Cine trasnochado en el viejo México
crítica de Una noche en el viejo México | A Night in Old Mexico, de Emilio Aragón, 2013
Decía Emilio Aragón en el Festival de Málaga que «hay que ir adonde te lleven las historias» (El País). Su nueva película titulada Una noche en el viejo México (2014) le condujo hasta Texas y México. Allí montó su campo base. Acompañado de un elenco actoral variopinto –con intérpretes de distintos países– encabezado por Robert Duvall. Milikito, hombre polifacético, le da al cine, al doblaje, a la música, a la interpretación a lo que se tercie. Semeja que todo lo que busca lo consigue. Se intuye que esta cinta era un caprichito irrenunciable. La quería rodar y lo hizo. A quién no le gustaría filmar en Estados Unidos con estrellas de alto standing. Que tire la primera piedra quien esté libre de pecado. Aragón no es el único que se deja caer por esos lares. Jorge Torregrossa acaba de estrenar una comedia romántica que tiene lugar en Nueva York –La vida inesperada (2014)–, otros como Rodrigo Cortés han seguido estos pasos. Grandes filmes americanos de la historia han sido rodados por extranjeros. No hay nada censurable en ello. De todas maneras el caso de Emilio Aragón me recuerda un hecho acaecido en otro tiempo y en otra disciplina. Tras el éxito del maravilloso The Joshua Tree (1987), un álbum con fuertes raíces en la música popular estadounidense, U2 decidió grabar una película titulada U2: Rattle and Hum (1988). Una suerte de documental sobre la gira norteamericana de la banda de Dublín. Bono, su manager Paul McGuinness y compañía se frotaban las manos. Empero resultó ser un absoluto fracaso comercial. La banda lo entendió con el paso del tiempo. Los mimbres que forjaron el éxito de The Joshua Tree eran los mismos que fraguaron el fracaso de Rattle and Hum. Los yanquis agradecieron la calidad de aquel disco sustentado en las raíces de su música pero no pudieron soportar que un grupo de niñatos les enseñase a base de tópicos “su cultura”.
Los paralelismos entre una producción y otra son más bien escasos. La asociación, quizá, solo tiene sentido en mi fuero interno. Pero independientemente del carácter disperso de la comparativa sirve para indicar por dónde van los tiros. El resultado de Una noche en el viejo México es cien minutos de costumbrismo paleto sustentado en el tópico más rancio. Aragón pretende mostrarle a los resabiados espectadores cómo era una noche más allá de Río Grande. Con un guion digno del Hollywood más trasnochado, en el que todo se sabe de antemano, atestado de esa moralina con la que se forjan el sueño americano y las segundas oportunidades. William D. Wittliff –Leyendas de pasión (1994)– se nutre de tantas influencias que se olvida de dotar al libreto de identidad propia. A este desatinado guion hay que añadir en la lista de despropósitos el popurrí actoral. El abanico multicultural no encaja todo lo bien que debería, chirrían algunas conversaciones en inglés entre hispanohablantes, no termina de cuajar el personaje de Luis Tosar –no por su culpa, pues resuelve la papeleta con solvencia– que no se sabe si es un español en Estados Unidos o un estadounidense con acento español… Qué quieren que les diga, todo resulta inverosímil, infame y un tanto pueril. Los intentos de Robert Duvall por demostrar con filigranas que sigue en la cresta de la ola son entrañables, en la misma medida que resulta infumable la actuación de Jeremy Irvine –War Horse (2011)–, un chaval con acento inglés, de perenne mohín, que hace las veces de un nacido en Nueva York. Un desbarro cenizo. Una historia prefabricada.
El argumento versa sobre un cascarrabias crepuscular que, dispuesto a morirse con las botas puestas una vez que ya no le queda nada, conoce a su nieto el mismo día que le quitan su rancho. Ambos se agarran el sombrero y deciden pasar una noche nostálgica para uno, bautismal para otro en el viejo/nuevo México. Galopando su viejo Cadillac cruzan la frontera buscando la redención en la aventura y la farra. En el camino se toparán con maleantes, asesinos, cantantes de burdel y 150.000 dólares. Dos almas perdidas que a base de emociones fuertes se reencuentran con el mundo. Demasiado azúcar. Una historia más inverosímil que increíble. El resultado final inspira precipitación por doquier. Que se filmase en veintitrés días no debe interpretarse tanto en una hazaña, más bien como un aviso de lo que se puede encontrar. Siendo benevolente y en honor a la verdad hay que decir que la cinta es digerible, no se hace pesada, el ritmo es el correcto. Se siente ridícula y estúpida pero no plomiza. Lo digo como su mayor virtud y como única característica que se eleva por encima de la corrección y que esquiva la mediocridad reinante. El origen no es distinto al de muchas otras películas. Emilio Aragón se lanzó a esta aventura hace tres años cuando presentando su ópera prima en Los Ángeles –Pájaros de papel (2010)– le ofrecieron rodar una historia que no era suya. Su estilo almibarado sedujo a los productores americanos. A él le cautivó Robert Duvall. No cabe duda de que se faja mejor en lides que le salen de las entrañas. | ★★★★★ |
Andrés Tallón Castro
redacción Madrid
Estados Unidos, 2013, A Night in Old Mexico. Director: Emilio Aragón. Guion: William D. Wittliff. Productora: Coproducción Estados Unidos-España; VT Films. Fotografía: David Omedes. Música: Emilio Aragón. Reparto: Robert Duvall, Jeremy Irvine, Angie Cepeda, Luis Tosar, Joaquín Cosio, Jim Parrack, James Hébert, Michael Ray Escamilla, Ray Perez, Ismael Salinas. Presentación Oficial: SXSW 2014.