Walking Like a Man
crítica de Jersey Boys | Clint Eastwood, 2014
Como ha expresado Spike Lee en varias de sus películas, para tener éxito en la escena afroamericano-estadounidense, o sabes rapear o sabes encestar. De esta forma la música ha actuado como salvoconducto de diferentes grupos marginales para salir de su violento ambiente callejero. Sin embargo, lo que en principio parecía la materialización del sueño americano, se convertiría después en un mundo todavía más peligroso, lleno de traiciones, egoísmo y muertes prematuras. Así pues, desde la famosa rivalidad entre costas en la cultura hip hop (saldada con la muerte de, entre otros, sus dos líderes principales, 2pac y Notorious Big), hasta la creciente lista de integrantes del nefasto “Club de los 27”, la industria —actualmente liderada por la todopoderosa Universal Group— no ha dejado de evidenciar la corruptela de su estructura corporativa. Esa turbia faceta interna, alcanzó su grado más ostentosamente deshonesto en el italoamericano entorno de Nueva Jersey, donde las conexiones de famosos con la mafia estuvieron siempre a la orden del día, sobre todo en aquellos disolutos años 60 cuando los jóvenes, hijos de inmigrantes, querían escapar del delantal al que estaban destinados en el “Nuovo Vesuvio” de turno regentado por un despótico Artie Bucco. Artistas como Frank Sinatra o Tommy DeVito, co-protagonista de esta Jersey Boys, no dudaron en relacionarse con el prosopopéyico Chicago Outfit con el fin de lograr un patrocinio que los sacara para siempre del bullicioso asfalto de Little Italy.
Sin embargo, no es fácil salir del “hood” cuando se viene de una cultura tan jerárquicamente organizada y familiar como la de Frankie Valli. Un joven querido por todo el barrio de Belleville y beatificado por sus amigos, no sólo por su honradez moral, sino también por su forma de cantar —Su hijo es un santo, y también suena como uno, decía el bocazas de verbo rápido de DeVito mientras adulaba a los padres de su mejor amigo. Clint Eastwood vuelve al musical para adaptar la obra homónima de Broadway, al tiempo que realiza su particular hagiografía del icónico líder del grupo The Four Seasons que revolucionó las listas musicales con su distintiva voz de falsete. Eastwood, fiel a su estilo, presenta un trabajo muy serio, elegante y bien documentado, en el que se realiza un desarrollo ejemplar de los personajes al tiempo que se nos introduce de lleno en la trama por medio de un dinámico enfoque narrativo múltiple y autodiegético con tendencia a atravesar la cuarta pared desde el principio del metraje. Un director en la cima de su carrera al que poco (o nada) le queda por demostrar. Consciente de que no es su mejor filme, y puede que extendiéndose más de la cuenta en alguna explicación innecesaria (sobre todo en episodio correspondiente al tercer, y menos atractivo, narrador), este compositor aficionado, teclista de corazón y eterno “Man with no name”, se hace una película para él mismo, disfrutándola desde la creación de sus rápidos diálogos, con la ayuda del sensacional guionista de Annie Hall, Marshall Brickman, hasta la post producción. De la misma manera que hizo con el biopic sobre Charlie Parker en 1988 (Bird), o en el posterior Piano Blues (2003), con el que puso su grano de arena a la genial serie musical producida por Martin Scorsese, The Blues.
No en vano, Eastwood hace constante deferencia a su amigo de las gafas de pasta y difusor del organizado romanticismo criminal. Sus repetidos guiños se pueden observar tanto en los diálogos —“Funny how?” Pregunta un ficticio, pero idénticamente gamberro, Joe Pesci a Bob Gaudio—, hasta en los rápidos movimientos de cámara que tratan de seguir el enérgico ritmo de sus protagonistas, del mismo modo que siguieron a Henry Hill, Ace Rothstein o Jordan Belfort. Puede que el realizador no cuente con todo un icono mediático como Leonardo DiCaprio en su cartel promocional, pero ahí reside la principal diferencia de estos dos maestros de la justicia poética. Scorsese es una marca registrada, no vende el producto final, sino la firma sobre él (una gran firma, eso sí), “El rubio”, por el contrario, no se muestra tan condescendiente con un público al que respeta con el oficio de los grandes artesanos, como consumidores de un trabajo bien hecho y mejor finalizado. No es casualidad que se recurra a los actores reales del musical de Broadway, que conocen de memoria el papel tras representarlo noche tras noche en el August Wilson Theatre de Manhattan. Todos son intérpretes teatrales, a excepción de algunos de los sospechosos habituales del cine sobre la mafia —mención especial para un siempre cumplidor Christopher Walken como Gyp DeCarlo—, y de Vincent Piaza, a quien se le ve deliberadamente más torpe en los bailes y acompañamientos vocales, pero mucho más suelto en lo que a negocios de familia se refiere —ya viene entrenado de su asociación con Al Capone en Boardwalk Empire como Lucky Luciano—.
Blasfemadores carismáticos, supersticiosos caricaturescos hiperviolentos por naturaleza. Así son los estereotipados componentes de este cuarteto que dejaron huella en algunos de los más importantes programas del panorama sonoro, como el American Bandstand o el Ed Sullivan Show, por el que pasaron artistas de la talla de Elvis Presley o Los Beatles. Víctimas de la siniestra mano negra que representa la tiranía del esclavismo musical y la compra de derechos, oculta tras los acordes de algunos de los mayores éxitos de todos los tiempos. Desde sus primeros hits surgidos de manera (presuntamente) casual, como Sherry o Big Girls Don’t Cry, inspirado en una estoica Jan Sterling que supo aguantar el tipo mientras la abofeteaba Kirk Douglas en El gran carnaval (Ace in the Hole, 1951), hasta llegar a la legendaria Can’t Take My Eyes Off You que, según ese correlato objetivo de T.S. Elliot al que se hace mención en la cinta, jamás tuvo mayor profundidad y sentimiento que el que muestra el director. Un enamorado del cine y de la música a los que rinde un sentido homenaje por medio de estas cuatro estaciones, reconciliándose con sus entrañables personajes mientras construye para ellos, ayudado por la fotografía de Tom Stern, un retrato dotado de una violenta sobriedad marca de la casa y lleno de contrastes fulgurantemente oscuros. | ★★★★★ |
Alberto Sáez Villarino
Dublín (Irlanda)
Estados Unidos. 2014. Título original: Jersey Boys. Director: Clint Eastwood. Guion: Rick Elice, John Logan (Libro: Marshall Brickman). Productora: GK Films / Warner Bros. / Malpaso. Fotografía: Tom Stern. Música: Bob Gaudio. Montaje: Joel Cox y Gary Roach. Intérpretes: Christopher Walken, Jeremy Luke, Joey Russo, Freya Tingley, Sean Whalen, Francesca Eastwood, Kathrine Narducci, Vincent Piazza, James Madio. Presentación Oficial: Sydney Film Festival 2014.