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    Cine Alemán Siglo XXI

    Recap | Juego de tronos (4x10). Final de temporada

    Juego de tronos (4x10) | Game of Thrones

    Perro y leones

    crítica de “The Children” (4x10) | Game of Thrones (Temporada 4)
    Este artículo contiene spoilers

    HBO | EE.UU., 2014. Director: Alex Graves. Creador: David Benioff y D. B. Weiss. Guión: David Benioff y D. B. Weiss. Fotografía: Anette Haellmigk, Música: Ramin Djawadi. Diseño de producción: Deborah Riley. Dirección artística: Paul Ghirardani. Intérpretes: Peter Dinklage, Nicolaj Coster-Waldau, Lena Heady, Kit Harington, Emilia Clarke, Charles Dance, Liam Cunningham, Stephen Dillane, Carice Van Houten, Maisie Williams, John Bradley, Isaac Hempstead Wright, Rory McCann, Rose Leslie, Kristofer Hiviu, Hannah Murray, Iwan Rheon, Conleth Hill, Sibel Kekilli.

    Valar morghulis…

    Nieve sucia, nieve moteada por cadáveres. Cuervos en movimiento: sobre el lomo paquidermo de un gigante inerte o atravesando la tierra de nadie para encontrarse con el enemigo. Jon Snow está decidido a acabar con la vida de Mance Rayder. El Rey-más-allá-del-Muro le recibe y tiene lugar el encuentro. Se justifican deslealtades y lealtades, se brinda por los perdidos y cada bando muestra su postura a la hora de aceptar algo parecido a una tregua. Pero hay intenciones ocultas, y precisamente esa sensación transmite la cámara cuando busca y encuentra esquinas y recovecos donde posicionarse. Se agazapa, se escora, se asoma por detrás de un hombro, de un cuchillo. Son puntos de la estancia que quedan marcados por las miradas de reojo que efectúa Jon, incluso por aquellas que no llega a ensayar. Estos encuadres ayudan a desenfocar la atención del espectador, pasando la conversación a un segundo plano y recordándonos que el fin de dicha audiencia difiere mucho del instante, de las palabras. Por momentos, la cara del bastardo Stark refleja ausencia, por estar concentrado en la acción suicida que está dispuesto a cometer de un segundo a otro, escena con una esencia similar (salvando distancias) a aquella mítica desarrollada en el restaurante Loui’s por Michael Corleone en compañía mafiosa. Jon Snow termina resultando más previsible que el hijo del Don, y en lugar del traqueteo de un tren escuchamos la advertencia de un ataque inminente. Dos batallones de caballería bien organizados cercan a los salvajes y comienzan a masacrarlos, hasta que Mance Rayder se rinde por el bien de su pueblo. El ejército vencedor está comandado por Stannis Baratheon, rey en busca de trono que vio en las llamas de su Sacerdotisa Roja la necesidad de poner rumbo al Norte, y que consiguió en el Banco de Braavos, gracias a su Mano, los medios necesarios para hacerlo. Su poder y su superioridad sobre el terreno quedan genialmente representados cuando un salvaje se lanza enloquecido contra él y es interceptado por un soldado a caballo que cruza el plano como una centella, sin que mediara una orden. Sin que Stannis y su escolta detuviese el paso. Sin que Stannis llegase siquiera a parpadear. Uno de esos detalles que te hace sonreír en el sofá y soltar una exclamación espontánea al más puro estilo americano: Yeeesss! Durante el careo entre reyes, Jon Snow se identifica como hijo de Ned Stark y adquiere voz y voto. Mance vivirá; los muertos arderán.

    Juego de tronos (4x10) | Game of Thrones

    Jon vuelve a aparecer en el episodio. Protagoniza un diálogo junto a un Tormund prisionero y, a raíz de ciertas palabras del Matagigantes, pronunciadas con esa voz cavernosa tan característica del personaje, le brinda a su amada Ygritte las honras fúnebres adecuadas. Se trata de una secuencia corta, inesperada incluso, pero que debido a esa magia inexplicable nos cala hondo, convirtiéndose contra pronóstico del fan en una de las más emotivas del capítulo, si no la que más. Jon arrastra el cadáver fuera del Castillo Negro, hasta un precioso arciano que enraíza más allá del Muro. Construye cerca del árbol un túmulo de leña donde coloca a la salvaje muerta. Le prende fuego. Se aleja y tira la antorcha sobre la nieve. Suena la vieja música. Se detiene por momentos, incapaz de darse la vuelta. A su espalda, su pasado se consume entre lengüetazos de llamas. A su espalda, arde el error que siempre quiso abrazar. A su espalda, el amor de su vida se despide besado por el fuego, como no podía ser de otra forma. Jon se muestra emocionado. Nosotros también sentimos su pérdida. Punto claro para el episodio.

