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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Viva la libertà

    Viva la libertà

    Por un mundo sin Berlusconis

    crítica de Viva la libertà | Roberto Andò, 2013

    Como si negara la reivindicación que hay en su título, Viva la libertà arranca desde un escenario lúgubre, frío, de aroma tedioso. Trajes caros, zapatos lustrados, maletines negros, baldosas de mármol oscuro y pasillos vacíos como metáfora visual del mundillo por el que transita. Las entrañas de la política partidista actual, a la que adelantó hace ya más de treinta años una frase lapidaria de Tierno Galván: “La política dejado de ser una política de ideales para convertirse en una política de programas”. La palabra programas no podía estar mejor escogida si se tiene en cuenta la acepción amplia del término. Un programa es algo robótico, calculado, sin alma. El síntoma más locuaz de una política burocratizada en todos sus movimientos. Se mide con rigidez pétrea cada palabra, cada gesto, cada mano tendida, con un afán de convertir al ente “voto” en un elemento de laboratorio, algo de lo que se puede obtener una mayor o menor unidad dependiendo de cuánto de cada elemento se deposite en la probeta. La película de Roberto Andò se sitúa en el punto donde el hastío hacia este partidismo de catequesis ha dado lugar al desencanto.

    En su cuarto largometraje de ficción, el cineasta italiano adapta su propia novela (Il trono vuotto, ganadora del premio Campiello a la mejor ópera prima). Una puesta en valor de la pasión como arma para combatir al tedio, ese que hace de la política un leviatán deshumanizado. Andò juega a enfrentar opuestos. La pesadez contra la ligereza, la melancolía contra la alegría, la rigidez contra la frescura (sin que los respectivos segundos caigan por exceso en el berlusconismo, se entiende). Y para ello, se inventa una ingeniosa trama de hermanos gemelos, ambos interpretados por un inspiradísimo Toni Servillo. El gemelo aburrido, Enrico, es el líder del principal partido de la oposición italiana. El gemelo divertido, Giovanni, es un extravagante profesor de filosofía recién salido de un sanatorio. Enrico, harto de que se cuestione su liderazgo y de que las encuestas le vaticinen un batacazo en las próximas elecciones, decide desaparecer sin dar explicaciones. Ante su ausencia, sus asesores recurren a Giovanni para hacerle pasar por él.

    Viva la libertà

    Desde ese punto de giro, Andò construye una doble trama haciendo uso exhaustivo del montaje paralelo (en el que los dos personajes no coinciden nunca) y de lo que podríamos llamar un tono de “dramedia”. Giovanni se encarga de la parte cómica, construyéndola a partir de la hilaridad que genera situar a un personaje estrambótico rompiendo, con su frescura, la rigidez de un entorno tan cargado de convenciones como es la organización interna de un partido. De ahí salen quizá las mejores escenas, como una entrevista imposiblemente cáustica con un prestigioso periódico italiano. O un tango sensual con la canciller alemana, con el que Andò, además de reivindicar la ligereza también en los grandes cónclaves, parece resarcir al personaje real de aquel “culona inchiavabile” con el que la despreció Berlusconi. Enrico, por su parte, protagoniza lo que hay de drama en el filme. Una especie de reencuentro consigo mismo de un personaje que se lanza a explorar cómo habría sido su vida si no hubiese tomado la decisión radical de abandonar su carrera en el cine para dedicarse a la política. Algo que no deja de ser otro de los enfrentamientos entre opuestos que conducen a la película: lo artístico (el cine) contra lo práctico (la política). Ahora bien, en la trama de Enrico se encuentran los mayores defectos de Viva la libertà: las prisas por contar demasiadas cosas, la dispersión de temas, y la tendencia a trazar a vuelapluma las inquietudes y evoluciones de sus personajes. Así, el ritmo del montaje paralelo se resiente por la desigualdad de atractivo entre las dos historias.

    Con todo, hay ciertos mensajes sobre los que Andò logra mantener el foco. Especialmente su llamada al cambio político por medio de la pasión, a un lenguaje liberado de corsés burocráticos que busque la línea más recta hacia el ciudadano. Si bien esta idea aparece, por momentos, excesivamente subrayada. El director cae en la tentación de la inevitable escena de masas con discurso de vocación lapidaria y aplausos atronadores. Y cae a lo grande, con planos de espectadores emocionados ante la televisión, auditorio con cascos de obrero y notas de piano ensalzadoras de fondo incluidos. Frente a estas cesiones al estereotipo, Andò levanta el vuelo en las escenas íntimas, entre bambalinas. Más allá de las risas que sacan las charlotadas de Giovanni entre jerifaltes, con ella desarrolla todo un mensaje sobre la identidad personal que va paralelo a su lectura sobre la política. El intercambio de roles entre los dos gemelos le permite indagar en el enorme amalgama de contradicciones internas que somos cada uno de nosotros, un poco Enricos y un poco Giovannis. Su final, en este sentido, puede leerse como una conciliación entre las dos facetas más que como un guiño al absurdo. Eso si se logra conectar con esas inquietudes sobre la identidad, sobre la pugna entre máscaras y realidades, que mueven a Viva la libertà. Algo que el filme, un poco perdido en su propio divagar, no facilita del todo. En caso negativo, merece la pena al menos dejarse seducir por ese monstruo de la pantalla que es Toni Servillo. Por su modo de fundirse con un personaje que es a la vez uno y dos. Por ese arte casi milagroso que hay en construir dos talantes opuestos (la pesadez, la ligereza) a través de su rostro anguloso y aterciopelado. Por su forma de recitar con ironía amable frases como esta: “El diablo en persona existe, ¿saben? Solo que este país de católicos nunca lo ha creído, siempre ha preferido a sus sustitutos”. Por ponerle cara, en fin, a la ilusión de liberar al mundo de los Berlusconis. | ★★

    Miguel Muñoz
    redacción Madrid

    Italia, 2013. Director: Roberto Andò.Guión: Roberto Andò, Angelo Pasquini. Productora: BiBi Film / Rai Cinema / MiBAC. Fotografía: Maurizio Calvesi. Montaje: Clelio Benevento. Reparto: Toni Servillo, Valerio Mastandrea, Valeria Bruni Tedeschi, Michela Cescon, Anna Bonaiuto, Eric Nguyen, Judith Davis, Andrea Renzi. Presentación oficial: Karlovy Vary 2013.

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