No man’s land
crítica de El atentado | L'attentat, Ziad Doueiri, 2012
En La caza (Jagten, 2012), Thomas Vinterberg plantea cómo una desafortunada mentira infantil puede revelar la fragilidad de los cimientos de toda una comunidad. El tránsito de un idolatrado profesor de guardería a un estado de rechazo casi homicida, se materializa bajo el delirio de una masa opresora que parece convocada desde el imaginario de la Norteamérica profunda. En Take Shelter (2011), por otra parte, Jeff Nichols acude directamente a esa sociedad norteamericana para hablar del aislamiento de un individuo cuando su comportamiento, fuera de lo políticamente correcto, amenaza con desestabilizar la frágil calma y armonía de una pequeña comunidad rural post 11-S. Vinterberg, como Nichols, habla de la metamorfosis del sujeto integrado al ente intruso bajo la presión de un colectivo humano establecido en su país de origen aunque, en realidad, el alcance de su discurso pretende cubrir un espectro mucho más global. La amenazante silueta a contraluz que aparece en el plano contraplano final de La caza difumina una identidad que ni protagonista ni espectador alcanzamos nunca a descubrir. Es la manera en la que Vinterberg apela, a partir de un solo individuo de identidad difusa (por lo tanto, intercambiable), a la universalidad de una sociedad sumida, más que nunca, en el miedo y la desconfianza.
Otra película del mismo año, El atentado (L'attentat, Ziad Doueiri, 2012), vuelve a poner en imágenes la mutación a la que se ve sometida la existencia de un cirujano palestino, nacionalizado israelí, cuando su mujer, Siham (Reymond Amsalem), es relacionada con un atentado suicida en pleno centro de Tel-Aviv. Como en la película de Vinterberg y en la de Jeff Nichols, el punto de vista de la propuesta de Doueiri vuelve a ser el de la otredad. Sin embargo, mientras el individuo de las dos primeras películas ya apuntadas siempre ha formado parte intrínseca de la comunidad, en El atentado éste nunca ha dejado de ser, en el fondo, un intruso. Amin (Ali Suliman), el protagonista violentamente puesto en tela de juicio por la sociedad que lo ha acogido, no sólo debe afrontar la expulsión del grupo sino que es obligado a hacerlo empujado por la inmolación de su propia esposa. Como con Vinterberg, el detonante vuelve a ser la acción de un tercero. Aunque Ziad Doueiri opta por revelar la fragilidad de los lazos fraternales de una sociedad a través de un acto extremo, lo cierto es que el tenso contexto sociopolítico, en el que se enmarca una película como El atentado, podría hacer saltar la chispa de la desconfianza acudiendo a algo tan simple como la mentira que desencadena los hechos en la película del autor escandinavo.
El trayecto hacia el infierno personal planteado en El atentado es un viaje sin escalas: el personaje pasa de recibir premios en galas de etiqueta a ser brutalmente torturado por la policía israelí. Doueiri articula la idea del intruso a partir de un motivo visual que se repite. La imagen, la del personaje de espaldas a cámara, reaparece con fuerza cuando éste es puesto en libertad tras el interrogatorio de los servicios secretos israelíes, pero también cuando regresa a su pueblo natal intentando reconstruir las últimas horas de Siham. En ambos casos, la negación del rostro habla de la imposibilidad relacional del personaje. Primero con el paisaje social adoptivo (la sociedad israelí), y segundo con unos orígenes (la sociedad palestina) a los que ya no puede volver ni tampoco integrarse. Los fragmentos de felicidad a los que Amin se aferra se van oscureciendo a medida que la mujer que los protagoniza, responsable de sembrar el caos, se resiste a permanecer en el encuadre y su rostro pierde la centralidad del plano. A partir de lo físico, de la parte ausente de un cuerpo mutilado, Doueiri sugiere esa otra realidad oculta que el personaje se resiste a aceptar. Ya en Nablus, esta misma idea volverá a materializarse a través de otro acto físico: los carteles arrancados por Amin con la foto de su mujer, ahora convertida en mártir, dejando al descubierto tan solo fragmentos de un rostro incompleto. El desarmante twist final no es más que la culminación del ideario del filme. La última capa que descubrir, la constatación de una realidad mucho más compleja. Pero aceptar el matiz implica un sacrificio: la soledad de un personaje abandonado en tierra de nadie. | ★★★★★ |
Daniel Jiménez Pulido
redacción Barcelona
Líbano, Francia, Bélgica, Catar, 2012, L'attentat. Director: Ziad Doueiri. Guion: Ziad Doueiri, Joelle Touma (Novela: Yasmina Khadra). Productora: Uag / 3B Productions / Canal Plus. Presentación oficial: San Sebastián 2012 (Mención especial del jurado). Fotografía: Tommaso Fiorilli. Música: Éric Neveux. Intérpretes: Ali Suliman, Evgenia Dodena, Reymond Amsalem, Dvir Benedek, Uri Gavriel.