Paganismo, máscaras y cine
crítica de Ritual, de David Pinner, 1967 | edición de Alpha Decay, 2014
David Pinner publicó Ritual en 1967 mientras cultivaba una incipiente carrera en el teatro. Acababa de escribir el libreto de Fanghorn, una obra de iconografía ocultista, al mismo tiempo que formaba parte del elenco de La ratonera de Agatha Christie, que estaba siendo representada en Londres. Esos dos trabajos marcaron la naturaleza de la que sería su primera novela. Una historia que conjugaba una trama detectivesca con un trasfondo de mitología pagana, concebida para cine desde un principio. Pinner comenzó ideando un tratamiento que llegó a tener director representante: Michael Winner. El director de La centinela (1977) —y colaborador habitual con el actor Charles Bronson— acabó desestimando la idea debido al fuerte componente onírico que contenía, dejando el proyecto estancado y provocando que Clowes, el agente de Pinner, le convenciera para trasladar el concepto a una novela que, con seguridad, sería publicada. Así, Ritual contaba la historia de un agente llamado David Hanlin procedente de Scotland Yard que pone rumbo a un pequeño pueblo rural del condado de Cornish para investigar el asesinato de una niña de 8 años. Todo ello enmarcado en un estilo literario sencillo. Que encontraba sus mayores aciertos en lo poderoso de sus imágenes y en la capacidad del autor para volver amenazantes ambientes puramente ordinarios.
Ritual carga tras de sí una fama de novela de culto, en gran parte provocado gracias al filme que en 1973 dirigió Robin Hardy en base a un guión de Anthony Shaffer, director de la imprescindible La huella (1972). La fama de la película acabó convirtiendo el libro en un objeto de coleccionista. La obra de Pinner se encontraba descatalogada y su precio en eBay superaba hasta los 400 dólares. No fue hasta 2011 que el trabajo del autor volvió a reeditarse, y ahora acaba de ser publicado en España por primera vez gracias a la editorial independiente Alpha Decay, que ya apostó fuerte el año pasado con la traducción y distribución de Casa de hojas, el clásico moderno de Mark. Z. Danielewski. Este contexto se antoja necesario. Ritual es uno de esos relatos que ayudaron a establecer cierta iconografía y, como tal, es un trabajo que debe valorarse teniendo en cuenta la época en la que fue escrito y la influencia que ha despertado posteriormente. Pinner comienza con fuerza escenificando la muerte de Dian Spark. Debajo de un roble, con el cuello roto, un ramillete de ajo en la mano, y la cabeza de un simio clavada en el tronco. Tres flores de ajo adornan la cabeza del animal clavadas con el alfiler de un sombrero, mientras los chorros de sangre caen lentamente sobre el rostro inerte de Dian. Su mejor amiga ha sido testigo de su muerte y, presa del pánico, sale corriendo a través del bosque. Una mariposa recorre la escena del crimen. Y Pinner focaliza su mirada en ella siguiéndola durante el primer tercio del libro. Como la pluma que abría los créditos de Forrest Gump (1994), el escritor utiliza un detalle mínimo para dibujar toda la escena presentando así a los lugareños casi de manera casual.
En este ambiente rural, de provincianismo puro, nadie es anónimo. Es aquí, en el dibujo de personajes, donde uno empieza a intuir rápidamente la alargada sombra de Ritual. Cada uno es presentado con su propio excentricismo. Tenemos el terrateniente embargado y homosexual al que le gusta tocar la flauta; un actor jubilado que vive en la casa del terrateniente; el matrimonio de la niña asesinada —dueños de una tienda de golosinas—; la hija mayor de éstos —una joven con la libido por las nubes—; el carnicero que sustenta su negocio con los gatos callejeros; el loco del pueblo —un negro que vaga día y noche por el bosque—; y especialmente los niños, la denominada Cuadrilla. La primera imagen que uno le viene es la de un pueblo de dos colinas gemelas. El crimen de una joven reina del baile, y la plana de habitantes que escenifican los secretos de un lugar cuya apariencia no refleja su auténtica naturaleza. La paramnesia nos traslada sin dudar a Twin Peaks (1990). Lynch, como Pinner, abre su historia a raíz del crimen de una chica inocente, y cómo Pinner también, guía la trama mediante un investigador de muy peculiar carácter. David Hanlin no sólo es cristiano. Es un puritano de los pies a la cabeza obsesionado con desenmascarar el ocultismo, de trato difícil y fuertes prejuicios. Mantiene soliloquios en su cabeza que reflejan lo arisco de su persona y sus auténticos pensamientos cuando habla con alguien. Para él, todos los habitantes son “indios”. Así los llama, tratándolos con altanería y mucha desconfianza.
