Brindar por un mal trago
crítica de The Lion and The Rose (4x01) / Juego de tronos (Temporada 4)
Este artículo contiene spoilers
HBO / EE.UU., 2014. Director: Alex Graves. Creador: David Benioff y D. B. Weiss. Guión: George R.R. Martin. Fotografía: Anette Haellmigk. Música: Ramin Djawadi. Diseño de producción: Deborah Riley. Dirección artística: Paul Ghirardani. Intérpretes: Peter Dinklage, Nicolaj Coster-Waldau, Lena Heady, Charles Dance, Natalie Dormer, Liam Cunningham, Stephen Dillane, Carice Van Houten, Alfie Allen, Jack Gleeson, Sophie Turner, Isaac Hempstead Wright.
George R.R. Martin, verdadero rey de todo Poniente, se reserva la escritura de un capítulo por temporada, a su elección. De la cuarta tanda de episodios, se ha adjudicado el guión de El León y La Rosa, el segundo en orden de emisión. Esto ya debería avisarnos por anticipado de que no estamos ante un capítulo cualquiera. Anticipa la importancia, la intensidad y el impacto de muchos de sus momentos, al igual que el protagonismo especial del que va a gozar Tyrion, personaje fetiche del escritor estadounidense (algo que se nota y mucho si atendemos a la cantidad de expresiones ingeniosas y frases “Gran Reserva” que el autor coloca en labios del enano a lo largo y ancho de sus novelas, en comparación con otros personajes, protagonistas incluidos).
Después de un arranque de temporada marcado quizás por un tono algo ligero y empático, más cargado de lo habitual de cierto humor sui géneris, en este segundo episodio recuperamos el drama. De un capítulo a otro, incluso de una escena a otra, la serie es capaz de arrancar sonrisas y cambiarlas por lágrimas o muecas de asombro, mostrando un complicado y destacado dominio de registros y géneros, siempre bien empastados para que el espectador no descarrile en la montaña rusa emocional. Se trata de un arriesgado ejercicio de creación audiovisual que no está al alcance de todos, pero los responsables de la serie consiguen dar con esa vieja y preciada pócima que ya usaran antes de forma magistral y en pantalla grande el Maestre Wylder o el Maestre Campanella, entre otros. Dentro de Juego de tronos, en este aspecto, Tyrion encarnaría el máximo exponente. Nadie regala y roba sonrisas como él. Gran parte del mérito es del actor Peter Dinklage, quien se agiganta ante la cámara y ensombrece a cualquier intérprete en plano compartido, por bueno que también resulte la actuación de éste. En El León y La Rosa, Tyrion protagoniza escenas junto a Jaime, Bronn, Varys, Shae y, por supuesto, Joffrey. Sentado a la mesa, escucha la confesión lastimera de su hermano El Matarreyes, el cual se ve a sí mismo inútil y sentenciado por culpa de su nueva mano de oro. Tyrion trata de restarle gravedad al asunto, de levantar el ánimo de Ser Jaime (el Lannister con quien mejor se lleva), y acaba por “cederle” la solución a su problema, personificada en la figura de Bronn, su guardaespaldas personal. En Bronn, Jaime encuentra al instructor perfecto para su zurda, alguien discreto y hábil con la espada. En las novelas, el principal encargado de entrenarle es Ser Ilyn Payne, pero el cambio parece acertado, comprensible cuanto menos. Se le da mayor protagonismo a uno de los secundarios favoritos de los espectadores sin alterar tramas o cambiar motivos: Jaime busca la discreción por encima de todo y, conociendo al personaje, tanto le va a dar encontrarla en un mercenario bien pagado como en un verdugo sin lengua.
