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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Trilogía Pusher (1996-2005), de Nicolas Winding Refn

    Pusher: un paseo por el abismo (1996)

    La dialéctica metafísica del infierno de Winding-Refn

    crítica/ensayo sobre la trilogía Pusher, de Nicolas Winding Refn
    Pusher: un paseo por el abismo (1996) | 
    Pusher II: con las manos ensangrentadas (2004) | 
    Pusher III: Soy el ángel de la muerte (2005) |

    Sobre los escenarios, según Nicolas Winding-Refn

    Desde su nacimiento, el cine, ha tenido varias obsesiones; una de ellas, ha sido describir la vida de los hombres, que por elección o vocación, contribuyen a crear, eso que definiré como, la dramaturgia del crimen, el subsuelo de la sociedad: la mafia. Prostitutas asesinas, delincuentes en busca de redención, policías sobornables, agresores de serie zeta, los sólitos invitados al crisol del hampa. El padrino, Donnie Brasco, El silencio de un hombre, Érase una vez en América, Ciudad de Dios, Casino... la lista de las cintas que han tratado la temática es enorme, también lo es el número de directores que han encontrado en ese mundo el ambiente ideal para expresar sus inquietudes. La calidad, como en todo, es desigual. El padrino es la bella narración de una familia en la periferia de la legalidad; otros ejemplos, como Scarface, son simples bosquejos de hombres que disparan, se drogan o pescan enfermedades de transmisión sexual. Ahora bien, a lo largo de la historia del cine, numerosos directores han situado a sus personajes en el centro del submundo del crimen sin el objetivo de hablar de gángsters o proxenetas; recientemente, Le conseguenze dell’amore ha sido una muestra de pericia y soltura en este sentido. Sorrentino como Coppola se sirven del contexto de la mafia para mostrar algo más: una jerarquía familiar o el azar de un hombre sin amor; como quiera que sea, el submundo del crimen se transforma en hábitat de disertaciones sobre el tiempo o reflexiones sobre los sentimientos humanos. En sendas ocasiones, como en el caso de Sorrentino y Coppola, algunos directores se sienten seducidos por la violencia y las paradojas del delito, mas su obra no constituye una dialéctica del hampa. Otros, en cambio, convierten al gansterismo en el vaso del que mana la substancia de su obra. Este es el caso de dos directores opuestos y hasta contradictorios: Martin Scorsese y Nicolas Winding Refn. Entrambos directores han dedicado su obra a trazar las grutas del crimen. Enanos rabiosos, serbios marchitos o irlandeses astutos componen la filmografía de estos disímiles directores. En ellos existe una discrepancia fundamental. El director danés, es un autor; por otra parte, el papel del estadounidense en ciertas producciones se ha limitado a ser un simple técnico, un hombre de estilo firme y desenvuelto pero siempre un perito con poca idea de fondo. Mientras Scorsese se deleita creando obras intelectualmente exiguas, Winding Refn, con un estilo más sobrio, se adentra, con fortuna, en la psique de criminales y drogadictos desvergonzados. Sus largometrajes examinan desde la óptica de la ilegalidad y la transgresión el mundo contemporáneo y sus laberintos. Si se ha de entender la filmografía de un director como un gran libro en el cual cada capítulo se abre con un nuevo filme, habrá que reconocer en la obra Winding Refn la tentativa de edificar una epopeya del crimen. Pusher I,II y III son un retrato del bajo mundo danés: pécoras, facinerosos y toxicómanos, clientes habituales del repertorio refniano, se erigen como víctimas y carnífices en un absurdo dédalo.

