Sodoma y camorra
crítica de Gomorra | de Matteo Garrone, 2008
«El contenedor se balanceaba mientras la grúa lo transportaba hacia el barco. (…) Las puertas mal cerradas se abrieron de golpe y empezaron a llover decenas de cuerpos. Parecían maniquís. Pero en el suelo las cabezas se partían como si fuesen cráneos de verdad. Y eran cráneos, del contenedor salían hombres y mujeres. También algunos niños. Muertos. ». Con este demoledor testimonio empieza Gomorra: un viaje al poder económico y al sueño de poder de la Camorra. Libro que consagró a su autor, Roberto Saviano, como una víctima de la honestidad ¿Un mártir en vida? Cuenta con treinta y cuatro primaveras en su haber y hace siete que está amenazado de muerte. Vive con la inestabilidad del que se sabe clandestino. En este libro el periodista italiano da cuenta, con nombres y apellidos, de la corrupción, la infamia y la violencia organizada por la Camorra. Mafia que ha asesinado desde los ochenta a más gente que la suma de los ajusticiados por ETA, el IRA y las Brigadas Rojas –macabra curiosidad que no he contrastado–. El libro tuvo un éxito brutal. Fe de ello dan los más de cinco millones de ejemplares vendidos y la realización de la película homónima filmada por Matteo Garrone –Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes de 2008–. La cinta, objeto de esta reseña, supuso también un pelotazo importante hace ahora seis años. Con un estilo sobrio, frío y realista Garrone describe visualmente lo que Saviano hace con la pluma. Obviamente al amparo de la ficción –que no resguarda tan bien al periodista napolitano–; y siendo objeto de polémica por la presencia de extras que a la postre fueron arrestados. Un ejemplo más de la omnipresencia de la mafia.
La obra de Garrone tuvo vida más allá del best-seller. La película gozó de identidad propia. Es cierto que Saviano colaboró en la redacción del guion, y que sin el libro no existiría. Pero no se debe obviar que el director evitó los convencionalismos que hubiesen evidenciado –todavía más– a la película como la hermana pequeña de la novela/ensayo. Cinco historias que contar. Muchas fórmulas para hacerlo. La única premisa autoimpuesta, se intuye, es la de desmitificar el mundo de la mafia. Desvincularlo del manto romántico con el que ha sido cubierto por Hollywood. Nada de Scorsese. Nada de Coppola. Nada de de Palma. Basta con echar una mirada a las raíces. Rociar de literatura el documental. Y nos evoca más de lo que parece a Rossellini, Visconti o Vittorio De Sica. Especialmente en la actitud moral que diría Zavattini. La única manera de conseguir ese pretendido desencanto de la Camorra era impregnarla de realismo –empleando, por ejemplo secundarios no profesionales o pegando la cámara a la jeta de los protagonistas– y proyectar un retrato coral, sin un protagonista principal con el que llegar a empatizar. Marcando cierta distancia en los juicios de valor. Dejando al público la posibilidad de sacar sus propias conclusiones. Agitando conciencias sin la moralina documental. Centrándose en el reflejo, en clave de ficción, de una realidad. Orquestando un relato parco en florituras, generoso en crudeza. Desmarcándose del atractivo de la violencia, pero sin dejar de recrearse en ella –véanse las secuencias inicial y la final–. Un trabajo en el que se muestra el abanico de grises de El Sistema, la confusión y casi imposibilidad de los que viven en él para discernir entre lo lícito y lo ilícito.
El mérito de Gomorra (2008) no reside tanto en el meollo sino en cómo se aborda este. A través de este pentagrama –cuyas líneas vienen definidas por los chicos que deambulan por los arrabales, el contable que entrega dinero a las familias con algún miembro en la cárcel, los tipos que entierran residuos tóxicos ilegalmente, el modisto clandestino y por los dos adolescentes que ansían formar parte de la Camorra– leemos la partitura de un macrocosmos titánico de vocación supraestatal –su brazo llega hasta las alfombras rojas–. Vemos como controlan votos, empresas, cemento, desechos tóxicos y personas. El mundo baila al son de los clanes. La omertà y la inexistencia de testigos les protegen. Campan a sus anchas y Garrone así lo refleja en pantalla. Independientemente de los aciertos y de la nobleza de Gomorra conviene desmitificar el éxito que tuvo hace algo más de cinco años –tanto en la temporada de premios como en la de festivales, tanto entre el público como entre la crítica–. Los laureles vinieron propiciados por el revuelo mediático que tuvo la obra de Saviano. Bajo el prisma que otorga la distancia temporal la cinta no ha soportado con firmeza –a mí juicio– el transcurrir de un lustro. Su innecesario y excesivo metraje, la preeminencia de la figura de Saviano sobre la repercusión de su obra, así como la supremacía –en el discurso– del libro sobre el film han puesto en su lugar a Gomorra. Una película con tablas bendecida por el éxito coyuntural. | ★★★★★ |
Andrés Tallón Castro
redacción Madrid
Italia, 2008, Gomorra. Director: Matteo Garrone. Guion: Matteo Garrone, Roberto Saviano, Maurizio Braucci, Ugo Chiti, Gianni Di Gregorio, Massimo Gaudioso (Libro: Roberto Saviano). Productora: Fandango. Fotografía: Marco Onorato. Reparto: Toni Servillo, Salvatore Cantalupo, Gianfelice Imparato, Maria Nazionale, Gigio Morra, Salvatore Abruzzese, Marco Macor, Ciro Petrone, Carmine Paternoster. Presentación oficial: Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes de 2008.