Desde el primer momento, la atmósfera se vuelve pesada, densa y sumamente extraña. La imagen general parece normal, pero hay pequeños detalles que descontextualizan las cosas y eso despierta animadversión y en consecuencia cierto temor. Los niños corretean por las calles haciéndose dueños de unas leyes de violencia infantil que en algún momento resultan perturbadoras, mientras sus padres celebran una reunión “literaria” en el desván de la Sra Spark —la madre de Dian y mujer de misteriosos dones—. Pinner alterna el punto de vista narrativo dosificando la información. Su narrador es omnisciente, pero tan pronto se acerca a un personaje, verbaliza sus pensamientos en primera persona cambiando la perspectiva de un párrafo a otro. El lector es consciente de lo que unos piensan de otros y de lo que Hanlin cree en cada momento. Eso le da una imagen conjunta aunque, como es lógico, para nada completa. Se sabe desde el principio que aunque el libro deje claro la naturaleza extraña del lugar, hay cosas que no se descubrirán hasta la última página. Uno de esos clímax amparados bajo ese inesperado detalle que cambia gran parte de la trama. En este punto hay que tener en cuenta la experiencia que el público tiene hoy día con estas historias y es fácil intuir los trucos.
Los mayores logros son puramente atmosféricos, y se centran en las escenas que involucran actividades paganas. No estamos desvelando nada que no se descubra en los primeros capítulos. La salvaje naturaleza de estos actos va volviéndose más descarnada conforme avanza el desarrollo. Los niños liberan sus instintos a la primera de cambio ocultándose bajo máscaras animales que parecen anular la humanidad que les queda. El sexo y su carácter pecaminoso se erigen como principal fuente de culpa y seducción para Hanlin. Anna, la hija de la Sra Spark, se empeña en seducirle. El agente llega incluso a tildarla de ninfómana. Y lo que parece sólo una excentricidad puntual se vuelve parte crucial del trasfondo. Pinner es ambiguo en el tratamiento del sexo como fuente de pecado pero, por el final que tiene el protagonista y por cómo el autor trata el paganismo, es evidente que hay ironía. De hecho, el humor es algo crucial en el libro, provocado por lo absurdo de ciertas situaciones y la excentricidad de algunos personajes y con la sutileza necesaria como para que el lector de hoy, acostumbrado a que le digan cuándo debe reírse, dude incluso de si es intencionado o no. Pinner saludó The Wicker Man (1973), la adaptación de su debut al cine, con buenas palabras aunque destacó la falta de comicidad del largometraje con respecto al libro. La concepción del escritor es mucho más negra en ese sentido. Se toma menos en serio a sí misma hasta el punto que Pinner se permite hacer guiños muy reconocibles al vampirismo del mejor Stoker.
La formación cinematográfica de Pinner se nota —se graduó en la Escuela de Arte Dramático de Nueva York— en cada línea. Su obra se disfruta por partida doble si el lector es un cinéfilo avezado. Básico para reconocer ecos y referencias. Es inevitable acordarse de películas como Muertos y enterrados (1981) donde el guionista de Alien: el octavo pasajero (1979) se marcaba un menospreciado ejercicio de terror ochentero con los mejores ingredientes del sectarismo rural ambientado en una pequeña villa costera en la que, como en la obra de Pinner, el pueblo entero era partícipe de oscuras prácticas. No es casualidad que todos estos trabajos que hemos nombrado se encuadren a finales de los 70, englobando la década los 80. La estela que Pinner dejó con su obra, y luego Hardy amplió con su película influenció gran parte del tratamiento de estas historias. En conclusión, Ritual es una novela de un aroma psicodélico muy marcado, que mezcla humor negro con una atmósfera opresiva y malsana, al tiempo que entrega un elenco de habitantes a cada cual más estrafalario y un tratamiento del paganismo en el contexto de un relato de detectives que acaba explotando en un final que a Patrick Süskind (El perfume) le habría gustado. Una novela que ha tardado 47 años en verse publicada en España, y que debemos agradecer a Alpha Decay el haber apostado por ella. Una editorial que está sabiendo labrarse un catálogo de una solidez envidiable merced a unas apuestas valientes y poco comunes en nuestro país.
Gonzalo Hernández
redacción Madrid
Ritual
de David Pinner
Traducción: Regina López Muñoz.
Editorial: Alpha Decay.
ISBN: 978-84-92837-69-4.
Páginas: 272.
Precio: 21,90 €.
Fecha de publicación: 24 de marzo de 2014.
Formato: rústica 20,5 x 12,5 cm.
Colección: Héroes modernos.