El demonio era mujer
crítica de Maléfica | Maleficent, Robert Stromberg, 2014
Observando la heladora belleza que Angelina Jolie exhibe en algunos momentos cumbre de Maléfica (2014) se antoja inevitable apelar a los fantasmas del cine clásico y, más concretamente, a los de la demonización de lo femenino. La mujer como objeto subyugante y provocador interpretado con altivez y una sensación de poder que arrasa con todo hombre a su alcance. Perdición (1950) asentó un modelo definitivo en la figura letal e irresistible de Barbara Stanwyck, pero ya en la década de los 30 Marlene Dietrich asimiló el concepto en sus inicios -con permiso de Louise Brooks en La caja de Pandora (1928)- como pocas actrices lo han hecho. Dietrich protagonizó películas de títulos tan directos como El diablo es una mujer, obra de 1935 dirigida por Josef von Sternberg que entrañaba un discurso discutible que ha dado muy buenas películas y que cineastas contemporáneos- como el danés Lars von Trier -han adaptado a filmografías muy cuestionadas en su moralidad. La tradición que arrastra una obra como Maléfica no merece ser menospreciada, ni mucho menos. Por mucho que hablemos de la enésima adaptación de un cuento clásico a imagen real, la Disney ha sabido dar pasos adelante en su campaña por transformar todo su catálogo animado en cintas que acumulen millones con cada nuevo estreno y, sin duda, la más valiente hasta ahora ha sido esta última iteración que toma La bella durmiente (1959) como referencia. Tomándose ciertas licencias de contenido que derivan hacia un final diferente del que uno espera y conoce y rompiendo de paso con ciertos tópicos de la maldad femenina que, en una lectura entre líneas, humanizan la mentalidad de su villana convirtiéndola en una mujer despechada por amor antes que en un ser que responde al mal sin motivos.
Maléfica tampoco traiciona el origen del personaje. Ya en la versión animada se dejaba caer que el hada, en algún momento, había terminado corrompida por una oscuridad que la consumía del todo, borrando cualquier rastro de amor que pudiera quedar en ella. En efecto, el sentimiento del amor como objeto romántico es puesto aquí en entredicho, por primera vez de forma clara, en aras de un matiz que apela más al maternalismo que al amor de pareja. Maléfica, dolida por el desaire del joven rey Estéfano, con quién vivió un romance de juventud que significó más para ella que para él, decide abrazar el frío corazón de la venganza después de que el monarca la traicione cortándole las alas. Es en ese momento cuando Angelina Jolie toca techo, encarnando al espectro del mal femenino, vestida con un impresionante traje negro y luciendo un tocado de cuero cuasi-fetichista que le cubre los cuernos que exhibe con orgullo. El rencor arde en llamas de color verde y Linda Woolverton -autora del libreto- tiene el acierto de mantener intacto ese momento respetando cada línea de diálogo respecto al referente animado, convirtiéndolo en un momento clave que justifica la película entera. La guionista ya intentó reinventar otro cuento a través de la retorcida visión de un Tim Burton domesticado -para mayor tranquilidad de los estudios- en Alicia en el País de las Maravillas (2010). Cinta cuyo mayor logro fue una dirección artística intachable, en la tradición que solía ofrecer su director, y que remitía a otras obras suyas como Sleepy Hollow (1999) a través de un reciclaje iconográfico que eran fácilmente reconocible -el ya recurrente árbol retorcido-. En aquella ocasión, Woolverton rozaba el ridículo intentando ofrecer un relato conscientemente pro feminista que convertía al personaje imaginado por Carroll en una suerte de adolescente que terminaba luchando por su libertad personal embarcándose en las promesas de éxito empresarial de las Indias.