    Por suerte o por desgracia, el arciano junto al que yacerán las cenizas de Ygritte no es el único que contemplamos. Tras un largo y tortuoso camino (para todos y en todos los sentidos), Brandon, Hodor, Jojen, Meera y Verano encuentran al fin aquello que buscaban a tientas en la consciencia y vislumbraban a fogonazos en la inconsciencia. Han llegado a su Destino de ramas gruesas y grisáceas y hojas del morado más melancólico y atemporal. Pero justo antes de alcanzarlo, se ven atacados por sorpresa por unos esqueletos armados que surgen del suelo helado, homenaje claro a Jason y los Argonautas y al gran Ray Harryhausen, fallecido en mayo del año pasado. Durante el enfrentamiento, Jojen muere, y el resto es rescatado por una niña con aspecto de Campanilla asilvestrada. La Niña les conduce bajo el enorme arciano, entre miles de huesos y de raíces nudosas, a través de la más inhóspita ausencia de color. El lugar parece una nada, y por tanto, el origen de un todo. Un sitio tétrico donde los finales se cosen a los comienzos con aguja curva y la madeja eterna del tiempo. En su recorrido, el grupo acaba frente a un hombre arcaico más que anciano, todopoderoso en su debilidad. Un creador, un guía, el Verdevidente, el visionario supremo que confiesa llevar mucho tiempo vigilando y esperando a los visitantes en cuestión, en especial a Brandon Stark. La escena es la de un elegido frente a un ser superior. Por escenario, un Rust Cohle frente a un Rey Amarillo. Por fondo y esencia, un Neo frente a un Arquitecto. Apenas se nos dan respuestas; todo queda por descubrir.

    Juego de tronos (4x10) | Game of Thrones

    Cersei reclama protagonismo igual que reclama todo lo que considera suyo. Por ejemplo, el derecho a tomar sus propias decisiones y quedarse junto a su hijo Tommen en Desembarco del Rey, en lugar de casarse por imposición con Loras Tyrell y marcharse a Alto Jardín. Tywin no quiere reabrir un asunto zanjado pero su hija, en esta ocasión, se niega a dar el brazo a torcer. No cederá, y cuando su padre le pregunte cómo piensa evitar el casamiento, ella le quitará la tapa a un volcán durmiente que libera olor a azufre y secreto putrefacto, a ácido encierro. Cersei le confiesa lo inconfesable al peor confesor. Tywin se niega a creer y entonces su hija se percata de que su incredulidad es auténtica. Se convence a sí misma con una retórica que acaba dejando por primera vez a su padre, el gran patriarca, el gran león, sin palabra y sin rugido, un silencio sin precedentes. “¿Cómo puede alguien tan consumido por la idea de su familia tener cualquier noción de lo que su auténtica familia estaba haciendo?”, llega a decir ella. Es una de esas preguntas que trasciende la ficción. Debería repartirse escrita en flyers a las puertas de cualquier convención de Padres de Clase Alta del siglo XXI, Sociedad Muy Anónima.

    Y para padres peculiares, los propios Jaime y Cersei. El tema de conversación vuelve a ser Tyrion, principal foco de conflicto entre los hermanos amantes. El Matarreyes sigue sin dar crédito al hecho contrastado de que ella es capaz de ejecutar a un miembro de su familia, y Cersei sigue sin creerse que Tyrion pueda ser considerado como tal. Pero antes de que la discusión se expanda, la reina regente la va a cortar con sus armas de mujer, esas que no vemos desenvainar y que descubrimos siempre irremediablemente tarde, para nuestro placer o disgusto. Arrodillada con pleitesía y anhelo, besa su mano de oro. Él la agarra por el cabello dorado y la incorpora para devolverle el beso. Se desata la pasión y nada ni nadie más importa. Podría entrar en la sala la mismísima Montaña, quien permanece en esos momentos bajo los cuidados y experimentos de Qyburn, camino de convertirse por lo que se intuye en un monstruo de Frankenstein al servicio de Lady Lannister, y la pareja amante ni se inmutaría. “Son tan insignificantes que ni siquiera los veo”. En referencia a la gente, palabras de la mayor femme fatale que haya pisado los siete reinos, con permiso de Melissandre.

