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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Bajo la misma estrella

    Bajo la misma estrella

    (In)determinismo genético

    crítica de Bajo la misma estrella | The Fault in Our Stars, Josh Boone, 2014

    Basta con aludir al término oncología infantil para darnos cuenta de que algo falla, esas dos palabras no deberían ir nunca unidas, ya sea por semántica, por naturaleza o por mero sentido común dada la contradicción etimológica que forman esos dos términos simbólicamente antagónicos. Sin embargo, y vistos los altos índices demográficos en las salas de esta especialidad pediátrica, hay que reconocer que ese fallo está desgraciadamente muy arraigado y extendido. Por su gravedad y seriedad, cualquier intento de tratar el tema fuera del exclusivo marco científico y médico podría resultar, o al menos parecer, una lamentable y abyecta estratagema demagógica, por lo que toda película cuya trama principal resida en la relación de dos adolescentes con cáncer, contará de partida con un gran muro de prejuicios, escepticismos y aprensiones que derribar. El título de la cinta que nos ocupa, The Fault in Our Stars, no la desafortunada traducción al español, Bajo la misma estrella, consigue que le otorguemos el beneficio de la duda, principalmente por partir llevándole la contraria al mismísimo Bardo de Avon —“La culpa, querido Brutus, no es de nuestra estrella, sino de nosotros mismos” Julio Cesar, 1599—. Josh Boone recurre a la ontología para expresar su inconformismo hacia un hipotético sentido de la vida que no termina de entender, planteándose una serie de cuestiones trascendentales que quedarán en la memoria del espectador durante un espacio de tiempo directamente proporcional al volumen de lágrimas derramado.

    El director comienza caricaturizando ciertos clichés teológicos asociados con la aceptación de la muerte, así como la frívola y superficial versión que el cine realiza de las etapas del duelo, mediante el uso de vergonzosos eufemismos que no benefician en absoluto al propio enfermo, pero son necesarios para no hacer sentir incómodos a los que lo rodean en su “espiritual carrera final”. El buen rollito mostrado por Boone en la relación familiar entre los padres (comprensivamente pragmáticos en exceso) y la hija (mucho más madura que cualquier adolescente que conozcamos) envuelve todo en una perfección de aire naif que nos impide creer nada de lo que se cuenta. Una vez se establece que el enfoque va a ser más metafórico que dramático, el avance desenfadado, guiado por una narración en primera persona, nos invita a relajarnos frente a una historia que no requiere de un análisis exegético en profundidad. El condescendiente y aséptico humor negro enseguida nos atrapa y logra la empatía con sus personajes de manera casi inmediata. Hazel es uno de esos raros casos médicos que se pueden considerar afortunados pese a tener que arrastrar una botella de oxígeno las 24 horas del día. El relativo éxito de un tratamiento experimental le ha prolongado su esperanza de vida de manera significativa, pese a ello, la joven prefiere evitar la celebración de su delicado estado y asumir que sigue siendo una enferma terminal. El día que conoce al carismático Augustus, su vida emocional da un giro radical creando una serie de vulnerabilidades, propias del amor juvenil, en esa coraza de realidad bajo la que se había protegido hasta ahora. Será entonces cuando comience a descubrir el verdadero significado de diversión, amistad y amor al tiempo que se embarca con Gus en un viaje de autodescubrimiento mutuo y materialización de los sueños.

    Bajo la misma estrella

    Puede que el principal problema de esta película resida en la búsqueda de una profundidad que no encaja con el punto de vista adolescente. Otro dilema es el intento de llegar a un público demasiado amplio; de esta forma algo se tuerce poco a poco según avanza el metraje y el guion obedece cada vez más a su fuente original, la novela homónima de John Green. Una estructura muy cuadriculada y regular que impide una relectura más impresionista. Algo que se podría haber conseguido con más crudeza y realismo, no sólo en la trama, sino también en los personajes —aunque para eso ya tenemos el cine de Haneke—, cortados usando el mismo patrón que el resto de los concupiscentes protagonistas hormonalmente hiperactivos de sagas juveniles que pueblan las paredes del 80% de los dormitorios estudiantiles, desde los gótico-eróticos personajes de Crepúsculo, a la bruja más buscada en internet, Emma Watson. Y nada de malo existe en dar al público lo que pide, sin embargo, y atendiendo a la perfección de la relación amorosa mostrada, tanto física como temperamental, el mensaje a trasmitir podría dar pie a una malinterpretación de valores, porque no es lo mismo desear ser un vampiro “cool” o un mago con asombrosos poderes de seducción, que un enfermo terminal de cáncer. Pese a ello, su atractivo desarrollo y dinamismo te atrapa desde el comienzo con algún personaje simpático, como el invidente mejor amigo del protagonista, con su positivo sentido del humor a lo Jonah Hill, o la desagradable figura del escritor favorito de Hazel, como representación de los sueños rotos. Un sensacional Willem Dafoe con problemas de alcoholemia que trenza un excelente cameo en una escena muy bien enfocada por el gran Ben Richardson (Bestias del sur salvaje, 2012), autor de la impecable fotografía que, al igual que el acertado enfoque dramáticamente abstracto del comienzo de la película, va rindiéndose poco a poco a la explicitud del sentimentalismo y los planos al atardecer —escena de beso con aplausos incluida—.

    Feliz historia triste para llorar en una lluviosa tarde de domingo. Unas Invasiones bárbaras con aire juvenil, o como lo llamó Nirvana: Smells Like Teen Spirit, de un simpático didactismo aleccionador shakesperiano. Un paso adelante en la carrera de este realizador que, pese a perder gran parte de la credibilidad lograda con su filme previo (Un invierno en la playa, 2013), sorprende con una serie de diálogos muy bien finalizados y, sobre todo, por un interés extrañamente literario de lo que supone el dolor de la felicidad. Sería justo, por lo tanto, esperar a una valoración más profunda sobre su dramaturgia en un futuro y tercer trabajo que termine de definir el pulso narrativo de este director que promete originalidad a raudales. | ★★★ |

    Alberto Sáez Villarino
    Dublín (Irlanda)

    Estados Unidos. 2014. Título original: The Fault in Our Stars. Director: Josh Boone. Guion: Scott Neustadter, Michael H. Weber (Novela: John Green). Productora: Fox 2000 Pictures / Temple Hill Entertainment. Fotografía: Ben Richardson. Música: Mike Mogis, Nate Walcott. Montaje: Robb Sullivan . Intérpretes: Shailene Woodley, Ansel Elgort, Nat Wolff, Laura Dern, Sam Trammell, Willem Dafoe, Lotte Verbeek, Ana Dela Cruz, Randy Kovitz, Toni Saladna, David Whalen, Milica Govich, Allegra Carpenter, Emily Peachey, Emily Bach, Mike Birbiglia. Presentación Oficial: Seattle International Film Festival 2014.

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