En un lugar de España…
crítica de El oro del tiempo | O ouro do tempo, Xavier Bermúdez, 2013
Hay películas cuyos visionado y recuerdo trascienden su marco habitual, pues se relacionan con circunstancias ajenas a la propia película. Tuve la ocasión de asistir al pase de El oro del tiempo (O ouro do tempo, 2013) en el festival de Karlovy Vary del año pasado, en el que se presentó internacionalmente. Era la única propuesta española en la selección competitiva principal, y nosotros éramos el único medio español acreditado en el certamen checo. Las condiciones eran pues propicias a darle una importancia considerable, quizás excesiva, a la última película de Xavier Bermúdez, cineasta gallego con pocos títulos en su haber pero con una experiencia contrastada y polifacética, no sólo en los varios departamentos cinematográficos de la dirección, el guion o la producción, sino también por su trabajo en radio y prensa. Incluso la solidaridad entre compañeros de profesión podría entonces distorsionar la valoración de un filme cuya calidad, lo adelantamos ya, es innegable, pero cuyos fondo y alcance son muy limitados, en contraste con la repercusión que gustaría darle. Antes de analizar el por qué, conviene con todo aclarar que el texto anterior no pretende ser, o al menos no sólo, una muestra de cómo los elementos extraños a una película pueden determinar la impresión que nos deje, pues siempre hay que evitar que se produzca este efecto, y más aún al tratar de comentar o analizar con un mínimo de criterio la película en cuestión, que es lo que debe hacer toda crítica. La intención de la reflexión precedente es más bien la contraria: destacar tales circunstancias para a continuación ignorarlas.
Y es que El oro del tiempo invita a una contemplación ausente de datos y referencias previas. Aquella, como han destacado otros, parece seguir la tradición de un cine entre naturalista y surrealista que puede remontarse en nuestro país a Luis Buñuel, nada más y nada menos. La del maestro aragonés es una influencia admitida por el propio Bermúdez, pero rebajada en cuanto a su incidencia en el metraje. Y es que en su recorrido pueden en efecto apreciarse algunos detalles aquí y allá que nos traigan a la memoria escenas de la etapa tardía de Buñuel, pero en su conjunto no se parece a nada que se haya visto antes. Es una película difusa en cuanto a su género y discurso, ecléctica en las emociones que transmite y ambigua en sus acciones y su mensaje, pero a la vez la trama es muy concreta, la localización casi única y los personajes escasos, de pasado incierto pero de presente definido. De forma escueta pero resolutiva. Más precisamente, la historia transcurre en una casa de campo aislada en la fronda gallega, un lugar bucólico y apacible en el que un hombre mayor y viudo (Ernesto Chao) ve pasar las horas, los días y los meses (la narración discurre imperceptiblemente por varias estaciones del año) a la espera de poder resucitar a su esposa. Conserva su cuerpo criogenizado en el sótano de la casa, confiado tanto en los avances de la ciencia como en los milagros divinos para que su mujer a la que perdió hace décadas pueda volver a ser esa radiante persona que él y nosotros sólo podemos ver en unos contados flashbacks.
Esto último no es del todo cierto, pues si algo caracteriza a esta película, y contribuye a reforzar su fluir sereno y progresivo, es que siempre se mueve hacia delante, a veces en tiempo real y a veces mediando amplias elipsis. Un recurso más provechoso pero también menos maduro y sutil para remarcar su tono nostálgico podría haber sido el de dichos flashbacks, junto a herramientas como la voz en off y la música extradiégetica. Sin embargo, las mismas están ausentes en El oro del tiempo. La voz en off y la música dan paso a los silencios y a los diálogos breves y en apariencia triviales, intercambiados principalmente entre el protagonista y la enfermera (Nerea Barros) que viene de vez en cuando a ayudarle a aquel en sus quehaceres. Y los flashbacks son en realidad sustituidos por imágenes de grabaciones de la mujer que el hombre ve de noche, o incluso con alguna escena en la que imagina su presencia junto a él. Pues bien, gracias a ello el efecto es más oportuno y poderoso, pues se nos transmite con mayor eficacia la relación que unía a esta pareja y la que en cierto modo siguen compartiendo: el protagonista, como hemos dicho reacio a admitir que su esposa se ha ido para siempre, siente que ella está todavía con él, que todavía le cocina algún plato, que es en concreto lo que vemos en una de esas escenas ilusorias. Los flashbacks propiamente dichos nos darían el efecto contrario: de algo pasado y ajeno a la realidad presente.
Para mayor claridad, Bermúdez da importancia a la compenetración de los distintos elementos de su película: decorados, tiempos, personajes… situándolos en un escenario cotidiano, en un marco limitado, para que nos vayamos familiarizando con ellos. Y de esta forma también entendemos mejor las a priori extravagantes motivaciones de dichos personajes, incluida la enfermera. Intuimos que esta chica bella y misteriosa esconde algún tipo de oscuro pasado, y nos preguntamos a qué se dedica cuando no está en campo, pero no se nos resuelven estas dudas. Sólo se nos dan pistas a través de su relación con aquel hombre taciturno y solitario, y cómo la misma puede, quizás, transformarlos a ambos. En otras palabras, y como se ha podido deducir de lo expuesto hasta ahora, la información de la película, en sus varias capas, es escasa. Pero el resultado no es tanto inescrutable como transparente, como también hemos adelantado, pues no hay mucho más allá de esa melancolía que marca el tempo del metraje. El mismo consigue así un extraño lirismo, tratando con calma y naturalidad una narrativa irregular y curiosa, armonizando sin apenas inmutarse elementos antagónicos como ese paisaje luminoso en el que el protagonista recoge flores para luego dejarlas encima del sombrío y frío ataúd. Gracias a estos y los demás elementos aquí comentados, el resultado final esquiva el aburrimiento y la indiferencia que podría suscitar su propuesta tan austera y llana. Y lo quizás lo hace también gracias a la propia conciencia de su marginalidad. Con ello volvemos a adentrarnos, para concluir, en lo ajeno a una película cuyas características, idioma gallego incluido, generan necesariamente algo de admiración… Admiración por que este tipo de cine todavía pueda encontrar algún hueco entre nuestro público, como demuestra su reciente selección en el segundo de los festivales en que le ha tocado concurrir: el de Málaga. Y frente a lo que argumentábamos al principio, la importancia y la repercusión de este hecho no pueden exagerarse tan fácilmente. | ★★★★★ |
Ignacio Navarro
enviado especial a Karlovy Vary
España, 2013, O ouro do tempo. Director: Xavier Bermúdez. Guion: Xavier Bermúdez. Productora: Xamalú Filmes. Presentación: Festival de Karlovy Vary 2013. Fotografía: Alfonso Sanz. Música: Coché Villanueva. Montaje: Xavier Bermúdez & Manane Rodríguez. Intérpretes: Ernesto Chao, Nerea Barros, Manuel Cortés, Marta Larralde.