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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Blue Ruin

    Blue Ruin, de Jeremy Saulnier

    Ashes to Ashes

    crítica de Blue Ruin | Jeremy Saulnier, 2013

    Se dice que Diógenes de Sinope —ya convertido en fiel representante del idealismo—, tras ver a un niño bebiendo agua de sus propias manos, se deshizo del cuenco que utilizaba para dicha función y que constituía el 25% de sus bienes personales (junto a un manto, un zurrón y un bastón). Este desapego material, que paradójicamente contradice los síntomas (acumulación de toda clase de trastos innecesarios) de la enfermedad mental a la que da nombre el cínico —filosóficamente hablando, se entiende— “síndrome de Diógenes”, parece ser el estilo de vida adoptado por Dwight tras el traumático asesinato de sus padres a manos de un miembro de la familia vecina. No queda del todo claro si el protagonista de Blue Ruin, al igual que su predecesor, ha dedicado todo este tiempo de ascetismo a la proliferación de la mente y al estudio minucioso de teorías existencialistas. Lo que es un hecho, viendo su caótica forma de reaccionar cuando se entera de que el asesino que arruinó su vida va a salir de prisión, es que no ha invertido ni un minuto en la planificación de un astuto método de venganza.

    A Jeremy Saulnier no le interesa el duro pasado de sufrimiento que ha debido soportar su personaje, ese periodo queda sujeto a una especulación figurativa individual aunque, teniendo en cuenta el origen de su reclusión voluntaria, no parece haber sido un camino de rosas. El director nos plantea la trama, apenas sin contexto, desde el momento en el que los fantasmas de Dwight —dormidos pero no muertos— se liberan al conocer la noticia de la excarcelación del culpable de su orfandad. Desde ese momento sentimos cómo algo se rompe en el interior de ese hombre introvertido y tranquilo, su mirada revela un oscuro e inquietante resplandor que se va materializando, de forma inaudible, en una serie de rápidos, espasmódicos e impulsivos preparativos con vistas a terminar en desgracia. Pese a que la cinta bebe de las dos corrientes más importantes del género de venganza: El brutal, seco y tosco proceder de la cinematografía asiática, y la búsqueda de la justicia poética al más puro estilo del western americano, añade algunos elementos novedosos propios del cine de autor. El guion (obra del propio Saulnier) es el primero de ellos y, pese a que en él se cuenta una clásica historia de vendetta, (una de tantas que llevamos este año: Sólo Dios perdona, Out of the Furnace, remake Oldboy…), sirve, a su vez, como principal componente diferenciador del resto de competidoras. Su diálogo es escaso, es la propia ira quien lidera las conversaciones de este grupo de fieles seguidores del código de Hammurabi —o lavar los trapos sucios dentro de casa—. Otra de las piezas clave es la veracidad de las acciones; el protagonista no se convierte repentinamente en un experto y poderoso asesino pues, pese a resolver con cierta solvencia algunos trámites truculentos, podemos observar cómo se le resisten ciertos aspectos no muy agradables de la empresa que lleva entre manos. El realizador arremete contra la ingenuidad y la falta de veracidad de cintas en las que los protagonistas son capaces de, por ejemplo, realizarse una auto-intervención quirúrgica —sin noción alguna en el campo de la cirugía— mientras se extraen una bala recibida, se desinfectan y se cosen una profunda herida realizada con una hoja de puñal de 20 centímetros, o se arrancan una flecha de ballesta del hombro como si de una astilla se tratara.

    Blue Ruin, de Jeremy Saulnier

    Esta estudiada planificación secuencial referente a las acciones y sus consecuencias lógicas que exhibe Saulnier, contrasta con la impulsividad en el proceder de su personaje principal, propia de una cólera que funciona como inhibidor del sentido del peligro, propiciando que el acto de desagravio se realice sin esperar a recobrar la serenidad y lucidez necesarias para una eficaz actuación premeditada, y sin dejar que el calor del momento reduzca nuestras esperanzas de éxito a la ambigüedad del despiadado azar. Como resultado, se dejan cabos sueltos, se pierde la privilegiada posición ventajosa de un posible ataque sorpresa y se comenten errores, de cálculo e incluso de objetivo. La obsesión nubla completamente el raciocinio y se busca desesperadamente una reparación concienzuda que ponga fin a nuestra pesadilla, sin tener en cuenta que lo más probable es que ello dé paso a otras desazones subsecuentes. La primera parte de metraje, destinada a la ejecución y resolución del principal componente de la trama (contrariamente a lo que suele ocurrir en cualquier narración), muestra la importancia de los pequeños detalles, en su mayoría aspectos sucios o desagradables, que otras películas representativas del mainstream se olvidan habitualmente de contarnos. Un realismo que alterna la crudeza de las escenas con un humor negro muy particular que aliviará algunos momentos de extrema tensión, al tiempo que satiriza el fanatismo armamentístico más exagerado de la América rural y la visión deformada de la realidad, a consecuencia de la frivolización que se hace de la muerte en películas y videojuegos.

    Blue Ruin, de Jeremy Saulnier

    La sordidez y depravación de cada plano se verán acentuadas por una lente inquieta (controlada por el polifacético realizador) que mantendrá su foco de atención siempre centrado en las acciones y nunca a los responsables de las mismas, un ejercicio suciamente poético que evidencia un trabajo artístico impresionante. Un claro ejemplo sería la representación de supuesto asesino de los padres del protagonista, su figura prácticamente no aparece en pantalla, se sabe quién es y qué ha hecho desde los primeros minutos, pero eso es todo, ni la cámara ni el propio guion se molestan en presentarlo, sino que dejan que su presencia se intuya en todo momento sin que nunca logremos saciarnos con un rostro al que poder dirigir el odio y el rencor que se merece por la gravedad y bajeza de sus acciones, y que nosotros, como seres empáticos y defensores de las buenas causas —aunque también rencorosos por naturaleza— necesitamos exteriorizar. No le quedará al espectador más opción que resignarse y dejarse llevar por un sensacional Macon Blair, paradigma del “no importa cuánto hayas perdido, siempre quedará algo por lo que luchar”, que logra lo que ya parecía imposible, otorgar a la venganza cinematográfica —aparentemente exprimida hasta el límite de hacer perder el significado a la propia palabra originalidad— una nueva perspectiva, elegante y esquemática, con la que el género vuelve a coger impulso cuando casi habíamos tirado la toalla. Sin arrepentimientos, como canta Little Willie John en la canción que da cierre al filme (No Regrets, 1959), el director convence con una dramaturgia y un lirismo tan asombrosos como admirables. | ★★★ |

    Alberto Sáez Villarino
    Dublín (Irlanda)

    Estados Unidos. 2013. Título original: Blue Ruin (Blueruin). Director: Jeremy Saulnier. Guión: Jeremy Saulnier. Productora: The Lab of Madness / Film Science / Neighborhood Watch. Fotografía: Jeremy Saulnier. Música: Brooke Blair, Will Blair. Montaje: Julia Bloch. Intérpretes: Macon Blair, Eve Plumb, Devin Ratray, Amy Hargreaves, David W. Thompson, Bonnie Johnson, Stacy Rock, Kevin Kolack. Presentación Oficial: Cannes Film Festival 2013.

    Póster de Blue Ruin, de Jeremy Saulnier
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