría sido tan cruda con una producción más lujosa. Puede que se hubiera contenido más y el resultado no habría sido tan potente. En parte, esas texturas de cámaras de bajo nivel ayudan a crear un ambiente malsano e incómodo, pero es inevitable preguntarse cómo habría quedado de haber contado con mejor equipo de rodaje, porque el libreto así lo merece. Found es una película sobre el terror como vía de evasión y una defensa a ultranza de su cuestionamiento de cómo puede influir en la mente de un psicópata en potencia. Una de las mejores obras que pudimos ver en Nocturna. | ★★★★★ |
Gonzalo Hernández
enviado especial al Nocturna 2014