En este punto cabría citar también la relación materno-filial que Brenda Chapman intentó llevar a cabo en Brave (2012) y que, finalmente, la compañía dejó en manos masculinas -Mark Andrews y Steve Purcell-, alrededor de una princesa, también guerrera y de trazas rebeldes, que establecía una problemática relación con su madre. Maléfica se adscribe a esta nueva corriente a través del tratamiento que recibe su protagonista y la ambigua conexión que establece con Aurora, el punto más interesante del guión. Los tics formales están ahí a través de unas secuencias que, en la línea de un Peter Jackson de artificio, hacen volar la cámara a través de los recovecos de un paisaje digital que enaltece una épica fugaz y caduca al ritmo de una cargante banda sonora firmada por un gran nombre, en este caso James Newton Howard. Robert Stromberg demuestra sus orígenes en el tratamiento visual a través de una fotografía de continuos retoques digitales y de color que en sus momentos más contenidos demuestra mayor acierto. Es uno de los asistentes de FX más famosos de la industria ahora mismo, con créditos casi en 100 películas, la mayoría títulos conocidos de otros veranos: desde Piratas del caribe: en el fin del mundo (2007) hasta la reciente Juegos del hambre (2012), pasando por El cabo del miedo (1991) o Fortaleza infernal (1992). Su manera de dirigir evidencia su formación y por eso escenas como la del bautizo o el beso destacan por encima del resto. Son los únicos momentos en los que el director deja que sus personajes se expresen sin demasiados aspavientos, conteniendo por unos segundos el barroquismo de post-producción; dejando que la actriz ejerza de auténtica maestra de ceremonias en el que es uno de esos papeles icónicos que toda belleza de Hollywood debe interpretar por lo menos una vez en su carrera -como bien demostró Elizabeth Taylor con Cleopatra (1963), otro personaje que Jolie estuvo a punto de encarnar bajo el mando de Steven Soderbergh en un proyecto que al final acabó en cuarentena permanente-.
En esencia, Maléfica no es un filme brillante ni mucho menos, pero ofrece una doble lectura sobre la maldad de las mujeres en el cine que merece destacarse, más cuando ésta se percibe autoconsciente por algunas de las decisiones de guión tomadas por Woolverton. El inesperado viraje del clímax renuncia, por una vez en Disney, a una imagen pueril del amor que sorprende dado el convencionalismo de la compañía y ahí es donde vemos cierto valor por parte del filme, que tampoco se libra de numerosas concesiones. Desde el tratamiento de algunos secundarios algo inocuos -el cuervo que acompaña a Maléfica- a otros que sirven como vía de escape humorística a la densidad de tono de algunas escenas -en este caso las tres hadas buenas- hasta la obligada inclusión de algunas batallas cogidas con pinzas que remiten al insulso belicismo medieval de otras fábulas recientes como Blancanieves y la leyenda del cazador (2011). Si lo miramos desde otro ángulo también podríamos hablar de que el guión sienta la necesidad de justificar el mal por no ser capaz de llevarlo a último término, emborronando el espíritu de una gran villana que acaba convertida en antihéroe inofensivo. También hay mucho de eso, pero insisto, Maléfica no merece un trato peor que el de otras adaptaciones recientes. Hay valentía en ella, ya desde la óptica que escoge; unas ideas de fondo latentes que se obviarán dada su adscripción al blockbuster juvenil más puro y sobretodo una interpretación sobresaliente, apabullante y de una elegancia que trasciende cuestionamientos. Angelina Jolie es el último estandarte de una larga tradición que en Maléfica une dos caminos enfrentados: el del clásico demonio con forma de mujer y el nuevo pro-feminismo de la mujer guerrera que no necesita de ningún hombre para salir adelante. | ★★★★★ |
Gonzalo Hernández
Redacción Madrid
Estados Unidos. 2014. Título original: Maleficent. Director: Robert Stromberg. Guión: Linda Woolverton, John Lee Hancock, Paul Dini. Intérpretes: Angelina Jolie, Elle Fanning, Sharlto Copley, Leslie Manville, Imelda Staunton, Juno Temple, Sam Riley, Brenton Thwaites, Kenneth Cranham. Fotografía: Dean Semler. Música: James Newton Howard. Montaje: Chris Lebenzon, Richard Pearson. Productoras: Walt Disney Pictures, Roth Films, Moving Pictures Company. Fecha de estreno oficial: 28 de Mayo. Estados Unidos (Premiere Mundial).