    Juego de tronos (4x10) | Game of Thrones

    Asistimos a la enésima audiencia en la sala del trono de Meereen. Daenerys atiende una vez más las peticiones de sus ciudadanos. El primero que sube las escaleras y se detiene frente a ella es un anciano, antiguo esclavo. Su reclamo, precisamente la esclavitud. Una añorada esclavitud. Pretende que la reina le deje volver con su amo. Cuando uno ha sido esclavo toda su vida, una libertad tardía puede ser el peor de los castigos. El cine carcelario nos ha enseñado en más de una ocasión un efecto similar en los hombres, a través de aquellos presos de larga condena que son liberados en la prórroga de sus vidas, con la capacidad de aprender ya completamente oxidada y una sensación de inutilidad abrumadora. Para no llegar al recurso usado por aquel personaje secundario de Cadena perpetua, el antiguo esclavo viene a suplicar por su estatus perdido. A Daenerys le cuesta entender la genealogía de semejante impulso humano, pero accede a la petición por considerar la libre elección un derecho de su nuevo mundo. El siguiente caso que atiende es mucho más complicado. Otro pastor con restos calcinados y acunados entre brazos. Gimotea y llora de forma sentida. Se postra ante Danny y despliega el sudario. Esta vez los huesos no son caprinos; Drogon ha incinerado viva a una niña de tres años. La-que-no-arde traga saliva con dificultad por si acaso su pecho angustiado combustione y le deje con un nombre menos. La medida que va a tomar ante las terribles circunstancias le lleva a las catacumbas de la ciudad. Allí, a falta del enorme dragón negro y verdadero culpable irrastreable en los cielos más lejanos, Daenerys va a encerrar a las otras dos criaturas aladas para evitar más calaveras carbonizadas a sus pies. Viserion y Rhaegal son atraídos con cebo al interior de las catacumbas y encadenados por la propia Daenerys. Ella se muestra afectada. No en vano, debe ser consciente de la cruel paradoja, de la ironía del Destino, de la dolorosa y penosa contradicción. Ella, La Rompedora de cadenas y Madre de dragones, encadenando a sus propios hijos. Con pesar evidente pero sin temblarle el pulso, coloca y cierra argollas de sólido hierro alrededor del cuello escamado de ambas bestias. La música, fantástica, nos ayuda a ver una tercera cadena alrededor de su cuello y a punto de ahogarla en ese momento tan duro. Cuando acaba, se da la vuelta y se encamina a la salida, tratando de no darse la vuelta por mucho que suenen los chillidos tan espeluznantes como lastimeros lanzados a una madre a la fuga, tratando de no ser débil y no recular en su decisión. La imagen es bella y potente: la silueta de espaldas de Khaleesi ascendiendo una escalera estrecha y quedando enmarcada en un lienzo de luz. En el último momento, justo antes de que se cierre la pesada puerta de piedra, la Madre de dragones se gira y echa un último vistazo atrás, sin poder evitarlo. El plano desnuda su sentimiento de culpa, su dolor y sus lágrimas necesitadas de un buen aliento de dragón que las evapore. La secuencia es mucho más profunda de lo que puede parecer a simple vista o pueda sentirse en un primer visionado, y el golpe de efecto en la historia del personaje es brillante. La última fotografía mencionada dista mucho del final de temporada anterior, donde ella sonreía al grito en coro de “Mhysa! Mhysa!”. Ahora mismo se sentiría indigna de que la llamasen así. De que la llamasen madre.