Los encuentros de Tyrion con Bronn y con Varys están relacionados y tienen de fondo la misma cuestión: la permanencia de Shae en la capital se ha vuelto más peligrosa que nunca y debe marcharse, antes de que Tywin dé con ella y cumpla su palabra. La Araña advierte de que la situación es insostenible y Bronn vuelve a ayudar con una solución, aquella que se ve obligado a poner en práctica el menor de los Lannister, dadas las circunstancias y por mucho que le duela. Los intentos de persuasión previos han sido fallidos y la compañera secreta de Tyrion, debido a su carácter y a sus sentimientos, se ha mantenido firme en su postura, en su determinación a la hora de permanecer junto a su león. Tyrion sabe que solo hay una forma de lograr que huya, de salvarla, y es haciendo uso del despecho más crudo y desgarrador, aunque no sea real. La escena abre con la imagen del enano asomado a una ventana, adusto y pensativo. Se escucha la marea y las cortinas blanquecinas se mueven adelante y atrás como olas en una orilla de duda, olas que cubren y orilla que pisa cualquier hombre ante una decisión difícil. Y la de Tyrion lo es. El verdadero trasfondo y objetivo de las duras palabras que le va a dedicar a Shae, una vez entre en la estancia, queda evidenciado en su mirada, esquiva en todo momento, arrastrada por el suelo. Tyrion no va a encontrar el valor suficiente para mirar a su amante a los ojos mientras la insulta y la desprecia. Nunca ha tenido la cabeza tan gacha y los ojos tan empapados en vergüenza, tan necesitados de refugio, y viniendo de alguien con su condición física, familiar y social, es mucho decir. Shae, sin embargo, no atiende a este detalle, y si lo hiciera, tanto daría. El dolor supera la razón. Ella se queda clavada en mitad del cuarto, en mitad del tiempo, llorando desconsolada con los puños apretados. El sonido ambiente de la marea ha dejado paso a una triste sinfonía de violín. Tendrá que ser Bronn quien la incite a deshacer la estatua y abandonar el lugar definitivamente. Se completa así una escena intensa y dramática, que rivaliza o incluso supera en estos términos a la escena estrella, aquella que va a acontecer al final del capítulo.
Viajamos por primera vez esta temporada hasta Rocadragón y hasta ese camino norteño e incierto que recorren Brandon Stark y compañía. En la isla donde gobierna Stannis Baratheon todo parece seguir igual. Somos testigos de que ni siquiera familiares de alta cuna están libres de las llamas de El Señor de la luz, purificación a través del fuego en un sacrificio ritual. Sea bajo el brillo de una fogata humana o el de una simple vela, el rostro de Lady Melisandre surge de la oscuridad para mostrarse tan bello y sugestivo como siempre. La holandesa Carice Van Houten es uno de los mayores aciertos de un casting plagado de ellos, ya que se ajusta perfectamente al personaje original descrito en las páginas de la saga literaria. Por su tremebunda belleza, su capacidad innata de seducción y por esa voz susurrante llena de embrujo, entendemos que más de un hombre y de una mujer se arroje a las llamas sin pensarlo. Respecto a Bran, cada vez se pasa más tiempo en la piel de Verano, su lobo huargo, y demuestra un don visionario y premonitorio cuando entra en contacto con un árbol de los dioses. En esta ocasión, ni su secuencia ni las desarrolladas en Rocadragón van a suponer un avance en las respectivas líneas argumentales.
Ramsay Snow, el desalmado bastardo de Lord Bolton, hace otra perrería salvaje de las suyas (nunca mejor dicho) al comienzo del capítulo. Tras una frenética persecución, da caza a una chica y deja que sus perros la destrocen a mordiscos (fuera de plano). No hay justificación posible; se trata de un juego macabro, uno de sus preferidos. Theon Greyjoy le acompaña, como la mascota más obediente. Se encuentra en un estado lamentable, con un tic nervioso adquirido con el paso de las torturas. Ahora es Hediondo. Su metamorfosis parece irreversible. Sufre un síndrome mucho más poderoso y esclavizador que el de Estocolmo; habría que llamarlo Síndrome de Fuerte Terror. Para demostrar este hecho y probar tanto su propia valía como la validez de su método, cuestionado y criticado por Lord Bolton a su regreso a casa, Ramsay va a provocar una escena de alta tensión. En ella, Hediondo le afeita con navaja de barbero mientras él aprovecha para desvelarle el trágico destino de Robb Stark, traicionado y asesinado por los hombres que le rodean en ese preciso momento. Por un segundo, a Theon se le aprietan las tripas y detiene la hoja afilada en el cuello de su torturador, pero será Hediondo quien continúe el rasurado de su amo con total normalidad. Como he apuntado, todo ocurre bajo la atenta mirada del padre de Ramsay, nuevo señor de las tierras del Norte. Lord Bolton se convence tras lo visto y oído de que su hijo bastardo tiene cierta utilidad y le encarga una misión a modo de reto. Ramsay escucha, con esa sonrisa terrorífica tan característica, con esa mirada inquieta y canina. La genealogía macabra y despiadada de sus actos podría rastrearse a partir de esos ojos enormes, de su enfermiza curiosidad. Sigue siendo un niño, pero, a diferencia de la mayoría, no solo mata el aburrimiento; lo descuartiza. Y de un niño sádico y cruel pasamos a otro. Joffrey Baratheon se casa con Margaery Tyrell y la boda real se va a convertir por méritos propios en todo un acontecimiento en Poniente, en todo un acontecimiento televisivo.
