Un año más regresa el niño consentido de Cannes —un mimado en el buen sentido, ya que su privilegiada situación ha sido conseguida, por méritos propios, a base de trabajo duro—. Mike Leigh vuelve, a sus 71 años, al certamen galo por quinta vez en su carrera, de las cuales (obviamente a excepción de la presente que aún no ha concluido), en tres de sus cuatro participaciones ha logrado alzarse con algún galardón: En 1993 ganó el premio al mejor director por Indefenso (Naked); en 1996 se alzó tanto con la Palma de Oro como con el premio especial del jurado ecuménico, con su obra maestra Secretos y mentiras (Secret & Lies), la cual también sirvió a Brenda Blethyn para lograr el premio a la mejor actriz; en 2002 se fue (por primera y única vez) con las manos vacías con Todo o nada (All or Nothing), que competía en la Sección Oficial, dato que no le impidió volver en 2010 para hacerse con el premio especial del jurado con Another Year. Con una estructura muy teatral (sobre todo en sus primeros años como director de cine), heredada de su carrera como dramaturgo, Leigh siempre ha hecho gala de un estilo muy humano y accesible, alejado de maniqueísmos y de las falsas representaciones estereotipadas de la clase obrera.
Con Mr. Turner, el realizador pretende seguir con su agridulce punto de vista de los dramas históricos, como el que mostró en El secreto de Vera Drake (Vera Drake, 2004), para descubrir la caótica vida del artista Joseph William Turner, uno de los mayores apoderados del paisajismo, que supo retratar como nadie la tempestuosa naturaleza humana, a menudo por medio de la plasmación de aguas turbulentas en sus cuadros (véase el genial Fishermen at Sea). Imaginamos, conociendo bien la filmografía del inglés y su firme defensa de la total autoría del producto —convicción que le llevó a fundar su propia productora Thin Man Films, para evitar enfrentamientos como el que comentábamos ayer entre los hermanos Weinstein y Olivier Dahan—, que tratará de alejarse de los formalismos y el sobrio clasicismo riguroso para hacernos partícipes de una manera cotidiana, de los logros y reveses sufridos por un personaje que, pese a ser de naturaleza predominantemente introvertida, nos dejará compartir no sólo su vida profesional, sino también la personal, donde el director suele recrearse con cierta sutileza sin ningún tipo de alardes estilísticos. Timothy Spall (que también participó en la antes mencionada Secretos y mentiras), encarnará la figura de “El pintor de la luz”, un hombre que, como se dice de todos los artistas, tuvo que sentir el dolor de una pérdida para conseguir expresar sus emociones de forma acertada. En este caso fue su padre el que falleció, dejando a Turner desolado y sumido en una reclusión espiritual. Junto a Spall encontramos a Jamie Thomas King y a Roger Ashton-Griffiths (que también actuaba en la película que inauguraba el festival: Grace de Mónaco).
Fanatismo en las profundidades
Compartiendo jornada junto a Leigh, presentará nuevo trabajo el mauritano Abderrahmane Sissako: Timbuktu. El director, creador de obras muy bien acogidas por la crítica como su ópera prima La vida en la tierra (La vie sur terre, 1998) o Bamako (2006) se ha mostrado censor en su filmografía con la hipócrita visión que el cine occidental tiene del continente africano, siempre centrada en la narración de historias de otra época, sin importarle que la tragedia sigue existiendo en el presente. Un presente que es la mayor baza de Sissako para contextualizar sus trabajos y plantear preguntas que requieren de una respuesta inmediata antes de volver a hacer balance de lo acontecido en cualquier tiempo pasado. Poco conocemos de la trama de Timbuktu —salvo que denuncia la intransigencia religiosa de Mali acometida mediante lapidaciones—, por lo que esperaremos a las impresiones de nuestro compañero Gonzalo Hernández, en el estreno de esta nueva obra de un realizador que ya sabe lo que es ganar en la Rivera francesa, desde que en 2002 se alzara con el FIPRESCI en la categoría de Una cierta mirada por su filme Heremakono. Dos grandes apuestas, de dos sensacionales directores muy diferentes, que se perfilan como una perfecta forma de consolar a los asistentes por la decepción sufrida en la inauguración.
Alberto Sáez Villarino
Dublín (Irlanda)