    Pusher II: con las manos ensangrentadas (2004)
    Pusher II: con las manos ensangrentadas (2004) |
    La trilogía de Pusher está compuesta por cintas que son la misma historia contada por un autor siempre más maduro; el episodio tres es superior al primero pero, en esencia, son siempre el mismo. En este sentido, no hay ninguna evolución en el pensamiento de Refn. No debería de ser de otra manera, la trilogía es un ascenso en la carrera del director, no en la vida personajes; éstos viven estancados e inmovilizados por el poder obscuro de la mafia. Efectivamente, Frank, Tonny o Milo son las tres posibilidades de un mismo personaje, hombres prisioneros del presente; sin redención o disertación posibles, estos malvivientes desgraciados están destinados a la permanencia, a ser siempre ellos, a estar siempre ahí. Dotado de un talento innato para ilustrar la arquitectura de los bajos fondos, Refn, mantiene la cámara siempre en movimiento; formalismo cercano al documental que, con éxito, involucra al espectador en el filme; sus guiones no son sorprendentes: cumplen: su fuerza reside en el ritmo y la forma. Ambientes sórdidos y personajes decrépitos, bien delineados, con sabor a inmundicia y violación. En las existencias de Frank, Tonny o Milo, traficantes decadentes, no se percibe ningún progreso, o superación espiritual: la redención, se asoma pero, arisca, los evade; una burla, están condenados al infierno. En efecto, en algún momento de la trilogía, el tridente de comerciantes ilegítimos reniega su mundo: Milo inaugura, el tercer episodio, con la confesión que lo torturará por todo el largometraje: permanecer limpio un día más; Frank, en la escena concluyente, imagina una salida plausible mientras Tonny se sube a un autobús con la convicción de escapar. La única verdadera esperanza de salvación se cristaliza en la fuga de Tonny; pero Refn nos susurra al oído: ese tatuaje es una cicatriz, una mácula que no se lavará jamás. El neonato como Tonny, o, mejor dicho, por ser el hijo de Tonny, está estigmatizado de por vida. No veo en ese final, una esperanza verosímil, veo la reproducción de un mundo aciago; el inquinamento de la generación sucesiva. Creo que esa es la mayor virtud de Winding Refn: mostrarnos una alegoría de la existencia. Ver al hombre como un pecador, vagabundo irredento en el infierno de la suciedad, de lo impuro. Si Kafka nos enseñó que nuestras sociedades son un laberinto, Refn lo convalida como un laberinto de sangre, un infierno. El averno está en las calles.

    Pusher II: con las manos ensangrentadas (2004) |
    Pusher II: con las manos ensangrentadas (2004) |

    Introducción a la metafísica de Winding-Refn

    En su célebre poema —hoy conocido como De la naturaleza— Parménides establece los fundamentos del pensamiento metafísico occidental: el ser y el no-ser, el mundo del esto y del aquello. Desde la Antigüedad, la premisa del filósofo griego, ha ocupado el itinerario metafísico de algunos pensadores como Platón o Heidegger. El no-ser, no indica la nada; revela una alternativa del ser mismo. La breve pieza de Parménides y su tentativa de asir lo inefable, ocuparían a Platón y a Aristóteles años después (este último erigiendo un sistema arcano y complejo para dilucidar la nada); más tarde vendrían Hegel y Kant; pero, tal vez, es en la palabra de Fichte que la distinción entre el ser y el no-ser manifiesta su mayor vigor. El racionalismo extremo —cuyos mayores representantes se encuentran en la escuela del idealismo alemán — desembocaría en aporía y en una serie de sofismas ilegibles, despeñadero lógico, logogrifo racionalista. En todo caso, la escisión racionalista parmenidiana ha sido un anatema retórico difícil de erradicar. Tanto es así que el impacto de este linaje filosófico se manifiesta en la salud psíquica del mundo moderno. Mas este es un tema que rebasa las intenciones de este escrito sucinto; por tanto, intentaré concentrarme en la materia que, realmente, nos concierne.