El comienzo es idílico. Suenan campanas nupciales en la capital y la ceremonia discurre con la misma suavidad y el mismo encanto transmitido por el coro de voces que acompaña a los novios. Será Joffrey el que a posteriori lo eche todo a perder. El endiosado rey ya se ha comportado de forma mimada y reprochable durante la entrega de regalos, dirigiendo los mayores agravios a su tío Tyrion, pero no será nada comparado con lo que está por llegar, con lo que sucede en el banquete de bodas. Allí Joffrey menosprecia todo y a todos, entrando en la ofensa y aglutinando el desagrado y el odio de invitados y televidentes por igual, pero será el enano una vez más quien padezca el mayor ensañamiento por parte del rey. Tyrion sufre un ridículo que va in crecento en el trascurso de la secuencia. Se ve ridiculizado por el esperpéntico número de los enanos (a aquellos disconformes con los pequeños cambios y las diferencias establecidas con la novela en este punto, recordarles que el capítulo sale de la mismísima pluma del autor, George R.R. Martin), ridiculizado por la copa de vino que es derramada sobre su cabeza y por la orden que le obliga a permanecer en la fiesta y ejercer de copero real. Tyrion se contiene y trata de manejar la situación con mano izquierda. Al final, todo en balde o todo con un fin, según la teoría de cada cual, porque lo único incuestionable es que el rey bebe del cáliz, comienza a asfixiarse y acaba muriendo envenenado. El soberbio montaje de la secuencia ha sembrado la incógnita, salpicando la sospecha aquí y allá, sobre varios personajes. Los planos han sido elegidos meticulosamente, insertados en la escena con precisión quirúrgica para que al aparecer los créditos finales unos culpen a la astuta Lady Olenna, otros a Sansa y Ser Dontos, y los haya que compartan el grito de Cersei y sigan el dedo tembloroso y acusador de un Joffrey agónico hasta encontrar al enano sosteniendo el cuerpo del delito. Para algunos ni siquiera la propia madre de la víctima estaría libre de sospecha, una Cersei que durante el festín se ha mostrado posesiva, ha reflejado envidias múltiples y ha querido seguir ejerciendo de reina, a pesar de las circunstancias y por mucho que el príncipe Oberyn le recuerde su verdadera condición actual en un diálogo convertido en esgrima dialéctica, siendo las estocadas más certeras las del príncipe de Dorne. La secuencia entera de la celebración nupcial es un despliegue en todos los sentidos, a la altura de una superproducción cinematográfica pero con calado artístico. Es un despliegue creativo, interpretativo, técnico y sobre todo un despliegue en cada uno de los apartados de producción: vestuario, escenarios, armas, manjares sobre las mesas… El trabajo de semanas y meses a veces queda relegado a un vistazo fugaz, o escondido en un plano general, pero todo cuenta y el detalle siempre suma, lo percibamos de una manera directa o no. Como un óleo en movimiento compuesto de muchas capas de pintura superpuestas.
En definitiva, igual que ocurriera con la Boda Roja, la boda real (denominada Boda Púrpura) también pide a su modo un pequeño hueco en la historia televisiva reciente. Se trata de una secuencia trabajadísima, magnífica, ya sea por la exhibición de recursos, por el baile de máscaras que presenciamos en todo momento y que acaba por convertir el banquete en una especie de escena de salón (como se las conoce en las típicas novelas de misterio detectivesco) o, cómo no, por contener una de las muertes en la ficción más deseadas y posteriormente vitoreadas de los últimos tiempos. Desde nuestro sillón, tras escuchar los estertores de un tirano y contemplar estupefactos en ese último plano la lividez de su rostro, el ramillete violáceo de sus venas envenenadas y los hilos de sangre que brotan del interior del muerto, solo podemos levantar nuestra copa y brindar por un mal trago. | ★★★★★ |
Parábola Durden
redacción Más allá del Muro