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    Need for Speed

    Need for Speed

    De costa a costa, y acelero por ósmosis

    crítica de Need of Speed | de Scott Waugh, 2014

    «Todos los que parecen estúpidos, lo son y, además también lo son la mitad de los que no lo parecen». | Francisco de Quevedo

    «El problema con el mundo es que los estúpidos están seguros de sí mismos y los inteligentes están llenos de dudas». | Bertrand Russell

    «La estupidez es el talento para la equivocación». | Edgar Allan Poe

    No se alarmen: todavía nadie ha demostrado que la estupidez sea mortal. Más aún: algunos sujetos (deben de haber ya dos o cinco universidades americanas estudiando el fenómeno) podrían ver incrementada su esperanza de vida y, por ende, su existencia como figuras estólidas gracias a la misma estupidez que los convierte en estúpidos orgullosos. Y ahí, en la más supurante médula semántica, cabe señalar —sin dedo acusador— dos tipos de estupidez: una benigna y otra tóxica. Huelga decir que esta primera no hace daño; se vive con y junto y a su pesar (nótese el peso de no ser nadie) y sin pedir auxilio o, más trágico aún, recurrir a las armas. De algún modo existe una amabilidad controvertida, la de los estúpidos simpáticos que, con todo, son buenas personas. Es estupidez sin alevosía, la estupidez natural del hombre patológicamente impedido para identificarse e identificar cuándo está siendo un estúpido con ínfulas superiores a ojos de su interlocutor. Lo que se dice un merluzo, sí. Yo mismo, ahora describiendo la estupidez, soy el mayor estúpido sobre la faz de la tierra. Pero gracias a mi culpa me identifico, me reconozco y paso capítulo con la mayor y falsa indiferencia que me entregaron al nacer. Por lo demás, el resto se presumen subcategorías que tampoco vienen a fábula: no hay razones ni tiempo material ni impulso para extender la digresión. Hace frío y ni siquiera puedo calentarme, así que me voy a un cine donde —parece, yo diría— nunca hace frío cuando el invierno trasnochado y la primavera más bien antipática o tímida, según se mire desde un ángulo y otro y el siguiente aún por inventar.

    Need for Speed

    ¿Hay vida después de la muerte por estupidez al volante de, por ejemplo, un Ford Mustang? ¿Hay vida al otro lado del túnel visto en cámara subjetiva y con efecto dolly zoom? ¿Hay, no sé si me pregunto muchas preguntas, un Más Allá que funciona con gasolina de alto octanaje, un Más Allá Próximo lleno de bujías, navegadores, ¡depósitos infinitos! y llantas resplandecientes? ¿Y si hubiera un coche capaz de trascender su muerte clínica? "Lo siento, Driver, su motor ha dejado de carburar tras 91.125 kilómetros sobre el asfalto. No he podido hacer nada por él". Así nacen sagas muertas como A todo gas, que resume de punta a cabo nuestro deseo casi atávico de tirar líneas y anticiparnos al que siempre nos lleva la delantera aun riéndose sarcásticamente en el retrovisor. Es decir, Chronos. Y batir así récords absurdos y quemar goma: blistering cerebral por no desgaste, o por sobredosis de adrenalina. Quién-lo-tiene-más-XXL-y-paradójicamente-más-veloz-y-por-tanto-o-sólo-quizá-más-efímero. "De 0 a 100 en 5 segundos. Tenía un gran sentido de la velocidad, snif". Abstenerse cobardes y cinéfilos curtidos, pues ahí llega y ahí pasó sin siquiera haberlo observado en toda su deífica mecánica. ¿Qué era eso?, se preguntarán muchos espectadores. ¿Un pájaro, cari? ¿Un avión? No, una película. O el "amago de", y sólo gracias al crédito que brinda el ser una de las franquicias más rentables de la historia de —ojo al desvío en plena chicane inverosímil— los videojuegos. Repitan conmigo: Need for Speed. Más alto, más veloz: Need for... A bird, you? No, tan sólo velocidad a ras de suelo. You. Y me sitúo ya en el centro geométrico de la curva, como el que espera al pelotón justo antes de iniciar el ascenso al Angliru, como quien grita al piloto de rally ¡Vamos, Carlos, no lo arranques! ¡Por Dios, Carlos, has perdido! Por Dios y por ti, y en el derrape me pierdo y me digo: ¿para qué exactamente he esperado toda la mañana? Pero, al final, qué más da. Yo espero que el piloto, el protagonista de Need For Speed no arranque; espero y rezo por que se quede en la cuneta y no llegue a su venganza; y sin embargo, sé que nada de eso va a ocurrir, ya que el guión —escrito a seis manos por George Gatins, John Gatis y George Nolfi— remite a la estructura narrativa del peor (y más previsible) manual.

    Que la historia siempre se repite es aquí, bucle sobre bucle, un axioma repetitivo. La road movie esboza a un corredor acuciado por las deudas heredadas de su padre y a una rubia nada legal pero muy pija (Imogen Poots) que está y es porque, ah, lo dice el maldito manual. Mantiene el ritmo sin alterar el pulso. Su director, Scott Waugh (Act of Valor), demuestra sus amplias dotes para contar nada con todo por delante. Y, no, la siempre recurrente excusa de la fidelidad al videojuego tampoco atenúa mi opinión sobre la película. Reflexionen ustedes la estupidez y, luego, sitúen a Tobey Marshall (Aaron Paul, bitch. El hombre que patentó una forma de fruncir el entrecejo) en este microcosmos maxi-tuning. Es simpático y es buena persona y es estúpido, como su aparente tragedia vehicular. | ★★★★ |

    Juan José Ontiveros
    redacción Madrid

    Estados Unidos, 2014, Need for Speed. Director: Scott Waugh. Guión: George Gatins, John Gatins, George Nolfi. Fotografía: Shane Hurlbut. Música: Nathan Furst. Reparto: Aaron Paul, Dominic Cooper, Imogen Poots, Michael Keaton, Scott Mescudi, Dakota Johnson, Rami Malek, Nick Chinlund, Ramon Rodriguez, Kid Cudi, Han Soto,Carmela Zumbado.

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