El arte cargado de ideología
crítica de Con la pata quebrada | de Diego Galán, 2013
En un momento del género documental donde las formas siguen mutando o se recurre al clásico, y en muchas ocasiones aburrido, recurso de los bustos parlantes combinados con imágenes de archivo, el riesgo del periodista y ocasional cineasta Diego Galán es alto. Ahí es nada optar por la opción del documental de apropiación, cuyo sentido resulta del montaje de imágenes y escenas (gran trabajo de Juan Barrero), acompañados por una voz en off que aclare lo que deba ser aclarado. Aunque a veces guarde silencio para dejar que la locuaz selección hable por sí misma. No es el único riesgo que Galán asume, ya que su propio punto de partida es un salto mortal. Reflejar la imagen de la mujer en el cine español desde los años 30 hasta la actualidad. Un recorrido de poco más de 80 minutos que es ejemplar durante gran parte del metraje, pero que pierde algo de foco en el último tramo, quizá porque el presente es demasiado inestable como para poder emitir un juicio. Por eso, su visionado es una de esas experiencias donde uno gasta parte de sus energías tratando de que le guste más de lo que le ha gustado finalmente. Intentando obviar hechos irrefutables, todo en aras de gustos personales. La reivindicación de la figura de la mujer o un documental sobre cine siempre son bienvenidos. Sobre todo lo primero.
Tras arrancar con un elocuente teatro de marionetas usado en Surcos (José Antonio Nieves Condes, 1951), el director se valdrá de escenas de unas 180 películas para componer una increíble (pero cierta) representación de la imagen social del género femenino filtrado a través la gran pantalla. Con la pata quebrada propicia un interesante debate sobre las cargas ideológicas que lleva cualquier creación artística, y más el cine, que trata de contar una historia. Los filmes elegidos por el periodista están contando una historia sobre la evolución del sexo femenino. El propio título del documental, referencia a un grotesco dicho popular (otro elemento que refleja la ideología de una sociedad), da una medida de la intención de los responsables de la cinta. Su uso del didacticismo no huele a manipulación en ningún momento, aunque es evidente que estamos viendo una selección. Hacer una selección de este tipo implica mirar por intereses propios, de forma que hay que considerar el sesgo. A la memoria cinéfila vienen películas que faltan o que están usadas de manera ladina. Además, la cantidad de momentos del cine de Pedro Almodóvar es tal que uno no puede dejar de pensar que la participación de El Deseo como productora ha influido en esto. Aunque Galán decía en una entrevista que cada momento de la filmografía del manchego tiene su justificado lugar, como el magistral giro al patrón establecido del asesinato machista de una obra maestra como ¿Qué he hecho yo para merecer esto? (1984), ya que Almodóvar ha hecho muchísimo por representar a las mujeres como criaturas evolucionadas y darles la importancia que tienen. Cosa que es cierta.
La música del fallecido Bernardo Bonezzi y la juguetona voz de Carlos Hipólito ayudan a restar dramatismo al casi grosero despliegue de machismo que la sociedad lleva ejerciendo tantos años. El tono que el documental tiene es casi milagroso, ya que la gravedad de lo contado y de lo que estamos viendo casa con una ligereza y un espíritu casi lúdico –la transición del contraste de las monjas de los años 60 y sus dramas intensos a las novicias de Entre tinieblas (Pedro Almodóvar, 1983) es hilarante– de manera sorprendente. Es una colección de momentos que van desde el espejismo de libertad que mantuvieron los años de la Segunda República hasta la inmersión en la subcultura del Franquismo que veía a la mujer como esposa y madre. De lo que parecía el regreso de los derechos que vino con la muerte del Generalísimo hasta lo poco que se ha avanzado todavía. La desigualdad persiste, el ideal inalcanzable se mantiene y las actitudes no se han agrietado en exceso. Los mismos títulos de muchas de las películas elegidas contienen todo lo que su argumento va a ofrecer, diferentes versiones del castigo a la mujer infiel, casquivana o su cosificación sexual. Es una lista impresionante, a la que Galán dedica un merecido momento en los créditos.
Las imágenes de Raza (José Luis Sáenz de Heredia, 1942), película en cuyo guión participó Francisco Franco, abren un escalofriante recorrido por el cine de esos años, donde el terror era quedarse sola en la vida o ser una reaccionaria y pagar el precio. Donde el objetivo era buscar marido y no pasar sola el Día de los Enamorados. Se toca el género del destape como la época más limpia del cine español –tanta ducha– y cada gran cambio está documentado con alguna escena. El tema del aborto, tan de actualidad estos días, recibe también la atención del director y guionista, desde las escapadas a Londres que las españolas tenían que hacer a las sórdidas escenas de Aborto criminal (Ignacio F. Iquino, 1973) o Marcada por los hombres (José Luis Merino, 1977). El clima de (mayor) liberación de los últimos años culmina con la inclusión de escenas de coloristas comedias de los 90 y la auténtica toma de control de la mujer sobre sí misma que supone una película como Blog (Elena Trapé, 2010). Como bien indicó Jordi Costa en su fantástica crítica para El País, si la Segunda República intentó resolver con sus avances un problema ya existente, el Franquismo dinamitó todo y le dio una estocada mortal. Con esto en mente, Con la pata quebrada desempolva un hecho que todos conocemos pero que no se comenta todo lo que se debería, o al menos no por las personas indicadas: la subcultura misógina que vertebra nuestro país, con espectaculares deudas todavía sin saldar. Lástima que la seguridad de gran parte del metraje pierda fuelle conforme se acerca el desenlace, ya que haber podido mantener el nivel, nos encontraríamos ante una cinta imprescindible. Es importante, de eso no hay duda, pero más por sus intenciones que por sus resultados. | ★★★★★ |
Adrián González Viña
redacción Sevilla