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    Las dos parejas en el camino se cruzan en este último episodio. Brienne por fin encuentra a Arya Stark y tiene más cerca que nunca la posibilidad de cumplir con su juramento. Pero la hija de la difunta Catelyn no quiere ser rescatada, no necesita ser rescatada. Demasiadas falsas promesas, demasiados falsos rescates; ya no es una niña. El Perro intercede por ella y habla con Brienne, haciendo gala de esa hosca sinceridad tan característica, soltando verdades a ladridos, pero siempre verdades. Y cuando la guerrera de Tarth le pregunta con algo de sorna si realmente está cuidando de Arya, el personaje que probablemente más y mejor haya cambiado a lo largo de esta temporada le confirma y nos confirma: “Sí, eso es lo que estoy haciendo“. A continuación tiene lugar la pelea, lo que se antojaba inevitable desde el principio. Una pelea cruda y muy sucia, como debe entenderse una pelea casi por definición (pelear “limpio” es hacer deporte). La lucha está en continuo movimiento, en un paisaje rocoso y escarpado, imprevisible; una lona acorde al combate. Los golpes son durísimos y los quejidos al encajarlos lo son aún más. La entrega es total por parte de ambos, pero en un último arrebato de furia, Brienne golpea con una piedra la cabeza de El Perro repetidas veces hasta que lo despeña, montaña abajo. Hay una ganadora, aunque su victoria se vuelva pírrica al no encontrar a posteriori a la hija de Catelyn, escondida entre las rocas. Hay un perdedor, que se arrastra con dificultad para recostarse en la pendiente del valle y morir ante los ojos inexpresivos de la hija de Catelyn, aparecida entre las rocas. La aventajada aprendiza observa acuclillada la escena desde cierta distancia. Sandor Clegane está completamente acabado y pide el golpe de gracia. “¿Recuerdas dónde está el corazón?”, pregunta el moribundo. Nosotros hemos acabado descubriendo dónde está el suyo gracias a este largo viaje junto a Arya, y ella recuerda dónde está el de sus enemigos, por supuesto, pero no el suyo propio. La continua pérdida le ha ido cavando el pecho a esa altura y ahí solamente queda una cueva vacía. Por ello no atenderá la súplica de El Perro. Se limitará a observarlo y escucharle de forma indolente, fría y despegada. Con toda la paz interior, le quitará el dinero y se alejará en solitario por el valle. Lo dejará suplicando esa muerte rápida y misericordiosa. Una muerte que él le enseñó a ejecutar. Es el final perfecto para una relación fantásticamente planteada y desarrollada, donde hemos visto cómo se han moldeado mutuamente dos personajes muy angulosos hasta alcanzar formas y deformidades opuestas.

    Juego de tronos (4x10) | Game of Thrones

    En mitad de la noche, la puerta de la celda se abre para el sentenciado. Tyrion maldice, pero por poco tiempo. Se trata de su hermano Jaime, que viene a liberarlo. Viene a ayudarle a escapar. Varys lo ha organizado y está detrás de todo. Al final, La Araña tiene más y mejor fondo del que deja entrever, y lo mismo ocurre con el Matarreyes. A lo largo de estos diez episodios le hemos visto más expuesto, en todos los sentidos. Más comprensivo, más humano. El vínculo con su hermano pequeño, tratado injustamente por el resto de la familia más disfuncional de Poniente, ha crecido mucho hasta acabar rubricado en ese abrazo fraternal de despedida. Jaime le besa cariñosamente la mejilla y el enano le agradece la vida, justo antes de alcanzar la escalera de la escapatoria. Pero Tyrion se petrifica delante del primer escalón. Piensa y mira hacia lo alto. Recuerda y contrae el gesto de su rostro. Esto último se nos muestra con un plano gemelo de aquel tan simbólico que surgía durante el juicio y que destacábamos entonces por aquí, un movimiento lento y lateral de cámara que comienza en una antorcha y acaba con un primer plano de la cara leonina de Tyrion. El infierno le reclama de nuevo. Vuelve sobre sus pasos y a través de una entrada secreta llega hasta las estancias de la Mano del Rey, en busca de su padre. Lo que encuentra en su lugar y en su cama es una mujer tendida bocabajo. No es una mujer cualquiera; es una que susurra “mi león” al desvelarse. Una que pregunta por Tywin delante de un Tyrion estupefacto, el hombre por quien antes ella misma preguntaba. Cuando Shae enfoca la vista adormilada y descubre a su ex amante rastreramente traicionado (la lente adopta su visión y nos trasmite el momento tal cual ella lo experimenta) queda paralizada un segundo por la sorpresa y rápidamente recurre a un cuchillo que hay sobre la mesa de noche. Tyrion se lanza sobre ella, la defensa se torna ataque y el enano termina estrangulándola mediante el collar de oro que adorna su cuello. El enano comparte el dolor. Mantiene los párpados cerrados y apretados como exclusas de submarino, reflejando con esa intensa mueca de desagrado el ansia de alcanzar el instante definitivo de un maldito y trágico desenlace, de un acto ya odiado conscientemente mientras se comete. El primer plano del rostro de Tyrion, algo aturdido al dejar de apretar finalmente el collar, se abre para mostrarnos justo a su lado la cara invertida y sin vida de Shae, que no había sido mostrado durante la asfixia (decisión genial de los responsables). La cabeza de la prostituta cuelga momia al borde de la cama y se encuadra junto a Tyrion, sentado en el suelo con la pose de un niño arrepentido, encontrando el castigo en el propio pecado. Sobre su hombro, el cadáver dibuja una especie de cruz inversa. Con la postura, las dos caras quedan en direcciones opuestas, ojos absortos en infinitos distintos. Una cara mirando hacia el techo y la otra mirando al suelo mientras pronuncia “Lo siento”, a falta de un mejor Réquiem por un sueño.