    Ahora bien, como comentaba más arriba, el no-ser es una alternativa del ser, por tanto el no-ser no es otro-ser. Lo aquí me propongo es señalar porque esto último, como principio equivoco desde su nacimiento, determinó el pensamiento occidental. En primera instancia es importante entender que el NO como vocablo connota una negatividad semántica. Por otro lado, el no, como mencioné antes, se entiende como un otro, por tanto, el NO se manifiesta como una negación positiva. El NO se resuelve en otra realidad cargada de una valencia positiva —positiva en cuanto afirmación de una existencia —. Entonces el NO que pretendía ser originalmente una negación se traduce en un SÍ, una negación que afirma una realidad alternativa. El no-ser señala la negación del ser en cuanto ser más se apoya en la misma realidad del ser para poderse verificarse, por tanto el no-ser porta consigo al ser de modo inherente. Andrea Emo lo expresó mejor que nadie, «la verdad, como Dios, es una diversidad absoluta desde nuestro punto de vista, por eso mismo la percibimos como diversidad en cuanto tal; una diversidad que puede ser conocida mediante una experiencia negativa. La diversidad está en todas las cosas y es el alma de todas las cosas, así como es el alma de todos los individuos. Nosotros somos inquilinos de dos mundos, el positivo y el negativo, el idéntico y el diverso. Todo tiene dos significados. Y es por eso que tiene un significado. Como podría tener un significado si estuviera compuesta de un solo significado?». El significado como el ser depende de otro para significar y para ser… ¿Cuál es el fin de esta digresión? Demostrar porque Milo, Tony y Frank son no-seres: sonámbulos, muertos en vida… hombres estigmatizados por una herida espiritual.

    Pusher: un paseo por el abismo (1996) |
    Pusher: un paseo por el abismo (1996) |

    La metafisica encarnada de Winding Refn

    Los personajes de Refn simbolizan —tal vez de manera inconsciente y del todo involuntaria— la contradicción que en el párrafo anterior traté de elucidar; los protagonistas de Winding Refn son alegorías de una realidad espiritual que condensa la explicación de existencias y realidades como las de los personajes y las atmósferas del director sueco. Milo más que habitar en un mundo abandonado por Dios, como algunos suelen argumentar, deambula en una civilización donde el fundamento primigenio de la vida se ha volatilizado: el ser. En la estricta jerarquía del lenguaje coloquial la voz nada indica una cosa o una realidad de poco valor. Eres un Don nadie o eso no es nada son locuciones que se escuchan en el dialecto popular de varias regiones; son el testimonio de una nada poseedora de esencia: un algo envilecido. El destino fatal de Milo, Frank, Tonny, Bronson o Driver está marcado por esta dualidad. El Ser o el no-ser. To be or not to be. Esta dicotomía, como escribió Parmenides, nos ofrece dos vías. Para Milo y los otros protagonistas, el ser y el no-ser se traducen en ser bueno o ser malo. No hay puntos intermedios o medias tintas. La filosofía occidental, que arranca en el pensamiento de Parménides, condenó a hombres al distinguirlos en categorías absolutas: el esto o el aquello, se materializan en muros y obstáculos retóricos —tan macizos como aquellos de concreto— para alcanzar la redención. Para estos hombres la salvación no es una posibilidad; en algún punto de la vida sé es malo o sé es bueno, no hay vuelta atrás. Hombres irredentos.

    En este sentido Refn efectúa una radiografía heterogénea del hombre en su camino expiatorio. Todos los protagonistas del director sueco anhelan ser otro. Procedamos con orden. Frank el protagonista sobre el cual gira Pusher, un paseo por el abismo, al final busca escapar de su mundo… no lo enfrenta porque es más grande que él… niega su mundo pero no logra salir; sin huida: es un hombre condenado. Por otro lado, Tonny el protagonista de Pusher II, con las manos ensangrentadas exime su ego con el asesinato de su padre; mas este acto de sobrevivencia freudiana lo aleja de la redención; como quiera que sea, la fuga de Tonny con su hijo en brazos es una mirada desoladora de un mundo caído. El sacrificio del padre y el nacimiento del vástago encuadran de manera ilustrativa el circulo inexorable de la vida. Para Refn el hombre no tiene salida: la redención es una ilusión y el mal es nuestra verdadera cifra. El personaje que concluye este trío de la culpa, Milo, expresa su deseo de cambiar su vida al inicio (probablemente, encuentra en su hija el estímulo para buscar la redención, o, al menos la indulgencia parcial). Su final es el más terrible de todos. Milo es el verdugo en el infierno: cuerpos mutilados en bolsas de plástico, traficantes torturados… Imágenes que resumen la visión de Refn sobre nuestro mundo. En cualquier modo, los tres protagonistas, al menos por un momento, aspiran a una vida alternativa, a ser otros, a ser mejores; sueñan con la redención, al hacerlo niegan su mundo.

