Terapia de choque
crítica de Starred Up | de David Mackenzie, 2013
La tradición cinematográfica, respecto a delincuentes juveniles, ha mostrado que la secuencia lógica y probable para estos jóvenes descarriados es la de Crimen y castigo —ejercido éste mediante una autoridad competente (código penal) o un homólogo facineroso ofendido (ley del Talión)—. Starred Up el último hito británico en el subgénero carcelario, sin embargo, no tiene nada que ver con la obra de Dostoyevski salvo, quizá, la gran cantidad de fallos a los que tienen que hacer frente sendos protagonistas. Si Raskólnikov justificaba su comportamiento con la convicción de un régimen enfermo, donde los fundamentos sociales básicos estaban mal planteados —de ahí la idea de “matar un principio”—, Eric ni tiene, ni le es requerida explicación alguna, dado que su actitud responde a la condición atávica que cabría esperar de una persona cuya educación ha estado marcada por una suerte de dificultades tan desagradables como condicionantes del temperamento: ambiente marginal, madre prematuramente fallecida y padre —no menos prematuramente— encarcelado. Con un historial así, es lógico que el sujeto en cuestión acabe bajo la tutela de una institución (y no nos referimos precisamente a una universidad).
El propio título de la película ya revela un error en el sistema penitenciario británico, una macabra frivolidad (ya conocemos el humor inglés) que podría ser literalmente traducida como “lanzar al estrellato”, y consiste en la reubicación de menores en cárceles para adultos debido a un comportamiento excesivamente violento. Esto atenta contra el principal significado de correccional, privándole de su característica primordial —la de corrección— y rechaza la necesaria pedagogía que estas personas requieren, dejándolas de lado en un ambiente en el que posiblemente no logren sobrevivir. Pese a ello, el protagonista deja claro, desde la primera escena, que no va a tener muchos problemas para defenderse y moverse como pez en el agua en su nuevo entorno. Un rápido vistazo a su celda y a sus objetos personales —estrictamente examinados por los guardias de seguridad (fallo número dos)—, e instantes después ya tiene en su poder un arma mortífera y un escondite para ocultarla. Y no pasará mucho tiempo hasta que disfrute de la primera ocasión para usarla. El nivel de hostilidad que se respira en el ambiente, amplificado a consecuencia de la asfixiante y cruda fotografía llevada a cabo por Michael McDonough (similar a la que empleó en el sensacional thriller Winter’s Bone, 2010), deja al descubierto una atmósfera incómoda a la que cuesta acostumbrarse. Sólo una persona que reúna las cualidades defensivas necesarias, podría hacer frente a la terrible lucha territorial que plantea David Mackenzie.
“Les digo que había ahí no sé cuantos, diez o veinte o más tal vez. Algunos se sacaban las correas y lo azotaban de lejos, pero les juro que no se le acercaban. Y por la Virgen que vi a no sé cuantos caer al suelo, con la cara rota, y él seguía riendo”. Así es como Vargas Llosa presentaba la escalofriante figura de El Jaguar, personaje de su novela La ciudad y los perros (1963), al que vemos reflejado en Jack O’Connell mientras derriba, uno a uno, una horda de guardias armados que lo tenían acorralado en su celda. Lo cierto es que el director discurre en un estilo mucho más narrativo que visual. Sus filmes están dotados de un lirismo retórico que consigue que lo importante del mensaje no resida en lo que se dice, sino en la manera de hacerlo (aunque ésta sea por medio de un slang británico parcialmente incomprensible). Ese superfluo “qué” explicaría la relación del protagonista con un terapeuta voluntario de reclusos “especiales”, Oliver (inspirado en las propias vivencias de Jonathan Asser, autor del guion de la cinta). Su misión es la de tratar que el joven se adapte y consiga su egresión lo antes posible, para lo cual tendrá que aprender a controlar su temperamento y a un padre violento (convertido en toda una eminencia respetable entre los reclusos) cuya sobreprotección parece tener el efecto inverso al deseado. Nuevamente un fallo en el sistema (y van tres) acabará con toda esperanza de redención formativa, encaminando el desenlace a una vertiginosa espiral de violencia, traiciones y corrupción.
El preponderante “cómo” —inexorable estrategia narrativa en el cine de Mackenzie— se vería representado por medio de un ritmo impetuoso y firme; y por un sonido minimalista y sin aditivos que permite que sea la propia cadencia respiratoria del protagonista (disciplinada e inalterable), característica de personas de gran corazón —referido literalmente al tamaño del músculo cardiaco y no a una forma metafórica de describir su carácter bondadoso— la que marque el avance de la trama siguiendo sus acompasadas pulsaciones. Eric es usado por el realizador como un poderoso transmisor para hacer llegar (por las buenas o por las malas) su mensaje. Un muchacho que podría ser la evolución natural de Pukey Nicholls —si bien ambos personajes, pese a compartir intérprete (O’Connell) no se conocen personalmente—, aquel joven amante de las “Bombers” y las “Dr. Martens”, que callejeaba amenazante en compañía de sus secuaces, mientras los Mods sufrían un desafortunado cambio ideológico supremacista en la fantástica This is England (2006). En efecto, nos encontramos en Inglaterra (al menos simbólicamente, ya que las imágenes han sido filmadas en una cárcel norirlandesa), y eso queda reflejado en los costumbrismos sociales, en concreto se aprecia en el forzado (pero intencionado) patetismo de la turbulenta relación paterno-filial. Ese completo fracaso de Neville hacia su hijo, tratando de auto-justificar su prolongada ausencia por medio de una preocupación violentamente desmesurada, se tornará incluso más evidente gracias a la aparición del perfecto, desinteresado y comprensivo Oliver. Algo que a primera vista podría parecer un truco con el que enlazar un fácil desenlace discursivo y demagógico, se convierte, gracias al cariz expeditivo que el director confiere a sus personajes, en un contundente manifiesto sobre los abusos de autoridad y los conflictivos escalafones jerárquicos; contagiando con esa diligencia armónica al resto de los elementos del filme que, lejos de venirse abajo, crearán una sensación definidamente cíclica de lo que conocemos como eterno retorno. | ★★★★★ |
Alberto Sáez Villarino
Dublín (Irlanda)
Reino Unido. 2013. Título original: Starred Up. Director: David Mackenzie. Guión: Jonathan Asser. Productora: Sigma Films / Film4 / Lipsync Productions / Quickfire Films. Fotografía: Michael McDonough. Montaje: Jake Roberts, co-editor: Nick Emerson. Intérpretes: Ben Mendelsohn, Rupert Friend, Jack O'Connell, Sam Spruell, David Ajala, Peter Ferdinando, Anthony Welsh, Ashley Chin, David Avery, Gershwyn Eustache Jnr,Paddy Rocks, Ryan McKenna, Mark Asante.