We are of the train
crítica de Rompenieves | Snowpiercer, de Bong Joon-ho, 2013
Ha querido el destino que Snowpiercer haya contado con una de las batallas pre-estreno más épicas que se recuerdan en la industria norteamericana. Como si se tratase del protagonista de su propia película, el director coreano Bong Joon-ho las ha pasado canutas al enfrentarse a la todopoderosa (y millonaria) maquinaria de Hollywood, personificada en la figura de Harvey Weinstein, posiblemente lo más parecido que existe a un supervillano en la industria del cine actual. El enfrentamiento entre director y distribuidor, repleto de réplicas y reproches cruzados que se alargaron casi hasta el estreno de la película en el pasado Festival de Berlín, ha servido como irónico espejo a la historia que se nos quiere contar: la del enfrentamiento, no sólo de clases socioeconómicas, sino de formas de entender el funcionamiento del mundo, y de las masas que viven en él. Quién acabe teniendo o no la razón (si es que hay alguien que la tenga) es harina de otro costal.
Estamos en el año 2031. Hace algo más de 18 años, un sistema diseñado para solucionar el problema del calentamiento global fracasó estrepitosamente, convirtiendo la Tierra en un páramo helado e inhabitable. Los últimos humanos que quedan recorren el planeta de forma incesante a bordo de un tren, diseñado para resistir no sólo los efectos del clima externo, sino la presión que supone una población considerable, multirracial y de muy distintos estratos sociales. El responsable del artefacto es un personaje misterioso llamado Wilford, a quien se venera como un auténtico profeta, y del que poco o nada se sabe más allá de la propaganda “institucional” que se hace llegar a la población. Es el punto de partida para que Bong Joon-ho, que parió la monster movie definitiva con la grandiosa The Host (2006), nos ofrezca la que es posiblemente una de las mejores, si no la mejor distopía de izquierdas de la ciencia-ficción moderna. Donde una propuesta similar como fue Elysium (Neill Blomkamp, 2013) fallaba por una mezcla de exceso de paternalismo, previsibilidad argumental y ganas de epatar, Snowpiercer consigue vencer al menos dos de esos tres problemas. Si hay algo que Bong Joon-ho rechaza de pleno es aleccionar al espectador en supuestos hilos de pensamiento “correctos” o “incorrectos”. A excepción hecha de un par de personajes, no hay héroes buenísimos y villanos malísimos, y aunque sí es abiertamente política (como buena distopía que es), y por supuesto que toma partido por uno de los dos bandos, no se queda en el mero blanco y negro de las cintas de acción. A fin de cuentas, el cómic en el que se basa el filme es francés, un pueblo que sabe una cosa o dos sobre revueltas del pueblo que acaban en manos de locos desatados.
Eso no significa que Snowpiercer cuente, a nivel formal, con un guión excelso o increíblemente original. La distopía de izquierdas lleva recorriendo más o menos los mismos lugares comunes desde que George Orwell escribió Rebelión en la granja allá por 1945 (incluso muy posiblemente desde antes), y la película de Bong Joon-ho no es una excepción. Las situaciones, diálogos y personajes que presenta los hemos visto ya, más de una vez y más de dos; sin embargo, su falta absoluta de prejuicios ante ello juega enormemente a su favor. No hay nada nuevo bajo el sol de Snowpiercer (perdón por el chiste), y es precisamente su capacidad de abrazar ese detalle —y de disfrutarlo— lo que le permite al espectador apreciar las muchas otras virtudes de la película. Una de las cuales, por cierto, tiene nombre y apellido: Tilda Swinton. En un reparto repleto de nombres de primera fila, que incluye a varios ganadores y/o nominados al Óscar, la actriz británica nos regala otra extraordinaria interpretación, la segunda del año tras Only Lovers Left Alive, pero tan distinta a la de la película de Jim Jarmusch como esta epopeya futurista puede estarlo de una comedia romántica de Meg Ryan. Camuflada tras la caracterización más bizarra y físicamente repulsiva que se pueda imaginar (algo a lo que pocas actrices se hubiesen prestado), Tilda Swinton ofrece un retrato absurdo, patético e hilarante de una de las criaturas más odiadas de la sociedad moderna: el funcionario gubernamental. Ése ser al que la mayoría ve (vemos) en algún momento u otro, cuando no por sistema, como un pelota untuoso, desagradable y con ínfulas de superioridad social, que desprecia con saña a la misma población a la que dice servir (el nombre anglosajón de los funcionarios es “sirviente civil”). Es una imagen demoledora, quizá la peor de toda la película, y la que introduce al espectador en el absurdo demencial que supone el estilo de vida de las clases altas para aquellos que apenas sobreviven al día a día, ejerciendo de particular Virgilio por los infiernos que recorren nuestra pandilla de antihéroes a su pesar, poblados por criaturas extrañas que gustan de comer pescado crudo y de adorar al motor eterno del tren con manía religiosa, culminando en una clase de primaria nacida de las peores pesadillas de Roald Dahl tras una sobredosis de azúcar. Si hay una persona a recordar en la cinta de Bong Joon-ho, es, sin duda, Tilda Swinton.
La otra gran virtud de la cinta es su dirección artística, y cómo la aprovecha el director. Aunque hubiese sido tentador utilizar decorados abiertos, permitiendo así una mayor movilidad a los actores, especialmente en las escenas de acción, Bong Joon-ho se niega sistemáticamente a ello, manteniendo los espacios estrechos y claustrofóbicos, lo que otorga a la película un cierto aire de videojuego a lo Bioshock, además de convertir las escenas de lucha en verdaderas carnicerías que, especialmente en un caso, dejan una angustiosa sensación. Al mismo tiempo, encapsula los distintos “ambientes” y utilidades de los vagones (de la escuela a una discoteca, un acuario o incluso un dentista) como pequeños reservorios de la cultura en la que nos movemos. También en eso el Snowpiercer es una moderna arca de Noé… y un arcade por pantallas. Probablemente, Harvey Weinstein tenga su parte de razón. Probablemente la sociedad bienpensante americana (esa misma que llama comunista a Obama por querer instaurar un sistema de seguridad social) no está preparada para ir a ver lo que ellos creerán un blockbuster de acción protagonizado por el Capitán América (nada menos), y encontrarse con su reflejo oscuro, bizarro y abiertamente crítico con la sociedad occidental. Ése es el mayor problema, que un tipo como Weinstein tenga razón en algo así, porque prueba lo que Snowpiercer se ha pasado dos horas y pico intentándonos explicar: que las estructuras de poder —de cualquier tipo de poder— se sustentan por la inercia y la pasividad. Que es imposible cambiar las cosas si nos movemos sobre raíles. | ★★★★★ |
Judith Romero
redacción Londres
Corea del Sur-Estados Unidos-Francia-República Checa, 2013. Director: Bong Joon-ho. Guión: Bong Joon-hoo y Kelly Masterson (basado en el cómic de Jacques Lob, Benjamin Legrand y Jean-Marc Rochette). Productora: SnowPiercer / Moho Films / Opus Pictures / Stillking Films / CJ Entertainment.. Fotografía: Hong Kyung-pyo. Música: Marco Beltrami. Montaje: Steve M. Choe. Intérpretes: Chris Evans, Song Kang-ho, Tilda Swinton, Jamie Bell, Ed Harris, Ko Ah-sung, Octavia Spencer, John Hurt, Luke Pasqualino, Ewen Bremner, Alison Pill.