    Pusher III: Soy el ángel de la muerte (2005) |
    Pusher III: Soy el ángel de la muerte (2005) |
    Si navegamos por la filmografía refniana nos encontraremos con Bronson, un hombre cuya misma naturaleza no le permitía encontrar una salida: hombre sancionado por su índole salvaje y rebelde — ¿reminiscencias de Adán?— Por otro lado, el enigmático conductor de Drive no es un personaje heredero de Melville o de la novela existencialista de Camus; pues no es un existencialista. En realidad, este personaje en cuanto individuo no es esencial en el discurso filosófico de Refn; la dialéctica de culpa y redención del mundo que lo rodea provee de sentido a su presencia en el rocambolesco mundo refniano: el conductor es solo uno más de los actores impotentes de nuestro mundo. Si recordamos bien, al final del sus últimos dos filmes Refn subraya el carácter ambiguo de sus protagonistas hasta llenarnos de perplejidad. Héroes o villanos. Seguramente ninguno es santo o demonio, son todos hombres maculados con la tinta del pecado. En este mundo de categorías, pecados, y salvaciones el hombre es su propio carnífice. La vida no perdona. Al despojar al mundo de sus matices intermedios, la verdad última se obtiene en función del ser o no-ser. El bien y el mal se convierten en categorías inviolables; los parámetros para medir estas dos abstracciones están sujetos al juicio subjetivo y transforman al bien y al mal, a la verdad o al ser en objetos de especulación individual. En otras palabras, al entregarnos la escisión original, Parménides, nos somete al subjetivismo y, de esta manera, nos concede el derecho de dudar en silencio; más importante, en privado. Nos arroja al individualismo, al narcisismo y finalmente, al solipsismo. Todos los personajes de Winding Refn son egoístas, solitarios y acerbos: síntomas de una mente inmersa en su propia circunstancia. Para todos ellos el mundo inicia y acaba en ellos. La adicción a las drogas, la afición al peligro (Drive) o el ejercicio de actividades ilegales (Solo Dios perdona) se revelan como antídotos o paliativos para una mente habitada por un ego delirante e insaciable.

    Pusher II: con las manos ensangrentadas (2004) |
    Pusher II: con las manos ensangrentadas (2004) |
    En conclusión, la dicotomía ser y no-ser se puede parangonar con otro binomio de igual importancia en Occidente: el bien y el mal. El bien y su alternativa (el mal) son el espejo del ser y el no-ser. El mal no es otra cosa que la otra posibilidad del bien, una alternativa; el mal se alimenta del bien, o, como diría Emo, es eso que le da significado al bien: relación y necesidad. Por tanto, no sería disparatado ver en la escisión original el nacimiento del mundo daltónico en el que hoy vivimos. Al ser hombres malvados, Tonny, Frank y Milo son no-seres, es decir, hombres que no son: no una no-existencia; peor aún: una alternativa de ella; una periferia del bien y del mundo. Su cara más nefasta: el mal. En un cierto sentido Refn sigue a Leone cuando muestra el calambur axiológico sobre el cual gravita la tradición occidental, el bien y el mal; pero a diferencia del director italiano, Refn no edulcora la realidad con la presencia de mujeres exuberantes o criminales carismáticos. Refn nos presenta a nuestro mundo tal cual es: un páramo sin amor y sin salvación, el reverso del paraíso.

    Matías García Muñoz
    redacción Roma (Italia)


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