    Juego de tronos (4x10) | Game of Thrones

    Cuando Tyrion reúne cólera suficiente para levantar la mirada encuentra una ballesta en la pared. Armado, le seguimos los pasos por el pasillo de la torre y damos con Tywin. El patriarca Lannister está sentado en el retrete, dentro de un frío baño de piedra. Enseguida procura tomar el control, con su seguridad y su templanza habituales y con tretas que intentan no ser demasiado evidentes, a sabiendas de la astucia de su primogénito, del hombre que le apunta con determinación a pesar de la normalidad que él pretende darle al momento, por interés. A pesar de la escalofriante ausencia de sí mismo que emana Tyrion cuando le pregunta a su padre cuestiones atravesadas en el pecho toda una vida, en busca de las respuestas que nunca ha tenido o nunca ha comprendido. En parte, también trata de ganar valor y convencerse de lo que hace, y será una palabra especialmente hiriente en boca de su padre la que le haga apretar el gatillo. Tywin, que había probado la estrategia psicológica de repetir “Eres mi hijo” en varias ocasiones, ahora se desdice con asco y rabia. Herido, le niega de palabra el dudoso privilegio de serlo. Tyrion, con firmeza, le contradice al sentenciar: “Soy tu hijo. Siempre lo he sido”. Y como si materializase esa flecha verbal que lleva en vuelo arqueado desde la infancia, aprieta por segunda vez el gatillo de la ballesta. El poderoso Tywin Lannister muere en el retrete y con los pantalones bajados.

    Varys sospecha que algo ha ocurrido al ver llegar al enano con la cara y la presencia descompuesta. De hecho, comprometido en algo tan peligroso y torcido en su final, Varys decide huir en la galera junto al Lannister parricida, escondido este en una caja. El personaje es un superviviente nato. Puede que tenga ahora más nítida que nunca la estampa de ese trono de hierro que tantas veces ha observado en soledad. O quizás sólo se está diciendo con resignación: “Si quieres hacer reír a los dioses, cuéntales tus planes”. La siguiente fotografía del episodio, un enclave fabuloso con cascada, verdes pastos y una amazona en un caballo blanco, contrasta sobre manera con la bodega oscura donde hemos dejado a La Araña y a Tyrion. La música también va a cambiar, incluso las expectativas ante un viaje del personaje en cuestión. Pero volvemos a subirnos a una galera y navegamos. El mascarón de proa, una mujer guerrera de barbilla alta y mirada al frente, representa maravillosamente a la propia Arya, asomada por la borda unos metros más atrás. La silueta dorada se dirige con valentía, espada en mano, hacia un horizonte difuso y nublado, siempre lejano a la par que emocionante, rumbo a una quinta temporada de una serie sublime, artística y adictivamente insuperable. La travesía hasta alcanzar puerto, allá por mayo del año que viene, se nos va a hacer insufriblemente larga.

    … Valar dohaeris.

    | ★★★ |

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